Para comenzar con el análisis de este cuento sufí es importante comprender que el gurú está ya inserto en una red de significaciones que lo preceden. Esto es, las “prácticas del culto” de las que él forma parte, son prácticas rituales instituidas, que se llevan a cabo de una forma y en un lugar específico pertenecientes a la comunidad religiosa de la India. Y si bien veremos que con la intromisión del gato, el gurú va a terminar realizando una modificación de estas prácticas, el sentido de esta modificación sólo puede entenderse sobre el fondo ya instituido en el que se encuentra. Al respecto Castoriadis afirma “Hasta el profeta trabaja en y por lo instituido, incluso si lo trastoca y toma apoyo en él.”
Es entonces sobre estas prácticas del culto como institución, desde donde partimos para nuestra interpretación del cuento. Castoriadis afirma que la visión más corriente sobre las instituciones es la ecónomico-funcional, aquella que intenta ver cuál es la función que cumple una institución en una determinada sociedad y de esta manera intenta leer en cada institución y en cada práctica que se da en ella, alguna función útil a la sociedad que la ha creado. Así podemos entender que el gurú pidiendo atar al gato, lo está haciendo con un objetivo específico que cumple una función real, la continuación sin molestias del culto de la tarde. Pero veremos rápidamente cómo esta función se comienza a autonomizar hasta presentarse completamente independiente del motivo primero por el que ataban al gato, sobre todo en el acto de traer un nuevo gato simplemente para atarlo. En este punto podemos afirmar que se está pasando al plano simbólico en el que el gato atado durante el culto, como significante, es por sí mismo una estructura de significaciones lo suficientemente densa como para que no podamos asignarle un solo significado. Si entendemos con Castoriadis que lo instituido no puede reducirse a un conjunto de funciones, entonces ya desde un primer momento el hecho de atar al gato excede la función de que continúe el culto de la tarde sin molestias. Bien podrían haberse adoptado otras soluciones, desde matar al gato hasta llevarlo a otro lugar. Entonces para Castoriadis siempre hay excedencia respecto a un significado cerrado, no solamente en el ejercicio simbólico de atar al gato siglos después, sino ya en el primer momento de atar al gato para cumplir una supuesta función específica. No podemos reducir esta acción a su función específica en el momento de hacerla por primera vez, ni aún cuando ya autonomizada de su primera supuesta función se ha transformado en símbolo. Castoriadis mismo ejemplifica la imposibilidad de reducir lo simbólico a lo funcional en el plano del ritual religioso: “los detalles tienen una referencia, no funcional, sino simbólica”.
Ahora bien, la lectura que parece proponer el mismo narrador del cuento (que nos da a los lectores una información sobre el origen de la acción de atar al gato, privilegiada sobre la información que tienen los discípulos del gurú siglos más tarde), parece ser nuevamente la de reducir el simbolismo a una funcionalidad primera. Parece querer decirnos ‘siglos después, lo que tenía una simple función práctica, ha devenido autónomo, es símbolo al que los nuevos discípulos asignan significados que en realidad son arbitrarios y no guardan relación con su significado originario’. Pero desde el punto de vista de Castoriadis, podemos afirmar que esta postura del narrador que critica los “doctos tratados” porque desconoce la función original de atar al gato, es tan reduccionista como lo que denuncia. Porque supone que sí hubo un primer momento originario donde había una función que cumplir, donde no había excedencia, donde el gato-atado como significante y el ritual-sin-distracciones como funcionalidad, formaban parte de un núcleo cerrado y suficiente en sí mismo. De acuerdo a Castoriadis lo simbólico no se adapta completamente a lo funcional en ningún caso y tampoco es sencillo determinar el límite exacto entre lo funcional y lo simbólico. ¿Es el primer momento en que atan al gato puramente funcional? ¿Es el gato atado siglos después puramente simbólico? En ambos casos la respuesta debe ser negativa.
