Fui a ver al cine la película "El precio de un hombre" de Stéphane Brizé. En una línea que continúa, de alguna manera, las reflexiones de Laurent Cantet en "Recursos humanos" y "El empleo del tiempo", el argumento se centra en la experiencia laboral constituyendo nuevas formas de subjetividad y comunidad en tiempos de neoliberalismo.
Lo primero que hay que decir es que el título elegido para su estreno en nuestro país es, como mínimo, desafortunado. Ni que hablar del slogan agregado al afiche: "Todos tenemos un límite moral y deberemos ponerlo a prueba algún día". Porque no se muestra la historia de alguien cuyos límites morales son tentados por una oferta que no se puede rechazar, no se trata del problema de la Tentación.
El protagonista, Thierry, desde el comienzo de la película se resiste a la situación en la que se encuentra. Víctima de un recorte de personal de una gran empresa, lo encontramos en una oficina seguramente estatal, quejándose de que para conseguir empleo le hicieron realizar un curso para manejar grúas y después le dicen que no hay forma de que consiga trabajar manejando grúas si no tiene experiencia laboral. A partir de esa escena inaugural, asistimos a la tensión entre lo que el sistema ofrece a un desempleado a quien le urge trabajar para mantener a su familia y las resistencias que provoca en Thierry entrar en ese traje que todo el tiempo lo incomoda.
La maquinaria en la que el desocupado es escupido por la empresa funciona como un sistema de evaluación constante, en el que la pérdida de autonomía monetaria implica más que nunca un gobierno compartido de la vida, donde entran agentes bancarios, estatales, empresariales, escolares y compañeros de trabajo.
Escena tras escena Thierry es evaluado y humillado. Es obligado a humillarse a sí mismo: sí, estaría dispuesto a ganar menos dinero que antes; sí, estaría dispuesto a trabajar en horarios flexibles; sí, estaría dispuesto a formar parte de la maquinaria de evaluación y vigilancia. Lo que opera el sistema es una disponibilidad casi absoluta. Sin embargo, dijimos que desde un comienzo Thierry se resiste a la disponibilidad absoluta.
El título original de la película nos abre un panorama bastante más amplio. La loi du marché o "La ley del mercado". Estamos por supuesto en la senda de Marx, la fuerza de trabajo es lo único que tiene Thierry para intercambiar en el mercado y eso es lo que puede llevar a una lectura que tienda un puente con el título en español. Todo hombre (sin capital) tiene un precio en el mercado de trabajo. Hay un precio de mercado para sus horas de trabajo, pero hay otro costo, aún más grande (y es aún más grande en este sentido la enseñanza de Marx) llamado cosificación y alienación. Hay un modo de vida individual y social que el capitalismo talla en sus trabajadores.
Veamos entonces un punteo rápido de los principales problemas que la película muestra para dar cuenta de un mercado de trabajo contemporáneo y un estilo de vida moldeado de una manera que difiere en muchos aspectos del modelo fabril del siglo XIX:
1) Vigilancia y control. De Foucault a Deleuze, de Vigilar y castigar al Post-scriptum sobre las sociedades de control vemos multiplicarse los métodos y sistemas de evaluación: algunos más tradicionales, como las evaluaciones que el hijo de Thierry debe pasar en su escuela para poder llegar a la Universidad, otros bien contemporáneos como el control de la oficina de empleo, la intromisión hasta niveles inauditos del agente bancario en la vida íntima. Como una amarga lección de la sumisión a este nuevo sistema Thierry sólo consigue trabajo como vigilante en un supermercado, allí se transforma en un engranaje más de la gran maquinaria de control.
2) Pequeñas diferencias. La característica de este control, como ya afirmó Deleuze, es la de la competencia contra uno mismo. La "superación" de los registros anteriores vale para todos: alumno, desempleado, agente bancario, gerente de empresa. Una pequeña diferencia arruina las vidas: el chico no puede ir a la universidad no por ser mal alumno, sino porque baja su rendimiento,; la empleada del supermercado se queda sin trabajo no por faltar o robar dinero o trabajar mal, sino por quedarse con algunos puntos del programa de recompensa. Durante toda la película asistimos a escenas de negociación en las que un evaluador exprime hasta más no poder las desventajas sobre el evaluado: sus deseos, sus necesidades, sus ambiciones.
3) No hay afuera. La ley del mercado no implica simplemente que todo tiene un precio, que todo hombre tiene un precio, que todo se transforma en mercancía. No se trata de un problema de intercambio. La ley del mercado demanda crecimiento, acumulación, hasta en los lugares más marginales pensables. La ley del mercado premia/demanda/incentiva el esfuerzo, multiplica los puntos de vigilancia intra e interpersonales y sobre todo, no permite siquiera soñar con un afuera. Si por algo queda entrampado Thierry en esa cadena de humillaciones es porque no puede vislumbrar otra posibilidad de vida que la que se le ofrece. La tragedia es que la resistencia de Thierry no llega a encauzar un proceso creativo hacia un exterior posible.
lunes, 18 de enero de 2016
miércoles, 23 de diciembre de 2015
VERDAD Y MÉTODO EN WALTER BENJAMIN
Existen fuerzas terribles que
constantemente le amenazan y que oponen a la verdad científica “verdades” de un
tipo completamente diferente con las más diversas etiquetas.
Friedrich Nietzsche
Conocemos el enorme escenario de conflictos sociopolíticos
que signó a Europa durante la primera mitad del siglo XX. No podemos dejar de
mencionar las dos grandes guerras, el ascenso de los fascismos y las
revoluciones comunistas. Sabemos también que la magnitud de estos sucesos, así
como la enormidad de las matanzas cometidas, tuvieron a la base un desarrollo
científico-tecnológico sin precedentes. Fueron consecuencia directa del
avanzado estadio técnico tanto las bombas atómicas arrojadas sobre la población
civil japonesa, como la puesta en marcha de la “solución final” (Endlösung der Judenfrage) planificada y ejecutada de acuerdo a un modelo de
producción industrial. Pero aún más allá de estas inconmensurables atrocidades,
podemos afirmar que la encrucijada histórica de esos años en Europa no pudo
haber tomado esas dimensiones ni esos derroteros si un continuo y cada vez más
acelerado avance de la ciencia y la tecnología no hubiera generado enormes
cambios en los modos de vida de sus habitantes. De alguna manera la promesa de
la Ilustración, el indefinido progreso moral y material, había concluido en una
catástrofe sin precedentes.
