domingo, 11 de diciembre de 2016

ESTAMOS EN GUERRA

Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras. 
Y la paz corta más que la larga.
 A vosotros no os aconsejo la paz, sino la victoria. 
¡Sea vuestro trabajo una lucha, sea vuestra paz una victoria!

Así habló Zaratustra 


A comienzos de 1976 Michel Foucault dictó en el Collège de France un curso titulado "Il faut défendre la société", que fue editado en español como Defender la sociedad.  Aunque podemos encontrar varias formas de dar cuenta de las líneas centrales de este curso, hay una deriva que aparece en algunos momentos de manera explícita, pero que no deja de recorrer de un extremo al otro toda la obra: un enfrentamiento entre Nietzsche y Hegel, una contraposición entre le genealogía y la dialéctica.

Sabemos que este período de la producción foucaultiana suele denominarse "genealógico" y este curso se inserta justo en el corazón de la producción de las dos mayores publicaciones de esta etapa: Vigilar y Castigar y La voluntad de saber (el primer tomo de la Historia de la sexualidad).

En un pequeño texto de 1971, Foucault ya adelantaba esta impronta nietzscheana contra otros modos de comprender el quehacer histórico, así decía en Nietzsche, la genealogía, la historia:

"Uno quiere creer que en su comienzo las cosas eran perfectas; que salieron resplandecientes de las manos del creador, o en la luz sin sombra del primer amanecer. El origen siempre está antes que la caída, antes que el cuerpo, antes que el mundo y el tiempo; está del lado de los dioses, y al narrarlo siempre se canta una teogonía. Pero el comienzo histórico es bajo. No en el sentido de modesto, o de discreto, como el andar de la paloma, sino de irrisorio, irónico, el apropiado para deshacer cualquier vanidad:" a continuación Foucault cita un pasaje de Aurora de Nietzsche "Se intentaba despertar el sentimiento de soberanía en el hombre, invocando su origen divino: ese se ha convertido ahora en un camino prohibido; pues a su puerta está el mono."

Contra la idea de origen como momento inmaculado, como espacio privilegiado de expresión de una racionalidad no contanimada, la genealogía recorre senderos históricos olvidados, enlaza lo que la lógica estaba destinada a pensar como absurdo o imposible (el hombre y el mono). Y la historia del hombre y el mono es, como sabemos, no una historia de evolución teleológica, sino una sucesión de mutaciones azarosas, de violencias y de dominios materiales.




Afirma Foucault en Defender la sociedad:


“La explicación por abajo es también una explicación por lo más confuso, lo más oscuro, lo más desordenado, lo más condenado al azar; puesto que lo que debe valer como principio de desciframiento de la sociedad y su orden visible es la confusión de la violencia, las pasiones, los odios, las iras, los rencores, las amarguras; es también la oscuridad de los azares, las contingencias, de todas las circunstancias menudas que hacen las derrotas y aseguran las victorias.”

En lugar de remitirse a un origen natural, hay que desentrañar relaciones de fuerzas en la que cuerpos, pasiones y azares constituyen las sociedades y su historia. Y a pesar de todas sus diferencias, esto es lo que tendrían en común los filósofos juristas (Hobbes, Rousseau) con Hegel: el iusnaturalismo y la dialéctica son distintos modos del pacifismo. Mientras que los primeros abandonan la historia por la postulación de un origen (el estado de naturaleza), Hegel al poseer la clave de la racionalidad del despliegue histórico, no hace más que mostrar como insuficientes desde un punto de vista absoluto los momentos de conflicto, de negación, de violencia.

En cambio para lo que Foucault denomina "hipótesis Nietzsche", no hay tal punto de vista absoluto, ni al comienzo (ni en el origen), ni al final (momento último del despliegue de la Idea), lo que tenemos son perspectivas en pugna, irreconciliables entre sí, que no están esperando el arbitraje de una racionalidad que las contenga, las reduzca o las acerque en sus diferencias. 

Ni al comienzo ni al final encontramos la paz. La historia muestra una continuidad de guerras, de luchas, de violencias, de dominaciones, una conjunción de fuerzas que traman diferentes alianzas, que organizan hegemonías que luego se debilitan para dar lugar a otras. En este sentido, no se trata de encontrar el camino de la reconciliación, sino de desequilibrar las relaciones de dominación existentes para instaurar otras. No se trata de encontrar la verdad cercana a la paz, sino en el fragor de la batalla. Solamente comprometiéndose con una perspectiva y habitando un lado del combate, la verdad (parcial, nunca universal, nuestra verdad) puede aparecer como tal y servir a la vez como herramienta de lucha en esa batalla.

Por este motivo todo saber es, saber-poder, es decir instrumento de reconversión o afianzamiento de una determinada relación de fuerzas. Y esto es lo que nuevamente queda clausurado en la filosofía hegeliana, en la que no hay lugar para una multiplicidad de saberes que no estén contenidos como momentos de un despliegue de una racionalidad totalizante.



Volvamos a las palabras de Foucault sobre la dialéctica hegeliana:

"En el fondo, la dialéctica codifica la lucha, la guerra y los enfrentamientos en una lógica o una presunta lógica de la contradicción; los retoma en el proceso doble de totalización y puesta al día de una racionalidad que es a la vez final pero fundamental, y de todas maneras irreversible. Por último, la dialéctica asegura la constitución, a través de la historia, de un sujeto universal, una verdad reconciliada, un derecho en que todas las particularidades tendrán por fin su lugar ordenado.”

Debemos preguntarnos entonces qué tipo de consecuencias podemos vislumbrar en el plano de la acción política, de los modos de articulación del saber, de acuerdo a estos dos formas de concebir la historia. De acuerdo a la hipótesis Nietzsche, tanto las posturas esencialistas del derecho natural como la dialéctica, reducen la complejidad de la historia a una racionalidad que hay que descubrir, una vez aquietadas las aguas de la discordia. Se intentarán posturas conciliadoras, se pretenderá que nada bueno puede venir de la violencia, se invitará a deponer las armas materiales o simbólicas, se llamará a la unidad y la paz. 

Pero estos llamamientos no serían más que una táctica para hacer prevalecer una verdad que no deja de ser parcial y una paz que no es sino un modo de ocultar las dominaciones que se están ejerciendo. Para la posición nietzscheana, la derrota absoluta sería aceptar que hay una verdad universal, que todas las perspectivas queden subsumidas en un proceso de igualación que las neutralice. Se trata, por el contrario, de reactivar las luchas y de hacerlo en cada uno de los lugares en los que esas luchas se llevan a cabo. Lo que Foucault muestra muy bien es que las relaciones de poder no se concentran simplemente en un lugar privilegiado (el trono del soberano), sino que pasan a través de nosotros, se despliegan a través de diferentes relevos y alianzas de las que formamos parte. En este sentido, la invitación es la de ampliar efectivamente el campo de batalla.  

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