martes, 2 de noviembre de 2010

COSAS TERRIBLES


Una y otra vez hay que volver a las tragedias griegas. Sobre todo a las cumbres que representan las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Aún más en estos tiempos en los que nos toca vivir. ¡Dios ha muerto ya hace tantos años! Y ahora que el hombre también ha recibido la puñalada fatal, ahora que sentimos como se desangra lo humano, tenemos que releer a los trágicos, porque allí está sobre todo el hombre sin Dios, aquel que está ya no siendo. Ese hombre que queda abandonado aún en presencia de las divinidades -de ahí la poderosa superioridad del espíritu trágico griego sobre el cristianismo- a su propia libertad y a su propio destino.

El filósofo contemporáneo griego-francés Cornelius Castoriadis deja a su muerte (1997) una gran obra inconclusa titulada Les Carrefours du labyrinthe (Las encrucijadas del laberinto). En el sexto tomo de la edición post-mortem de la obra, titulado Figuras de lo pensable, aparece publicado un pequeño texto llamado "Antropogenia en Esquilo y autocreación del hombre en Sófocles", en el que Castoriadis intenta contraponer las concepciones sobre el hombre que están presentes en el Prometeo encadenado de Esquilo y la Antígona de Sófocles.


En la tragedia de Esquilo, es alguien sobrehumano -Prometeo- quien en disputa con otro sobrehumano -Zeus-, lleva humanidad allí donde no había. Los hombres antes de que Prometeo les concediera diversas artes, no podían ser considerados como tales, eran -dice Castoriadis- más parecidos a zombies. El acto de Prometeo es el que los crea como humanos. Escuchemos sus palabras en la obra de Esquilo:

"ellos que eran como los bebés antes de hablar, han sido por mí llenados con pensamientos y poseyendo el pensamiento que puede imponerse a lo que es."

A partir de este momento pueden los hombres ser aquellos que mediante su pensamiento son capaces de imponerse a lo que es, a sus circunstancias. Recordemos que Prometeo no sólo da el fuego a los hombres, les da también signos, es decir números, formas de medir el tiempo. Les dona también el arte de la medicina, la mántica y la interpretación de los sueños. Es decir, modos de medirse, de habérselas con una mortalidad que previamente no podía ser siquiera pensada, cuando eran como 'bebés antes de hablar'. Nuevamente Esquilo:

"Prometeo. -He hecho que termine para los mortales la no-previsión de la muerte.
El Coro. -¿Habiendo encontrado qué medicamento para esta enfermedad?
Prometeo. -Les he inculcado esperanzas ciegas.
El Coro. -Es un regalo de gran utilidad el que hiciste a los mortales."

Entonces, el hombre se constituye como tal, cuando Prometeo le otorga su conciencia de ser-para-la-muerte. Y al mismo tiempo, ya que el Coro reconoce que esta conciencia es una enfermedad, debe otorgar también un remedio. Las 'esperanzas ciegas'. Todo lo que el hombre en vano hará mediante las artes que Prometeo le enseña. En estas líneas radica la monstruosa intensidad de la tragedia griega. Una esperanza que no ve que va a morir, aunque sabe que ello sucederá y que toda obra es al fin de cuentas absurda, pero inevitable.


En Antígona lo humano se presenta radicalmente distinto, ya no como donación de lo sobrehumano para convertir a un pre-hombre, en un hombre. Sino como continua autocreación del hombre sobre sí mismo. En la obra de Sófocles el hombre es por esencia autodidacta:

"Se ha enseñado a sí mismo la palabra y el pensamiento que es como el viento, y las pasiones instituyentes"

Esto es, las pasiones que crean sus propias leyes, que instituyen, que están a la base de toda autonomía, de toda humanidad que se enseña a sí misma. La lección de esta obra nos dice que ni las leyes divinas ni las de la ciudad son suficientes para regir nuestras acciones. Que ninguna ley nunca será suficiente. He aquí nuevamente la máxima expresión del espíritu trágico. No hay posibilidad de un logos que sea respuesta última a la acción del hombre, ni en nosotros ni en los dioses.

"Ya que aquel que cree ser el único que puede juzgar, o bien aquel que cree poseer un alma o un discurso que ningún otro posee, éstos, si se los abre, se muestran vacíos."

Este vacío sin embargo, permite que el hombre se enseñe a sí mismo. Que sobre este vacío realice sus creaciones, que intente escribir su propio destino. Aunque aquí también la muerte juega un papel fundamental. De hecho es lo que atraviesa toda la trama de Antígona. Y esta característica es la que termina de configurar nuevamente al hombre que se crea y se recrea continuamente. A diferencia de todos los otros seres, animales o divinidades, el hombre es el único cuya naturaleza no le imprime más que la posibilidad de no tener una característica fija. Por eso su ley no es tal. Por eso la ley divina no le alcanza, pero tampoco la ley propia, porque

"Muchas son las cosas terribles, pero ninguna es más terrible que el hombre."

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