En ese convulsionado panorama son pocos sin embargo los que
se atrevieron a sostener una actitud crítica respecto a la forma de pensar cómo
se produce el conocimiento, que consecuencias sociales y políticas conlleva o cuáles
son las fronteras de lo que puede ser considerado verdadero, tanto en el nivel
de las ciencias naturales como en el de las humanas. Sabemos que una de las
tradiciones más fuertes en el ámbito de la epistemología, el positivismo
lógico, enraíza históricamente en estos momentos. Para esta corriente de
pensamiento, el conocimiento científico debe revestir características que se le
asignan a las denominadas “ciencias duras”: universalidad, forzocidad,
formalidad, neutralidad ética[1].
Privilegiando una historia interna de la ciencia, el neopositivismo se ocupó de
organizar el lenguaje científico de tal forma que nada externo a ella
interfiriera en la búsqueda del conocimiento. El progreso ilimitado que propuso
la Ilustración y que fue refrendado por el positivismo, encontraba aquí
entusiastas epígonos que allanarían el camino hacia una acumulación de
conocimientos y un acercamiento continuo hacia la verdad[2].
Walter Benjamin compartió con varios
de los positivistas lógicos la grave situación económica y social de la
República de Weimar y el ascenso del nacionalsocialismo al poder. Como muchos
de los que se agrupaban en el denominado Círculo de Viena, tuvo que huir de las
zonas de influencia de Alemania a medida que se multiplicaban las persecuciones
y sabemos que su trágica muerte en Port-Bou, fue consecuencia de los
contratiempos que sufrió en su desesperado escape de la Gestapo. Sin embargo,
allí se detienen las semejanzas. Benjamin se distingue explícitamente de toda
raigambre positivista y encontramos en cambio coincidencias con los desarrollos
que más tarde haría la tradición de epistemología francesa (Bachelard, Canguilhem,
Foucault). Aunque no es nuestra intención afirmar que Benjamin haya sido un
epistemólogo, sí queremos hacer énfasis en sus formulaciones y
problematizaciones explícitas sobre este campo: el conocimiento, la verdad y el
método fueron parte importante de sus reflexiones. Entendemos que sus
concepciones filosóficas, estéticas, históricas y políticas estuvieron
atravesadas por la emergencia de teorizar lo que iba construyendo un pensador
original como pocos. Sus reflexiones sobre el conocimiento no tuvieron como
origen el intento de poner a prueba los resultados de una comunidad neutral de
investigación o la pretensión de encontrar la fórmula que permita distinguir al
conocimiento científico del pseudocientífico; Benjamin tuvo que ensayar métodos
novedosos en el contexto de una lucha política que fue crucial no solamente
para él sino para el destino mismo de Occidente. Hemos afirmado que estas
reflexiones tienen puntos en común con la epistemología francesa, pero no
pueden reducirse a ella y creemos que tienen aportes originales para contribuir
a una epistemología ampliada. La finalidad de este breve trabajo es intentar
señalar algunos de estos aportes y entendemos que es una investigación que
merece ser profundizada.
Lo que constituye la singularidad de
Benjamin es la heterogeneidad de influencias que fueron conformando su
pensamiento y el atravesamiento histórico particular en el que se encontraba.
La tradición mesiánica judía fue desde su formación universitaria y en adelante
a través de su amigo Gershom Scholem, uno de sus pivotes fundamentales. Por
otro lado, a partir de la amistad con Ernst Bloch y luego de la lectura de Historia y conciencia de clase de Georgy
Lukacs en 1923, Benjamin se proclamará materialista histórico y formará parte
de la tradición marxista, aunque debamos hablar de un marxismo heterogéneo: “La
experiencia de nuestra generación: que el capitalismo no morirá de muerte
natural.”[3]
¿Cómo pueden conjugarse marxismo y teología? ¿No parten acaso de fundamentos
completamente contrapuestos? Sumemos a estas dos grandes tradiciones las
influencias artísticas que en Benjamin tienen un peso capital: Baudelaire,
Valéry, Kafka, Proust; mencionemos también las lecturas de Nietzsche, la
influencia del psicoanálisis freudiano y el peso de la teoría crítica, sobre
todo de la mano de su amigo Theodor W. Adorno. Podríamos sin duda adjudicarle a
Benjamin las palabras que Friedrich Nietzsche le dirigiera a Rohde en 1870:
“Ciencia, arte y filosofía crecen ahora tan juntos dentro de mí, que en todo
caso pariré centauros.”[4]
Desde las ortodoxias, la filosofía de Benjamin es ciertamente monstruosa, sobre
todo porque articula una extraña convivencia de elementos pertenecientes a
reinos extraños entre sí. Veamos entonces algunas de sus preocupaciones sobre
la problemática del conocimiento. No hay ciertamente un tratado o una obra
dedicada específicamente al tema y es necesario tener en cuenta gran parte de
sus publicaciones en las que aparecen desarrollos más o menos extensos sobre el
problema de la verdad y el método. Aprovecharemos, sin embargo, la sección de
su Libro de los pasajes[5]
titulada “Teoría del conocimiento, teoría del progreso” porque encontramos
concentrados allí una cantidad de aportes suficientemente ricos para esta breve
aproximación.
Lo
primero que tenemos que señalar, es que Benjamin pretende separarse
tajantemente de las concepciones continuistas de la temporalidad y del saber.
Es menester entender que las formas tradicionales de dar cuenta del saber están
inscriptas en un modo de comprender el tiempo como homogéneo y continuo.
Solamente en esa línea de tiempo puede el positivismo dar cuenta del progresivo
avance en los “descubrimientos” que llevan a un acercamiento hacia la verdad
que está esperando por fuera de la temporalidad humana. En cambio, para
Benjamin no hay verdad por fuera del tiempo y ésta se manifiesta justamente en los
instantes en los que se articula una conjunción particular que irrumpe como una
iluminación. “Hay que apartarse decididamente del concepto de ‘verdad atemporal’.
