miércoles, 20 de abril de 2011

VAMPIRIA

Si partimos de la filosofía derridiana, en la cual el fantasma es aquel que asedia constantemente la casa propia en la estructura del ni-ni (ni vivo, ni muerto), en el ámbito de lo indecidible, podemos plantearnos algunas cuestiones alrededor de la figura del vampiro. Preguntarnos al menos si no es depositaria de una particular manifestación de la aparición fantasmática, que permitiría pensar además sobre la figura de la animalidad y la del sacrificio.


Comencemos afirmando esta particularidad de la aparición de los vampiros (para analizar la literatura de vampiros durante el romanticismo recomiendo el libro Vampiria, de Polidori a Lovecraft en edición crítica de Ricardo Ibarlucía y Valeria Castelló Joubert), ellos son muertos que no han muerto definitivamente pero que tampoco están vivos, es decir, son fantasmas que tienen que ser erradicados del mundo de los vivientes mediante la destrucción del cadáver (se les corta la cabeza, se los quema, se les clava una estaca en el corazón, siempre que haya un cuerpo cuando se practica la exhumación).

Pero este tipo de fantasmas tiene algunas características particulares, no asedian simplemente como la amenaza de lo otro, sino que atacan a hombres y mujeres para alimentarse de su sangre, ya que su vuelta fantasmática implica una metamorfosis de lo humano con lo animal cuyo resultado es el vampiro. Esta animalidad del vampiro se manifiesta no solamente en las características que toma del murciélago (alas, garras, colmillos), sino en las características generales de cierta concepción de la animalidad cercana a lo bestial: fortaleza sobrehumana, impulsividad, agresividad.

Afirma Prosper Merimée en su texto Sobre el vampirismo (1827):

"Se llama vampiro (vudkodlak en ilírico) a un muerto que sale de la tumba, en general de noche, y que atormenta a los vivos. A menudo les chupa el cuello; otras veces los acogota, al punto de ahogarlos. Los que mueren así por la acción de un vampiro se vuelven ellos mismos vampiros después de su muerte. Parece que cualquier sentimiento de afecto está destruido en los vampiros; pues se ha observado que atormentaban más a sus amigos y parientes que a los extraños."

Lo que la amenaza del vampiro hace patente es que su existencia en el pueblo implica siempre un sacrificio humano, tal como sucedía con el Minotauro en el laberinto, el vampiro se presenta como un nuevo monstruo a la vez animal y humano que debe ser sacrificado para no convertirse a su vez en víctima sacrificial. El vampiro debe ser sacrificado no solamente para salvar la propia vida, sino sobre todo para no sufrir uno mismo la transformación en vampiro, esto es, para no permitir que aparezca en nosotros lo que podemos asociar al otro radical (el animal).

La figura bestial del vampiro simboliza la irreductibilidad de ese otro que es incalculable, es decir, cuya amenaza es siempre posible, o en otras palabras, cuyo cuerpo no puede ser domesticado. Así el rechazo a ser vampirizado es a la vez la garantía de todo dominio y domesticación sobre nuestro propio cuerpo.

1 comentario:

magu dijo...

jajaja DIEGO, el zombie sería la versión ovolactovegetariana del vampirismo, jajajajaja
saludos