

Bitácora de una filosofía botánica.
Mi verso es de un verde claroY de un carmín encendidoMi verso es un ciervo heridoQue busca en el monte amparo
Cultivo una rosa blancaEn junio como en eneroPara el amigo sinceroQue me da su mano francaY para el cruel que me arrancaEl corazón con que vivo
"En noviembre de 1942, Jan Karski, resistente clandestino polaco, fue enviado como “courier” a Londres, para entrevistarse con autoridades polacas en el exilio, el gobierno de Gran Bretaña y el liderazgo judío mundial. Llevaba, entre otros mensajes, uno para el Papa solicitándole que excomulgara a Hitler y sugiriéndole que tomase medidas con aquellos católicos que participasen en actos de asesinato y barbarie. La indiferencia fue la respuesta.
Karski viajó entonces a Estados Unidos y, a poco de llegar, acompañado por el embajador de Polonia, se entrevistó con el juez de la Corte Suprema Félix Frankfurter, quien pidió detalles sobre la vida de los judíos en Polonia. Karski explicó lo que había visto y, según sus propias palabras, la reacción fue la siguiente: “Cuando terminé de contar el horror del que había sido testigo, Frankfurter se levantó, caminó algunos pasos y nos dio la espalda. Después volvió a sentarse y dijo: debo ser totalmente franco. Soy incapaz de creerle”. El embajador de Polonia, presente en la reunión, le contestó: “No puede decir que Karski miente. La autoridad de mi gobierno avala la totalidad de lo dicho”. El juez Frankfurter replicó: “Sr. Embajador, no digo que este hombre miente. Digo que soy incapaz de creerle”.
Y no fue el único “incapaz”. En la primavera de 1945 el mundo “descubrió” el horror de los campos de concentración y las fábricas de la muerte. El mundo, cubierto por las cenizas de todos los muertos, quedó sorprendido sabiendo que, si la indiferencia no hubiera estado tan arraigada, Auschwitz no hubiese sido posible."
¿Es necesario insistir sobre esto? Sí, el presente demuestra que es necesario.
Con los pobres de la tierraQuiero yo mi suerte echar
El arroyo de la sierraMe complace más que el mar
Quiero terminar este escrito caótico y más bien afiebrado con una declaración explícita de incorrección política. Recuerdo claramente el momento de los atentados del 9/11 en Estados Unidos y de Atocha en Madrid. Nunca me voy a olvidar que el atentado en España cambió el rumbo de las elecciones, que los españoles que habían participado de una invasión ilegítima a Irak -en la que murieron miles de civiles iraquíes- no pudieron ver hasta que tuvieron su propia sangre en las manos, de lo que eran responsables. Así es que yo en ese momento estaba bastante contento, o mejor dicho exultante por los atentados. No hace falta explicar el motivo, ahorren sus diatribas las almas bellas: España era un país en guerra (un país invasor para peor) al que le gustaba olvidar que lo era. Así eran, incapaces de creer como el juez Frankfurter. Como todos nosotros.