Sin embargo, la verdad no es –como afirma el marxismo- únicamente una función
temporal del proceso de conocimiento, sino que está unida a un núcleo temporal,
escondido a la vez tanto en lo conocido como en el conocedor.”[6]
Ni atemporalidad, ni proceso, sino momento único en el que algo estalla entre
los dos polos del conocimiento: entre el sujeto que conoce y lo conocido hay
una posible unión en la que ambos se precisan. De esta manera Benjamin marca
las enormes diferencias que lo separan de una tradición marxista-hegeliana en
la que la verdad se va desplegando en la temporalidad misma. Si el núcleo de
esa temporalidad que irrumpe está escondido, aparecerá como corte, como
fogonazo iluminador, como instantánea fotográfica, aquí queda en evidencia la
matriz teológico-mesiánica de Benjamin. “En los terrenos que nos ocupan, sólo
hay conocimiento a modo de relámpago. El texto es el largo trueno que después
retumba.”[7]
Dijimos que pretendemos mostrar
algunos puntos en común con la epistemología francesa. En este sentido es
pertinente traer aquí las reflexiones sobre la verdad-cielo y la verdad-rayo
que Michel Foucault contrapone y articula en su curso El poder psiquiátrico de 1973-74 en el Collège de France. Allí afirma que el saber científico supone que hay verdad en
todo momento y en todos lados, se accederá a ella más fácilmente o no, se
utilizarán instrumentos, pero la verdad recorre el mundo y no hay nada a lo que
no pueda preguntársele “¿quién eres, en verdad?”[8]
Esta verdad la puede decir quien quiera, mientras cuente con los medios, “los
instrumentos necesario para descubrirla, las categorías indispensables para
pensarla y el lenguaje adecuado para formularla en proposiciones”[9].
Foucault llama a esto ‘una tecnología de la verdad demostrativa’. Esta
concepción moderna de la verdad recubre y tapa una anterior, que pensaba que la
verdad tiene su tiempo y su lugar, su geografía y su kairos. Foucault ejemplifica con el oráculo de Delfos, con la
alquimia, con la medicina hipocrática. Esta verdad tiene sus mensajeros
exclusivos (adivinos, sabios, locos), es una verdad no universal, sino rara, dispersa,
una verdad acontecimiento. “Esta verdad discontinua podría recibir el nombre de
verdad rayo, en contraste con la verdad cielo, universalmente presente bajo la
apariencia de las nubes.”[10]
En la verdad-cielo-demostrativa se trata de conocer y la relación es
sujeto-objeto. En la verdad-rayo-acontecimiento hay una relación arriesgada,
“belicosa, de dominación y de victoria y, por tanto, no de conocimiento sino de
poder.”[11]
La verdad demostrativa intentaría ocultar su imbricación en las relaciones de
poder, presentándose como neutral.
Si
bien no podemos identificar esta verdad-rayo que describe Foucault con las
descripciones benjaminianas, hay aristas compartidas. Para el filósofo alemán,
esta relación con la verdad también se presenta esquiva, es una situación de
acecho, caza y resistencia. Rara vez la verdad se deja sorprender, como si
fuera una pura pasividad que posara para la cámara. “La
verdad (como un niño, como una mujer que no nos ama) se niega a quedarse
tranquila y sonreír ante el objetivo de la escritura cuando nosotros nos
acomodamos bajo el paño negro.”[12]
Se pretende entonces una búsqueda activa de la verdad, una activación que tiene
que interrumpir el curso “normal” de los acontecimientos. Porque Benjamin se
está enfrentando a una concepción progresista de la verdad, que está presente
tanto en algunas formas ortodoxas del marxismo (el despliegue histórico e
ineluctable) como en la socialdemocracia burguesa. En el Libro de los pasajes afirma que “se puede considerar como uno de
los objetivos metódicos de este trabajo mostrar claramente un materialismo
histórico que ha aniquilado en su interior la idea de progreso. Precisamente
aquí, el materialismo histórico tiene todos los motivos para separarse con
nitidez de la forma burguesa de pensar. Su concepto principal no es el
progreso, sino la actualización.”[13]
Sabemos que el progreso es para Benjamin la catástrofe. El tren, la máquina
emblema del progreso técnico y la revolución industrial, debe ser descarrilado.
Ni el mismo Benjamin podría haber imaginado que esos mismos trenes llevarían a
los judíos como él a las entrañas de los campos de exterminio. La
actualización, en cambio, tiene que ver con la inserción de un tiempo pasado en
el momento presente, para la dislocación del continuo de la temporalidad.
En este sentido, el momento del despertar juega un papel
crucial para introducir algo del orden de lo onírico en el continuo de la vida
consciente. Es aquí donde vemos la influencia que el psicoanálisis y el
surrealismo tienen en la forma de pensar benjaminiana. “¿Ha de ser el despertar
la síntesis entre la tesis de la conciencia onírica y la antítesis de la
conciencia de vigilia? El momento del despertar sería entonces idéntico al
“ahora de la cognoscibilidad”, en el que las cosas ponen su verdadero gesto
–surrealista-. Así, en Proust es importante que la vida entera se vuelque en el
punto de fractura de la vida, dialéctico en grado máximo: en el despertar.
Proust comienza exponiendo el espacio del que despierta.”[14]
Este es un ejemplo de la
particular interpretación de la dialéctica en términos de Benjamin. La síntesis
entre la vigilia y el sueño es el ahora del despertar, en el que una verdad que
rompa con la vida como continuo consciente puede presentarse para fracturar esa
vida. Es en esos momentos del “entre” la vigilia y el sueño donde puede
aparecer la verdad, para escabullirse rápidamente, como pasa cuando queremos
recordar los sueños apenas nos hemos despertado. Para Freud los lapsus del
discurso no son materiales desechables que interrumpen la comunicación de una
verdad que se transmite de un sujeto a otro, sino un acervo precioso que
permite dar cuenta de una verdad inconsciente no asequible directamente por el
discurso de la vigilia. A diferencia de los positivistas lógicos que intentaban
reducir los equívocos y las desviaciones en los enunciados, se trata de
adentrarse a través de esas interrupciones de la norma. Así también Benjamin
está más interesado por esas interrupciones a las que hay que saber atender. “Comparar los intentos de otros con
expediciones navales en las que el polo Norte magnético desvía los barcos.
