Este sentido de la búsqueda está asociado a la alimentación desde los momentos iniciales de la mitología judeo-cristiana. Así se lo recuerda una voz a Dante y a los dos poetas que lo acompañan, en la sexta cornisa del Purgatorio: “Seguid andando y no os aproximéis: / un leño hay más arriba que mordido / fue por Eva y es éste su retoño.” La tentación encarna en fruto, en alimento prohibido, en búsqueda no permitida. “Ama a Dios que te ha creado” parecería poder intercambiarse por “Ya estás saciado”. Y desde esta lectura, el castigo por no aceptar el estado de saciedad no es tal, sino simplemente una afirmación de que nunca lo estaremos, de que somos seres siempre caídos, seres siempre en busca de, seres insaciables. Volviendo al texto de Amélie Nothomb podemos leer: “El hambriento es un ser que busca… …Hay en el hambre una dinámica que prohíbe aceptar el propio estado. Es un deseo que resulta intolerable.”
El apetito entonces se extiende mucho más allá de lo propiamente nutritivo –de otra manera no habría pecado alguno- y puede serlo de todo lo que nos rodea. “si sólo se hubiera tratado de hambre de alimentos no habría sido tan grave. ¿Pero existe realmente eso de tener sólo hambre de alimentos? ¿Existe un hambre de estómago que no sea el indicio de un hambre generalizada? Por hambre yo entiendo esa falta espantosa de todo el ser, ese vacío atenazador, esa aspiración no tanto a la utópica plenitud como a la simple realidad: allí donde no hay nada, imploro que exista algo.” Tal vacío intenta vanamente saciarse en distintos objetos. Amélie Nothomb confiesa su debilidad por los dulces, especialmente por el chocolate. “Cuando me quejaba de la prohibición de dulces, mi madre me decía: ‘Se te pasará.’ Error. No se me pasó. Al alcanzar mi independencia alimentaria, empecé a nutrirme exclusivamente de golosinas. Y en eso sigo. Y me va de maravilla. Nunca me he encontrado mejor.” Pero también dijimos que el alimento excede lo nutricional en su objeto y así Amélie tiene hambre de lenguaje: “Yo sólo hablaba un idioma: el franponés… …¿Cómo no tener hambre de franponés?... …No tenía hambre de inglés, esa lengua excesivamente cocida, puré de sonidos sibilantes, chicle masticado que se pasaba de boca en boca. El angloamericano ignoraba lo crudo, lo asado, lo frito, lo cocido al vapor: sólo conocía lo hervido.” Y apetito de personas: “Tenía hambre de Nishio-san, de mi hermana y de mi madre… …de la mirada de mi padre, pero no de sus brazos.” Esta diversidad del objeto apetecido está en estrecha relación con la utilización del término “apetito” para referirse a cualquiera de los pecados en el texto de Aquino. Por ejemplo la soberbia es “apetito desordenado de la propia excelencia.” La concomitancia entre lo erótico y lo apetecible debe seguir siendo profundizada.
“Del lado en que el camino se cortaba / caía de la roca un licor claro, / que se extendía por las hojas altas.” Así introduce Dante Alighieri uno de los aspectos más importantes que me gustaría tratar respecto al pecado de la gula, el relacionado a la bebida. En primer lugar, la alusión al licor no es casual, las llamadas “bebidas espirituosas” tienen efectos directos sobre nuestros sentidos y facultades y un poder para desordenarnos o desequilibrarnos que a nadie deja indiferente. Amélie Nothomb cuenta en la época en la que iba al jardín de infantes “nadie me veía coger las copas de champán abandonadas y a medio vaciar. De entrada, el vino dorado con burbujas fue mi mejor amigo: aquellos burbujeantes sorbos, el placer del baile de las papilas, esa manera de emborrachar tan rápido y de un modo tan liviano, era lo ideal.” La ebriedad infantil que a veces resultaba en resaca en el jardín de infantes, se acentuó en New York con las salidas a tomar whisky sour on the Rocks. Pero la creación de las bebidas dionisíacas no corresponde a Dios, sino a uno de sus hijos predilectos. Poco después del gran diluvio y quizás para poder sobrellevar una vida nueva –pero otra vez plagada de sombríos presagios- Noé inventa la herramienta más extendida de modificación del estado de la conciencia. Las burbujas danzantes, el intento por volver nuevamente a ese éxtasis primero de la niñez, donde el orden y la medida son continuamente reinventados.