Afirmamos entonces que siempre hay una excedencia y ella se asienta, tiene su origen, se enraíza, en lo imaginario. Lo imaginario radical es lo que permite la creación y la transformación, el principio inaccesible que es capaz de crear nuevas significaciones y entonces puede instituir allí donde encuentra lo instituido. En la práctica ritual instituida en el Ashram, aparece el momento instituyente del gurú. No es, afirma Castoriadis, que haya una necesidad a la base (que el gato deje de molestar) y desde ahí se actúa, se instituye un acto funcional y simbólico. Sin la existencia del imaginario radical no podríamos siquiera hablar de una necesidad, no habría un sentido por el cual en la comunidad religiosa se pudiera llegar a un acuerdo (aunque sea tácito) sobre las molestias que causa el gato. Desde allí aparece como imagen, lo imaginario segundo o efectivo, que es ya lo que podemos interpretar como simbólico.
“Si dijimos que el simbolismo presupone lo imaginario radical, y se apoya en él, no significa que el simbolismo no sea, globalmente, sino imaginario efectivo en su contenido.”
De allí que Castoriadis afirme que para muchas sociedades la ley está dada por Dios, lo imaginario por excelencia, aquello a lo que no se puede propiamente asignar una función ni encerrar en un símbolo, lo que es propiamente irrepresentable y es excedencia por definición. El sentido último, la divinidad, es ubicua e inasible. Es por eso que la sociedad como tal estará siempre sujeta al cambio y a la transformación y no podremos hablar nunca de unas instituciones que colmen de una vez y para siempre las necesidades de ella. Sostiene Castoriadis que estas necesidades surgen de lo imaginario y por esto se recrean continuamente. En este sentido podemos leer la afirmación del final del cuento cuando los discípulos abogan por “la realización del culto como es debido”. Se puede tratar tanto la de la primacía de lo imaginario sobre lo funcional, la alienación y autonomización de lo instituido (el gato devenido símbolo separado de su función originaria); como también de una nueva forma de lo instituyente que surge por sobre lo instituido anteriormente (el gato como parte indispensable en el ritual). En lo imaginario encontramos la raíz tanto de la alienación como de la creación.
3 comentarios:
Que post tan instituyente en mi despertar reflexivo de hoy. lo comprendí mucho, y estoy de acuerdo (jaja, se nota que Castoriadis es de este siglo al menos, más transparente para mi que lo inentendible monodológico de ayer, jajaaj).
pero además me dan mucha pena los gatitos de Asham.
antes deciamos, lo instituido y lo instaurado, en la materia psico social de la carrera de psico , capaz que lo traducíamos mal...
pobre y sufrido gatito
por tan inclemente rito
el felino instituyente
soporta al hombre, paciente
DIEGO
Visitá alguna vez a LEYENDAS DE ORIENTE DE OZ, http://leyendas-de-oriente.blogspot.com/ es un chico que hace artes marciales pero ese blog es hermosísimo, parecido a este post
sigo viendo DANCIN DAYS, (mi telenovela brasilera favorita, con Sonia Braga y Gloria Pires
http://www.youtube.com/watch?v=yF4pJjrgUk0&NR=1
Me quedo pensado en la imaginación como motor de lo instituido para transformarlo, pero también, en la ineludible ¿'necesidad'? de institucionalización de las/algunas transformaciones. Me parece que hasta cierto punto, como se ve en el texto, la transformación no se entiende sin un contexto, pero, a la vez, lejos de una reflexión de la lógica del devenir quisiera pensar que hay transformaciones que pueden apuntar a la búsqueda (no tanto instituyéndola, sino procurándola, suscribiendo sus fallos. Con lo cual me gustaría señalar un aspecto ético: el de la búsqueda del bien, que remonte la lógica instituyente.
También quiero decir que me gustó mucho la entrada. Me pareció muy buena. Felicidades Diego. Atte. Moy
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