Encontrar ese polo Norte. Lo que para
otros son desviaciones, para mí son los datos que determinan mi rumbo. Sobre
los diferenciales de tiempo, que para otros perturban las “grandes líneas” de
la investigación, levanto yo mi cálculo.”[15]
Esas grandes líneas de investigación son justamente aquellas que desprecian lo
pequeño, lo único, singular. Se esfuerzan en cambio para subsumir toda la
realidad en leyes generales y reducir así todo el ámbito de los fenómenos a
casos de esas leyes. Benjamin tiene, muy por el contrario, una mirada atenta a
lo nuevo pero también a lo antiguo y no simplemente para mostrar las relaciones
causales entre uno y otro punto del tiempo, sino para hacer revivir el pasado y
modificar el presente. “¿De qué modo es posible unir una mayor captación
plástica con la realización del método marxista? La primera etapa de este
camino será retomar para la historia el principio del montaje. Esto es,
levantar las grandes construcciones con los elementos constructivos más
pequeños, confeccionados con un perfil neto y cortante. Descubrir entonces en
el análisis del pequeño momento singular, el cristal del acontecer total. Así
pues, romper con el naturalismo histórico vulgar.”[16]
Benjamin intenta un camino lateral pero que se reconoce dentro de los límites
del marxismo. La utilización de la técnica de montaje implica la conciencia de
la fragmentación de la subjetividad de la vida moderna. Se trata entonces de
ser capaz de tomar instantáneas, atisbar pequeños destellos aparentemente
inconexos entre sí, para lograr esa plasticidad que el “naturalismo histórico
vulgar” no es capaz de aprehender ni apreciar. Lo que particularmente nos interesa
del enfoque benjaminiano es su atención a las singularidades y a los aspectos
inconscientes individuales y colectivos. No abundan los abordajes que permitan
dar cuenta del acontecer histórico, cultural y político sin reducir esas
complejidades a las “grandes líneas de investigación” de las que Benjamin
quiere desviarse.
Para concluir, volvamos a ver por
qué hemos sostenido que Benjamin es afín a la epistemología francesa y se
diferencia de la tradición neopositivista. Frente a la universalidad, Benjamin
enfoca su lente en la singularidad, pero aún más, esa singularidad pasada no
permanece como tal inamovible, esperando a que vayamos a desenterrar su verdad,
puede ser transformada, reactivada, vivificada, actualizada a la luz del
presente. Frente a la continuidad, Benjamin privilegia la ruptura, el corte, la
escansión, el desvío, la calle lateral, el “entre” que se abre entre la vigilia
y el sueño. Frente a la neutralidad ética y política, Benjamin entiende que la
verdad tiene que cumplir un papel político urgente, irrumpiendo en el supuesto
progreso histórico que no es otra cosa que la acumulación de las derrotas de
los oprimidos. Frente al método único y privilegiado, que sería adecuado y
concordante con la verdad única a ser desenterrada, Benjamin propone la
experimentación de nuevos métodos acorde a nuevas constelaciones de verdades.
“El método científico se caracteriza porque desarrolla nuevos métodos al
conducir a nuevos objetos. Es el mismo caso que el de la forma en el arte,
caracterizada por desarrollar nuevas formas al conducir a nuevos contenidos. Y
es que sólo externamente posee una obra de arte una sola forma, y el tratado un solo
método.”[17]
[1] Díaz, E., Entre la tecnociencia y el deseo. La
construcción de una epistemología ampliada, Buenos Aires, Biblos, 2007, p.
18.
[2] “Una de las características de la epistemología de la concepción
heredada es pensar el desarrollo de la ciencia como un proceso acumulativo o
progresivo en el que existe continuidad.” Ibídem, p. 46
[4] Citado por Andrés Sánchez
Pascual en Nietzsche, F., El nacimiento
de la tragedia, Buenos Aires, Alianza, 1998, p. 11.
[5] Das Passagen-Werk fue
un proyecto monumental en el que Benjamin trabajó desde 1927 hasta que tuvo que
huir de Paris cuando los nazis tomaron la ciudad en 1940. Si bien nunca llegó a
concluirlo y contamos solamente con una versión en borrador publicada por Rolf
Tiedemann en 1982, la influencia de este trabajo en las obras publicadas (como La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica) es innegable. En este sentido, aunque la sección “Teoría del
conocimiento, teoría del progreso” se refiera en varios casos directamente a
los métodos de producción de Das
Passagen-Werk, podemos tomar lo que allí se sostiene como indicadores
importantes del pensamiento de Benjamin más allá de esta obra.
[9] Ibídem.
[10] Ibídem, p. 271.
[11] Ibídem.
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sábado, 5 de diciembre de 2015
UN CIRCO EN COMÚN
Palabras para la entrega de diplomas de mis alumnos que terminaron el secundario
1 “La sociedad en la
que vivimos tiene un sistema increíblemente sofisticado cuando se trata de
adoctrinar a las jóvenes generaciones, y así generar una determinada manera de
pensar.”
2 “¿Por qué aceptamos lo que nos impone la sociedad sin
ningún tipo de crítica? ¿Por qué no buscamos una alternativa de vida distinta?
¿Por qué no intentamos modificar aquello que no nos agrada o convence? ¿Cómo
sabemos que es lo que en realidad está “bien” o “mal”?”
3 “Vivimos en un mundo en donde se nos exige tener una
“mejor vida”, o la “vida perfecta”, en donde el capitalismo muestra que la vida
más placentera es una casa grande y de lujo, una esposa con una belleza
incomparable y dos hijos que vayan a la universidad más cara del mundo.”
4 “La mayor parte de la gente en nuestra sociedad se mata
buscando algo que muy pocos consiguen. Pisan y se dejan pisar, todo con el
objetivo de conseguir lo que quieren.”
Espero que algunos de
ustedes hayan reconocido estas citas. Son fragmentos de los ensayos que
escribieron hace muy poco. Los temas que eligieron son distintos, pero en esa
variedad hay algo en común. ¿Cuál es ese ser-en-común? ¿Qué es lo que permite
pensar en una comunidad entre ustedes y nosotros? Escuchemos con atención sus
palabras.
