martes, 5 de octubre de 2010

IN MEMORIAM

Murió hoy o quizás ayer el filósofo francés Claude Lefort. Discípulo de Merleau-Ponty y especializado ante todo en temas de filosofía política, fundó junto con Cornelius Castoriadis la famosa revista Socialismo o Barbarie y realizó un gran trabajo sobre temas relacionados al totalitarismo.

Copio un fragmento de un pequeño escrito de su autoría titulado ¿Soy un filósofo? y que pueden leer completo acá si les interesa http://letraslibres.com/pdf/1838.pdf

Iba a detenerme ahí cuando me acordé de la respuesta con la que había eludido la pregunta de mi interlocutor, “¿cómo se convirtió en filósofo?” Me había apresurado a relatar las circunstancias de mi encuentro, al final de mis estudios secundarios, con un profesor que me había parecido extraordinario y cuya influencia decidió casi de inmediato mi orientación futura. Ese profesor se llamaba Merleau-Ponty.

Por lo demás, como lo sugieren las referencias que he hecho a su obra a lo largo de estas páginas, su inspiración no ha dejado de guiarme. A fin de cuentas, debí consagrarle cierto número de ensayos, reunidos hace algunos años en un volumen. Seguramente habría podido decir más a mi interlocutor sobre este encuentro. Las cuestiones que trataba Merleau-Ponty me producían el sentimiento de que me habitaban antes de descubrirlas. Y él mismo tenía una manera singular de interrogar. Parecía inventar su pensamiento mientras hablaba, más que instruirnos en lo que ya sabía. Era un espectáculo extraño y sorprendente. Por primera vez encontraba un maestro (aunque fuese de temperamento demasiado rebelde para confesármelo) en ese profesor que
sabía sustraerse a la posición de la maestría.

Como se ve, si hubiera tomado en cuenta esa experiencia, habría sido inducido a considerar más de cerca la relación de la enseñanza con la filosofía... Pero advertí que, en medio de mi aprieto para asumir el nombre de filósofo, había hecho una omisión todavía más significativa. En realidad, mi elección no era sólo fruto de un encuentro, por decisivo que haya sido.

Mucho antes de entrar a la clase de filosofía estaba poseído por un deseo: anhelaba ser escritor. Ese deseo era, desde los comienzos de mi adolescencia, mi secreto; como muchos otros jóvenes, que lo han sentido del mismo modo, ignoraba lo que quería escribir: mi deseo no tenía objeto, estaba en espera de su objeto. La filosofía no hizo sino fijarlo al metamorfosearlo. Renunciando a la literatura (sin haber tomado nunca, por lo demás, verdaderamente la decisión) conocí el encanto de una escritura que guardaba la impronta de mi primer deseo. Ese recuerdo suscitó en mí una última pregunta: ¿me ha inducido lo que debo a mi historia personal a desconocer “la esencia de la filosofía”, o bien he ganado algún poder para sondear la relación de la filosofía con la escritura?

Por una vez, es una pregunta a la que no puedo responder. Como observaba al principio, mis reflexiones me habían llevado muy lejos de mi frágil punto de partida. Ahí donde finalmente me habían conducido no podía sino borrarme ante el punto de vista del otro. Acaso eso justifique que acaben por convocar a un lector.

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