miércoles, 11 de noviembre de 2009

PRO TEMPORE


Hay quienes dicen que la felicidad dura solo un momento y que, como todo instante, tiende a desvanecerse para quedar transformado en simple recuerdo. Esta posición tiene gran cantidad de adeptos, ya que entiende a la felicidad como un estado de la conciencia y esta última -aunque en determinados misticismos parece ser capaz de encarnarse en distintas formas- no es otra cosa que un relato que enhebra fugacidades por lo demás inconsistentes entre sí.


Es de todas maneras notable que, para ciertos individuos, más que un estado de conciencia la felicidad es algo así como una facultad del alma. Es sabido que las facultades, como las curvas de un camino, son limitadas y están pre-definidas en base a oscuras instancias divinas o aún más oscuros designios culturales.


Si esto último es cierto, entonces la felicidad deja de ser una pura escenificación temporal, como el enojo, para transformarse en algo connatural al hombre, que puede o no ser desplegado con la ayuda de detonantes internos o extemporáneos. Ciertamente no deja por eso de estar atada al devenir, pues es el hombre el sustrato en el que se manifiesta. Pero en este caso el hombre pasa a ser vehículo de algo que, en cierta forma, ya estaba allí esperándolo, listo para cambiar el mundo.


No hay nada que pueda manifestarse sin que antes allí estuviera en alguna de sus formas. Sea lo que sea la felicidad, estamos condenados a encontrarla. Y a extraviarla.


La noche está pesada y no hay nadie a quien decir que el calor me aplasta.

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