5 “¿Qué responsabilidad tiene cada uno con respecto a la
sociedad en la que vivimos? ¿Pensamos acerca de las cosas que suceden en la
sociedad? ¿Tenemos responsabilidad para cambiar las cosas?”
6 “Fueron los seres humanos los que eligieron el fascismo
como verdad humana y pueden volver a elegirlo en un mañana. No se trató de un
monstruo que dominó a una sociedad entera, sino que cada ser humano durante esa
época fue libre de elegir que actos individuales llevar a cabo, ya sea dar o
seguir órdenes, no querer enterarse de lo que sucedía para no hacerse cargo,
decidir no hospedar en su casa a personas perseguidas. Todas esas decisiones
construyeron el fascismo como una verdad humana.”
7 “Nacemos en una sociedad en la que hay ciertos temas o
perspectivas que ya están impuestas. A lo largo de nuestras vidas se nos enseña
o impone qué es lo que está “bien” o “mal”. Frente a esto, las personas
responden como una especie de “robot”, ya que en general lo aceptan como si
fuera la única forma de vida o pensamiento posible.”
Si hay una apuesta
pedagógica en el movimiento de presentarles a los pensadores que leímos juntos,
es para ver si eso enciende en ustedes un problema que sea compartido, un
problema común entre esos desconocidos y ustedes.
Y si Voltaire, Sócrates,
Nietzsche, Sartre pueden encender algo en ustedes, es porque un problema nunca
es exclusivamente propio. Descubrir que un problema no es solamente mío, que
hay algo en común que pensar y sobre lo que crear, es algo sobre lo que tenemos
que seguir trabajando, en una época que nos invita cada vez más a pensar los
problemas como desafíos privados. Vivimos un tiempo de privatización de los
problemas, cuya contracara es la “superación personal”. A ese movimiento hay
que oponer la comunidad de pensamiento.
8 “Parte del sentido de la vida está también en rodearse de
personas y aprender de ellas.”
Permítanme ponerle
palabras propias entonces al común que hay en sus ensayos. El problema se llama
¿Qué puedo hacer? ¿Qué es lo que puedo hacer con mi vida? ¿Cuáles son mis potencias?
¿Cómo no ser una simple máquina de reproducción? ¿Cómo no ser un simple robot?
El problema es qué hacer con nuestra potencia y la potencia siempre es un
problema.
Escuchemos nuevamente
con atención:
9 “¿Cuántas veces nos ha pasado que nos encontramos ahogados
en un mar de preguntas y posibilidades que no cumplimos debido a la extrema
libertad e incertidumbre que llevamos?”
10 “El ser humano siente inseguridad ante lo desconocido, de
lo que lo haga salir de la zona de comodidad. A veces, esta inseguridad está
bien planteada, pero no siempre es así. ¿Y qué si quiero romper un poco con lo
normal, probar otras cosas, ser original?”
11 “¿Qué pasaría si dejáramos la escuela? La respuesta es
absolutamente nada, es decir, nuestros padres se enojarían, nos quitarían una
serie de beneficios, y al mismo tiempo seríamos mal vistos por la sociedad,
pero no hay nada que nos diga que dejar el colegio está mal, porque nadie sabe
lo que de verdad está bien o mal. Sin embargo, todas estas cuestiones son
consecuencias que en general no queremos afrontar, entonces, decidimos
continuar con lo que ya está impuesto. ¿Qué quiere decir esto? Que no somos
nada más y nada menos que conservadores.”
El problema es qué
hacer con nuestra potencia y es por eso por lo que preferimos ponerle gruesas
cadenas.
Escuchemos con
atención:
12 “Varias veces son las que nos sentimos “encarcelados”
debido a las cargas horarias de nuestro aprendizaje en universidades o
trabajos. Comúnmente se dice que somos esclavos de nuestras actividades en la
comunidad, que somos “presos”, ¿pero dónde están las cadenas? Llevamos varias
horas quejándonos pero sin hacer nada, ¿y qué hacemos al respecto?”
13 “El preso sin cadenas está preso en su inconsciente. Está
preso en su comodidad. Está preso de una posición de la cual no quiere moverse
para no gastar energías.”
14 “Es hora de escapar de una cárcel que nadie vigila y unas
paredes que nadie construye. Nosotros somos nuestros mismos carceleros y
nuestra mente es nuestro propio prisionero. Ya es tiempo de que el carcelero
sea eliminado y que nuestras ideas vengan a nuestra mente sin tratamientos y
condenas. Nosotros somos dueños de nosotros mismos.”
Me gustaría para
concluir oponer a la imagen del robot, del autómata, del hombre encadenado a sí
mismo, otra imagen. La imagen del circo que llega al pueblo. Quizás ustedes no
tengan tan presente esta imagen. Pero el circo que llega al pueblo no implica
solamente un lugar donde ir a ver lo exótico y lo peligroso. Las fieras
salvajes, la mujer barbuda, los enanos, los equilibristas, los magos.
Cuando el circo se
iba, después de que la curiosidad quedaba saciada, los habitantes del pueblo se
daban cuenta de que alguien se había ido con el circo. El circo se convertía
entonces en una oportunidad para transformarse, no solamente para huir, sino para
explorar la propia potencia, para los que sueñan con ser fieras salvajes,
mujeres barbudas, enanos, equilibristas, magos.
Escuchemos con
atención:
15 “Una posible manera de seguir es armar comunidades por
fuera de la vida social."
Hay, en todos
nosotros, como un problema en común, una fuerza que nos impulsa a irnos con el
circo, a formar parte de una comunidad de raras potencias. Ojalá que ese
problema, el problema de la potencia, el problema de querer ser-en-común con el
circo, ese problema que a la edad de ustedes se presenta como una emergencia,
siga vivo en ustedes. Y ojalá que allí podamos reencontrarnos.
lunes, 23 de noviembre de 2015
BUTLER PARA HETEROSEXUALES
Es curioso lo de decir algo en nombre propio,
porque no se habla en nombre propio cuando uno
se considera como un yo, una persona o un sujeto.
