miércoles, 7 de mayo de 2008

KANT Y LA BELLEZA

Kritik der Urteilskraft es la obra en la que Kant hace ingresar al campo de la estética en el sistema de su filosofía crítica. La introducción de esta tercera y última Crítica está abocada justamente a precisar el papel de este ámbito específico, en consonancia con lo ya elaborado en la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón práctica. Y esto es de una importancia cabal, porque el trabajo crítico kantiano se ha ocupado de delimitar las áreas de conocimiento a las que podemos realmente acceder.

Estableciendo facultades irreductibles entre sí, Kant confina a cada una a su propio espacio de desarrollo y aplicación. El entendimiento se encargará de conocer a la naturaleza (como fenómeno, claro está); la razón postulará ideales en el ámbito de la libertad, en un intento por despegar al hombre del férreo determinismo causal que rige lo fenoménico, haciendo base en la facultad de desear; la facultad de juzgar, por último, que es la otra cara del sentimiento de placer y de dolor, se ocupará de la finalidad en la naturaleza. En otras palabras intentará hacer de ligazón entre el mundo de la naturaleza y el mundo de la libertad, que hasta este momento se presentaban irreconciliables.


Según la distinción establecida en el parágrafo IV de la Introducción, los juicios estéticos caerán en el tipo de juicio que Kant llama reflexionante. A diferencia de los juicios determinantes, que no hacen más que subsumir lo particular en la ley universal que le es dada por el entendimiento; el juicio reflexionante no tiene ninguna ley que le sea dada a priori, y tampoco puede sacar este principio de la empiria, porque en este caso no tendría poder ninguno como ley. El juicio reflexionante prescribe su propia ley, pero no lo hace a la naturaleza, sino a sí mismo, esto es lo que Kant llama heautonomía.

Ahora bien, si el juicio reflexionante no toma sus principios del entendimiento, no estamos entonces en el ámbito del conocimiento y nos encontramos en un espacio preconceptual. Este juicio se ocupa de lo particular que se nos presenta y de su relación con el propio sujeto que juzga. La finalidad de las cosas, que está perimida en el conocimiento y que no podemos inferir de ninguna de sus cualidades, la podemos afirmar en el modo del “como si” cuando en el juicio reflexionante y sin concepto alguno, va unido un placer.

Está clara entonces la distinción entre facultades y ámbitos de aplicación, que hacen que el juicio estético no se base en conceptos. Encontramos en la pura forma del objeto, anterior a cualquier conocimiento del mismo, un placer y entonces decimos del objeto que es bello. Pero esta belleza pretendemos que todos la tengan que juzgar como tal, pretendemos entonces que este placer sea “juzgado como necesariamente unido, y consiguientemente, no sólo para el sujeto que aprehende aquella forma, sino para todo el que juzga en general”.

La Analítica de lo bello se divide en cuatro momentos, que conformarán cuatro aspectos distintos para comprender el concepto crítico de lo bello. Desde el punto de vista de la cualidad, se juzga al objeto desinteresadamente, es decir, sin un interés en su existencia como en el caso del agrado. En este último caso, hay motivos privados por los que nos place el objeto. En cambio, como dijimos, cuando decimos que algo es bello, pretendemos que todos los demás lo juzguen de igual manera. Por esto, según la cantidad “bello es lo que , sin concepto, place universalmente”. Esta es la universalidad de lo bello que creemos exigible a los demás. Pero se trata de una universalidad subjetiva. Subjetiva es sin dudas desde el momento en que esta universalidad no depende de conceptos del objeto, sino del placer que siente el sujeto. Universal es porque se la exigimos a todos los otros sujetos, porque el juicio es reflexionante, no determinante. Es decir, la universalidad de la satisfacción se extiende sobre los sujetos no sobre conceptos de los objetos.
Desde el punto de vista del juicio estético en relación con los fines, en la belleza el sujeto reflexionante encuentra solamente la forma de la finalidad, pero ningún fin. Esta finalidad sin fin es la base de nuestra satisfacción y esta satisfacción está dada por el libre juego de nuestras facultades (imaginación y entendimiento). Este libre juego de las facultades se da justamente porque no tenemos intención de conocimiento, porque el juicio de gusto es desinteresado, como dijimos en el primer momento. Si el objeto es conforme a fin, es decir si el juicio reflexionante encuentra satisfacción desinteresada, llamaremos bello al objeto, y pretenderemos entonces que lo sea “para todo el que juzga en general”, en el sentido de universalidad subjetiva anteriormente expuesto. El cuarto momento de la Analítica de lo bello, según la modalidad de la satisfacción en el juicio estético, la afirma como necesaria. Y esta necesidad que es subjetiva, se representa como objetiva “bajo la suposición de un sentido común”. Mi juicio necesario y subjetivo será un ejemplo de este sentido común que postulo como forma ideal, bajo la cual todos los juicios subjetivos tomarán el mismo sentido.

¿Qué y cómo es entonces la belleza en este sistema kantiano? En primer lugar, es la esperanza de una concordancia entre el mundo sensible y el suprasensible. Es el primer indicio de que este abismo puede ser salvado, si no desde el conocimiento, al menos desde el sentimiento. El juicio de gusto, que afirma la belleza de la naturaleza, está afirmando entonces una finalidad, sin basarse en concepto alguno y esto permite el libre juego de entendimiento e imaginación, que genera el placer por el cual identificamos a lo bello.

El giro crítico, esta vez en terreno estético, se ve claramente en el momento en que lo bello no es ya una propiedad de los objetos, sino un placer que encuentran los sujetos en la contemplación de los objetos, por el libre juego de sus propias facultades.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente explicación de una obra muy compleja y oscura.
Me parece muy acertado por parte de Kant que cuando "uno" pretende la objetividad de la belleza por poner el ejemplo en una película (de todas maneras Kant está hablando más bien de la naturaleza y no tanto del arte creado por el hombre, y de éste último prefiere la forma al contenido) no acepta que el "otro" diga lo contrario... sus facultades deben de estar funcionando mal.