Eugenia: Pero, Dolmancé, creo que es el análisis de las virtudes el que nos llevó al examen de las religiones. Volvamos a ello. ¿No existirán en esta religión, aunque ridícula, algunas virtudes cuyo culto pueda contribuir a nuestra dicha?
Dolmancé: Examinémoslo. ¿Será la castidad, esa virtud que sus ojos destruyen, aunque en conjunto sea su imagen? ¿Reverencia usted la obligación de combatir todos los impulsos de la naturaleza? ¿Los sacrificará usted a todos al vano y ridículo honor de no tener jamás una debilidad? Sea honesta y responda, bella amiga: ¿cree usted encontrar en esa absurda y peligrosa pureza del alma tantos placeres como el vicio contrario?
Eugenia: No, le doy mi palabra que no siento la menor inclinación a ser casta y sí, por el contrario, la más grande disposición al vicio.
Donatien Alphonse Francois, Marqués de Sade. FILOSOFÍA EN EL TOCADOR
Dolmancé: Examinémoslo. ¿Será la castidad, esa virtud que sus ojos destruyen, aunque en conjunto sea su imagen? ¿Reverencia usted la obligación de combatir todos los impulsos de la naturaleza? ¿Los sacrificará usted a todos al vano y ridículo honor de no tener jamás una debilidad? Sea honesta y responda, bella amiga: ¿cree usted encontrar en esa absurda y peligrosa pureza del alma tantos placeres como el vicio contrario?
Eugenia: No, le doy mi palabra que no siento la menor inclinación a ser casta y sí, por el contrario, la más grande disposición al vicio.
Donatien Alphonse Francois, Marqués de Sade. FILOSOFÍA EN EL TOCADOR
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