Al contrario, un individuo adquiere un auténtico nombre propio
al término del más grave proceso de despersonalización,
cuando se abre a las multiplicidades que le atraviesan
enteramente, a las intensidades que le recorren.
Gilles Deleuze
1.
¿Quién
sos?
Nunca
se sale indemne de una interpelación. Aún cuando haya una respuesta afirmativa
a una demanda que se cree comprender, aún cuando se diga “sí, es a mí” y se
intente en vano clausurar el movimiento que toda interpelación comporta. Poder
ser interpelado por otros implica necesariamente encontrarse habitando la
intemperie, dejar en evidencia que no hay resguardo para lo que creemos ser, reafirmar
que estamos expuestos. Porque no hay posibilidad de responder a una
interpelación con una respuesta previa, con una identidad ya constituida, con
un “efectivamente soy tal y cual”. Y esto por dos motivos. En primer lugar
porque no hay posibilidad de narrarme, de dar cuenta de quién soy si no es a
través de una interpelación. No hay narración previa, existe un quién soy sólo
para un otro. En segundo término, porque esa interpelación no me deja indemne,
me demanda una respuesta que recorre un camino intrincado a velocidades
inciertas. Y cuando esa respuesta aflora, aunque parezca ser simple resultado
de un automatismo, ya no puedo ser el mismo. Soy entonces, si se me permite la
aparente complejidad lógica, constituido y modificado por el mismo acto que
implica la irrupción del otro. “¿Quién sos?” dice, ordena, pregunta la
interpelación. Y aunque una voz familiar, algo así como una voz que reconocemos
propia responda “Soy yo”, tal vez haya en esa respuesta un temblor. Y tal vez
allí comience el pensamiento.
Allí
al menos comenzó el pensamiento en mi caso, gracias a la interpelación de la
compañera Paola Martínez (aquí a mi lado), cuando se estaban planeando estas
jornadas y se acercó para invitarme a escribir un trabajo sobre Judith Butler y
así armar junto con ella y Rocío Feltrez una mesa sobre temáticas de género y
feminismo. En ese momento yo estaba dictando un curso sobre la obra de Butler,
así que dije que sí. Y mientras algo en mí sostenía ese “sí” tan firmemente
como podía, otras cosas fueron pasando. ¿Qué voy a hacer yo – comencé
preguntándome- en una mesa junto a Paola y Rocío que ya han estudiado y escrito
mucho sobre feminismo y teoría queer?
La pregunta no estaba atravesada por pruritos basados en un déficit en el
saber. O sí. Quiero decir, no se trataba de un problema de saber académico, de
haber investigado menos el tema que ellas. Se trataba más bien de saber lo que
me movilizaba a ocupar ese espacio. ¿Sabía yo quién era cuando dije sí a ocupar
este espacio? (Finalmente Rocío preparó otro tema para su exposición). En todo
caso creía saberlo, pero no era sino el principio de un problema. Se me
presentó primero la dificultad de hablar sobre una de las más importantes
pensadoras del feminismo, el posfeminismo, la teoría queer o como querramos clasificar a Judith Butler, sin reconocerme
ni queer, ni trans, ni homosexual. Y
peor aún, sin ser ni siquiera mujer. Terminé rápidamente pensando algunos de
los problemas que implicaba que algo así como que un varón blanco heterosexual universitario
esté hablando sobre feminismo y teoría queer.
Entonces la
interpelación “¿Quién sos?” se comenzó a responder en el entramado de la obra de Butler, a través de lo que ella
denomina la “matriz heterosexual”, a saber: “un modelo discursivo/epistémico
hegemónico de inteligibilidad de género, el cual da por sentado que para que
los cuerpos sean coherentes y tengan sentido debe haber un sexo estable
expresado mediante un género estable (masculino expresa hombre, femenino
expresa mujer) que se define históricamente y por oposición mediante la
práctica obligatoria de la heterosexualidad.”[1]
¿Cómo hablar entonces de las prácticas minoritarias en torno al género, si uno
se encuentra el lugar hegemónico? ¿Cómo hacer para no reproducir otra vez el
lugar de la voz autorizada, para no hablar en lugar del otro, ocupando su lugar
a la vez haciéndolo callar? Creo que esto toca algunos nervios centrales del
cuerpo problemático que atraviesa estas jornadas: subjetividad, alteridad y
hospitalidad. Soy interpelado, recibo una invitación para hablar, pero no sé si
debo antes que nada callar para que el otro deje ser hablado. ¿Cuáles son mis
posibilidades para alojar una reflexión crítica sobre la degeneración si me
reconozco como un agente de reproducción del orden dominante? ¿Cómo escribir si
no es con el cuerpo y desde el deseo? Pero ¿cómo hacer hablar el deseo, si ello
fuera posible, cuando lo descubrimos como un deseo opresor? Opté entonces por intentar pensar desde el
lugar de la heterosexualidad. ¿En qué sentido la propuesta teórica de Judith
Butler puede permitir pensar la heterosexualidad? ¿Cuáles son las herramientas
que aporta para una comprensión crítica del lugar que tenemos en la matriz
heterosexual?
2. Un
campo de fallas.
Podemos pensar buena parte de la filosofía de Judith
Butler como la expansión continua de un campo de fallas. La falla implica en
primer lugar un yerro, un desacierto, una equivocación. Deberíamos ser capaces
de ver entonces en qué estamos fallando o qué es lo que falla en nosotros,
sobre todo cuando creemos que acertamos. Pero la falla es también un desfasaje,
una discontinuidad, un desplazamiento sobre un plano o a través de un cuerpo
que se pretendía sólido. La falla es tal siempre en relación a un acierto o a
una solidez, en este sentido parece tratarse de un concepto negativo. Pero en
la filosofía de Butler las fallas cobran una dimensión productiva. Junto al
gesto deconstructivo que gusta poner en evidencia la falla, encontramos en
Butler una imaginación propositiva, que se interesa particularmente por los
modos que permiten establecer nuevas conexiones.