Michel Onfray afirma respecto al estado de embriedad –el límite entre la embriaguez y la ebriedad, donde todavía no hemos rendido completamente nuestro cuerpo a la bebida y aún podemos experimentar como sujetos- esta vuelta a la niñez que se intenta realizar mediante el alcohol. “La pasión que anima la voluntad de embriedad es un eco lejano de las prácticas infantiles. Hay una aspiración a la regresión en el deseo de deshacerse de las pesadeces de la existencia recurriendo únicamente a ese procedimiento. Y pienso que, entre los juegos elegidos de aquellos que aún escapan, y por poco tiempo, a los rigores del mundo adulto, existe una serie de actividades que dependen más específicamente de lo que Roger Caillois llamaba el ilinx, la apetencia por el vértigo, la voluntad de hacer explotar, siquiera por un instante, la estabilidad de la percepción para infligir a la razón tiránica y a la conciencia, habitualmente encargadas de realizar el equilibrio y la medida, un pánico voluptuoso que desemboque en un espasmo, una suspensión de las categorías apolíneas.” Cuando Amélie Nothomb adulta, haciendo su propia biografía del hambre, afirma que de chica se emborrachaba junto con sus padres, y que llegaba con resaca al yoochien (jardín de infantes), está contando la crónica de su propio seguir siendo niña, de evadir las reglas de una educación que tendía a convertirla rápidamente en adulta. “Enseguida encontré la solución: bastaba escaparse del yoochien.”
El vino viene al mundo poco después del diluvio. Aguas infinitas que invaden todos los cuerpos, que todo lo inundan, ¿no será esa la desmesura? El nuevo desordenamiento del anterior orden infame. Podemos leer en la autobiografía de Nietzsche: “El agua basta… Yo tengo predilección por los sitios en donde se ofrece siempre ocasión de acceso a las fuentes manantiales (Niza, Turín, Sils): un vaso de agua corre detrás de mí como un perro. In vino veritas; parece ser que yo también estoy en este punto en oposición con todo el mundo sobre el concepto de verdad; para mí el espíritu se mueve sobre las aguas…” Más que oposición, complemento entre la verdad del vino y la verdad del agua. Coincidencia en la inquietud de las aguas. Volvamos a la biografía de Amélie Nothomb. “Adorar el alcohol no me impedía venerar el agua, a la que tan unida me sentía. El agua iba dirigida a una sed distinta a la del alcohol: mientras este último apelaba a mi necesidad de ardor, de guerra, de baile, de sensaciones fuertes, el agua, en cambio, le murmuraba alocadas promesas al desierto ancestral contenido en mi garganta.”
La ‘potomanía’ es el nombre de este descubrimiento que la lleva a tomar inmensas cantidades de agua, a rodearse de ella. En la entrada de los templos Shinto japoneses, siempre hay una fuente con agua que corre continuamente y se toma de ella para purificarse antes de entrar. En ese contexto aprendió Amélie que la experiencia precede al concepto. “De todas las bellezas, el agua era la más milagrosa. Era la única que no consumías únicamente con los ojos y que, sin embargo, no disminuía. Bebía litros y seguía quedando la misma cantidad. El agua desalteraba sin alterarse y sin alterar mi sed. Me enseñaba el auténtico infinito, que no es una idea o una noción, sino una experiencia… …En un mundo en el que todo se contaba, en el que las porciones más incongruentes todavía parecían tener su origen en una u otra forma de racionamiento, el único infinito fiable era el agua, grifo abierto conectado a una fuente eterna.” El movimiento perpetuo de la sed, el hambre insaciable, no pueden más que llevar nuevamente a la idea del infinito, la cual nos reconduce otra vez a la divinidad. Todo deseo infinito se hace carne, se experimenta como un hambre de mundo que nos lleva a algún tipo de búsqueda. De la pueril experiencia del hambre fisiológico a la experiencia mística hay una distancia mucho menor de la que parece.
(continúa...)
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