domingo, 18 de abril de 2010

SERAPHINE



El francés René Descartes afirmó que hay dos sustancias separadas e independientes. Gustaba llamarlas res cogitans y res extensa. Su compatriota Séraphine, sabe que esa tal separación es falsa, insuficiente para explicar su relación con el mundo natural, con los árboles, las hojas, con la materia prima de sus pinturas. También es insuficiente para explicar su relación con el mundo sobrenatural, mediado, entreverado con esa naturaleza. Panteísmo y cristianismo en una particular fusión que hacen de la vida de Séraphine el punto de equilibrio precario entre lo trascendente, lo inmanente y el existente humano. La intensa relación que tiene Séraphine con lo matérico es, sin lugar a dudas, de una profunda espiritualidad. Los ángeles con quienes habla Séraphine la mantienen despierta por las noches, pintando febrilmente gigantescas hojas, marañas de frutos salvajes que se multiplican como plagas.


Séraphine es capaz de robar, de cometer pequeños pecados para conseguir los materiales con los que trabajará con sus manos. La relación entre la artista y sus pinturas, es la de la cocinera con sus guisos, Séraphine tiene sus secretos de cocina que le permiten conseguir los rojos más intensos. El daimon le ordena pintar, y ella obedece, como lo hace con las señoras que la contratan para fregar pisos y lavar sábanas en el río. Pero a ella no le importa su condición de pobreza, pero a ella parece que no le importa su condición de pobreza. Así es que apenas puede, Séraphine se lanza a concretar sus sueños, sus planes que la saquen de la humillación constante, el vestido de novia, la inmensa mansión, la platería. Este movimiento súbito la desequilibra definitivamente. Ya todo el mundo: hombres-árboles-ángeles debería amarla, debería estar con ella. Ya en su obra todos podrían fundirse en un gesto infinito de admiración. Pero el mundo se rebela incapaz de este infinito amor, el mundo es contingente, el mundo es absurdo, el mundo la sigue humillando aún triunfante.


Séraphine enloquece porque no hay posibilidad de redención divina o terrena. ¿Qué motivo habría para seguir operando en el simulacro de la normalidad?

1 comentario:

Luis González dijo...

Me gusta tu comentario y todo el entramado de formas y colores que desvelas en Seraphine. La relación con lo matérico invade ese equilibrio precario y al invadir mantiene sin forzarnos a la quiebra cartesiana.

Descubro tu cuaderno de notas; te anoto.