La primera falla tiene la duplicidad que atraviesa el
pensamiento de Butler, es a la vez lingüística y política. Se trata del
concepto de “representación”. El modelo clásico de la representación implica
que hay un sujeto constituido que luego puede ser representado en la arena
política. Butler advierte sobre la falla de la representación sobre todo porque
soslaya que el sujeto se constituye como tal en su actuación política. Esta
falla en el sujeto originario del contrato político, termina evidenciando una grieta
en la manera en que la metafísica de la sustancia concibe nuestra identidad y
abona de ese modo la salida de un esencialismo que, en el plano del género y la
sexualidad, intenta muchas veces fundamentarse en una concepción no revisada de
la biología. No hay una identidad sexual, esto es, no habitamos un género
claramente y esta no es una característica de quienes son reconocidos en
sexualidades “desviadas” o “perversas”, cuenta también para quienes se
identifican sin problemas en el esquema que la matriz heterosexual les
proporciona: “El género es una complejidad cuya totalidad se posterga de manera
permanente, nunca aparece completa en una determinada coyuntura en el tiempo.”[2]
En otras palabras, nunca puedo asegurarme de una vez
por todas ser un “hombre” o ser una “mujer”. Si hay discontinuidades en la
identidad, si hay discontinuidades en la identidad sexual, entonces tengo que
suturar una y otra vez estas discontinuidades para hacer aparecer mi vida como
una línea sólida y coherente en la que pueda reconocerme y ser reconocido por
los otros. De ahí que la teoría de la performatividad aparezca como reverso
productivo de la discontinuidad de las identidades subjetivas. Tengo que actuar
una y otra vez de diferentes formas aquello que creo ser y aquello que
parcialmente termino siendo. Por eso la performatividad no puede reducirse a la
actuación como acto limitado, porque se realiza todo el tiempo sin depender de
la libre voluntad del actor. Por otra parte cuando actúo una y otra vez mi
intento de ser un hombre heterosexual, no solamente nunca paso la prueba
definitivamente, sino que no hay modelo estático del género en el que me
reconozco que me sirva como guía. Hay una pluralidad de ideas de hombre
encarnadas en innumerables actos de masculinidad que se van modificando
histórica y culturalmente. Somos víctimas irredentas del nominalismo. Sin
embargo, esto no quiere decir que el género no tenga entidad, ni consecuencias
en nuestros modos de vida, ni que la
heteronormatividad no intente violentar continuamente lo que sin cesar se aleja
de ella. “El género ni es una verdad puramente psíquica, concebida como algo
“interno” u “oculto”, ni puede reducirse a una apariencia de superficie; por el
contrario, su carácter fluctuante debe caracterizarse como el juego entre la psique y la apariencia
(entendiendo que en este último dominio se incluye lo que aparece en las palabras). Además, éste será un
juego regulado por imposiciones heterosexistas, aunque, por esa misma razón, no
pueda reducirse a ellas.”[3]
Habitar un campo de fallas implica entonces que
aunque haya normas hegemónicas, no solamente no son las únicas disponibles,
sino que ellas mismas están en permanente estado de temblor. Porque es la
pérdida la que organiza nuestros derroteros. Es el permanente estado de
menesterosidad de nuestra identidad el motor de nuestras insistencias y de
nuestras violencias. De aquí podemos desprender una primera conclusión. Aún
habitando y reproduciendo una identidad hegemónica heteronormativa, podemos
debilitar los niveles de coerción siempre que estemos dispuestos a pagar el
precio de reconocer nuestra falla constitutiva y en consecuencia no demandar a
los otros una identidad que nosotros mismos no podemos sostener. “El reconocimiento de que
uno no es, en cada oportunidad, totalmente igual a como se presenta en el
discurso disponible podría implicar, a su turno, cierta paciencia con los otros
que suspendiera la exigencia de que fueran idénticos en todo momento.”[4]
Hay un desfase
temporal entre la normatividad del reconocimiento y la autopercepción que
genera un “fracaso” en conocernos y presentarnos. Entonces tenemos que ser
capaces de esperar estos fracasos también en los otros. “Cuando solicitemos conocer
al otro o le pidamos que diga, final o definitivamente, quién es, será importante
no esperar nunca una respuesta que sea satisfactoria. Al no buscar satisfacción
y al dejar que la pregunta quede abierta e incluso perdure, permitimos vivir al
otro, pues la vida podría entenderse justamente como aquello que excede
cualquier explicación que tratemos de dar de ella.”[5]
3.
Una
puerta clausurada.
Sostuve en la sección anterior que es la pérdida la
que organiza nuestros derroteros. Quiero referirme rápidamente a un último
aspecto de la constitución de la heterosexualidad que señala agudamente Judith
Butler. Hay una pérdida que no se refiere a la identidad que nunca se termina
de asegurar, sino una pérdida de un objeto de amor, que justamente constituye
la identidad en la que nos reconocemos, en este caso la heterosexualidad. Hay
objetos de amor resignados, perdidos absolutamente, puertas clausuradas que la
heterosexualidad no solamente parece no estar dispuesta a franquear, sino que
desconoce que esos objetos posibles de amor, hayan constituido una pérdida. Y
si lo que se perdió no puede ser siquiera llorado, porque no sabemos que lo
hemos perdido, estamos constitutivamente melancolizados. En palabras de Butler:
“Existen, por supuesto, varios modos de
negarse a amar, todos los cuales pueden ser considerados como repudio. Pero
¿qué ocurre cuando cierto repudio del amor se convierte en la condición de
posibilidad de la existencia social? ¿No se produce entonces una socialidad
aquejada de melancolía, una socialidad en la cual la pérdida no puede ser
llorada porque no puede ser reconocida como tal, porque lo que se pierde nunca
tuvo derecho a existir?”[6]
Desde esta perspectiva y sin poder pensar ahora en las enormes implicancias
políticas que tiene para Butler el problema del duelo, deberíamos poder ahondar
en lo que significa para nuestras concepciones del amor, la imposibilidad
constante de llorar nuestras pérdidas.
Mucho se ha escrito sobre los amores no
correspondidos, sobre los amores que podrían haber sido, sobre los que
ocurrieron fugazmente y fueron trágicamente interrumpidos, y sobre todas
aquellas formas de la pérdida amorosa que habitan el espacio del dolor. Pero
poco sabemos aún sobre ese espacio limítrofe entre lo prohibido y lo imposible
en el que nos aguardan impacientes en el gozo y en el llanto, aquellos amores
que tienen la potencia de destruirnos.
lunes, 16 de noviembre de 2015
SOBRE EL BALOTAJE Y EL AMOR
1. De la emergencia de la decisión
2. De estrategias y vectores
3. De algunas formas del odio y del amor
El problema de la emergencia de la decisión es que angosta nuestras posibilidades de análisis críticos. El pensamiento crítico no suele ser bienvenido en ningún espacio, salvo en los casos en los que se presenta como una crítica del bando contrario, en cuyo caso el pensamiento crítico está generalmente subsumido en una estrategia general que lo contiene, le marca sus límites y le indica las líneas generales de su reflexión. Si esto sucede en tiempos donde la emergencia de la decisión no es tan acuciante, las cosas empeoran cuando la encrucijada se aproxima y parece que todo lo que queda por hacer es juntar fuerzas de uno u otro lado para demonizar la opción contraria y volver a afirmar la propia con más convencimiento, con una entrega tal que contagie y convenza a los aún indecisos. Si en esos delicados momentos se levanta una voz de disenso, una demanda que requiera revisar ciertos postulados propios, es rápidamente acusada de inoportuna o traicionera, cuando no culpada por la posible derrota.
Subyacen aquí dos equívocos: el primero y más general es el que opone el pensamiento a la acción, habría tiempos para pensar y tiempos para actuar y, claro está, el pensamiento arruina la acción cuando se quiere practicar en el momento inadecuado. El segundo equívoco supone que cuanto más homogénea (es decir, cuanto menos autocrítica) sea la línea de acción y pensamiento, más cerca estará la victoria porque será clara para los seguidores y falta de flancos débiles y contradicciones para los oponentes. Y si bien hay situaciones en las que estos dos supuestos pueden verificarse, son más los casos en los que la emergencia de la decisión otorga la credencial para erradicar cualquier atisbo de pensamiento crítico o posición disidente.
Es indispensable no sólo llamar la atención sobre la torpeza estratégica que muchas veces comporta esta forma de acción que tiende a “cerrar filas” sino, sobre todo, entender que lo que se juega en una decisión no es simplemente el resultado por tal o cual posición ganadora, sino las formas en las que se constituyen los procesos colectivos que preceden, acompañan y exceden, a la vez que vertebran, esa decisión. En otras palabras, que pensar críticamente no implica no comprender (ni arruinar) la importancia estratégica de una elección (en este caso, de un balotaje), sino por el contrario, saber que lo que se juega en una elección de este tipo va siempre más allá del resultado de esta elección y que los modos que articulamos para posicionarnos ante ella no deben implicar nunca el abandono de las posiciones críticas.
Seremos doblemente vencidos si no entendemos que lo que se juega en la política partidaria representativa es solamente una capa del complejo entramado político que no sólo decide qué grupo mantendrá el control de los recursos estatales durante un período. ¿Qué es lo que se juega al mismo tiempo? Nuestras formas de vida, nuestros modos de estar en común, nuestras posibilidades de articular políticas que no se dejen apresar por las formas estatales, nuestras maneras de producción y circulación de los afectos y las pasiones, nuestras posibilidades de pensar y de crear.
2. De estrategias y vectores
Como sostengo que no se trata de evitar la decisión huyendo hacia el mundo “puro” del pensamiento, sino de ampliar los alcances que esta decisión comporta y no lo contrario, paso rápidamente a exponer mi decisión para el próximo domingo: voy a votar a Daniel Scioli, aunque no haya sido mi elección ni en las primarias ni en las elecciones generales. No quiero extenderme en los motivos de esta decisión porque no es lo central de lo que me interesa exponer y porque ya se ha escrito mucho al respecto. Me sumo a los diversos sectores de las izquierdas no oficialistas (y no hablo aquí solamente de partidos) que, entendiendo las enormes diferencias que tienen con Scioli, sostienen estratégicamente que apoyarlo en este balotaje implica no entregar la conducción nacional a Macri y los intereses que representa. Aunque no se trata solamente de una estrategia para que no gane Macri, se trata de reconocer también que la candidatura de Scioli contiene, además de evidentes vectores conservadores, los sectores más progresistas del peronismo y de fuerzas populares que no tienen ninguna cabida en el macrismo.
Escuchando a los diferentes sectores de izquierda, progresistas, populares (organizaciones, partidos, instituciones, publicaciones, colectivos, referentes intelectuales, etc.) que ayudan a orientarse sobre todo a quien no tiene banderías partidarias, la mayoría se inclinan por el apoyo a Scioli y algunos (cuya decisión respeto completamente) optan por el voto en blanco. Del lado de Macri no hay nadie o prácticamente nadie de los que para mí pueden ser referentes en términos políticos. Es decir, la duda nunca fue si votar o no a Macri, dudamos si votar a Scioli o votar en blanco y en esa duda creo que vale la pena pensar.
No me interesa que este pequeño texto se convierta en una herramienta más para capitalizar votos a favor de Scioli, me interesa que sirva para que podamos preguntarnos ¿qué hacer si gana Scioli? La pregunta ¿cómo hacer para que gane Scioli? es secundaria. El problema es qué hacer si gana. ¿Cómo hacer para que los vectores progresistas que de forma orgánica e independiente lo acompañan puedan ganar fuerzas en el armado político por venir? ¿Cómo hacer para que el oficialismo obsecuente no termine convalidando medidas que, de realizarlas el macrismo serían alta traición a la patria, pero si las instrumenta el peronismo se transforman en lo que las circunstancias requerían? ¿Cómo hacer para que la pluralidad de fuerzas del campo popular no queden subsumidas, “representadas” y acalladas por quienes se arrogan el derecho exclusivo de lo popular?
Tanto si gana Macri, como si gana Scioli, las preguntas que más me interesan tienen que ver con los modos mediante los cuales 1) la política partidaria puede torcerse hacia la izquierda, cosa que en el caso de Macri es un oxímoron y en el caso de Scioli es muy complicado porque el kirchnerismo ha torcido hacia la derecha hasta llegar a sciolizarse con más resignaciones y aprobaciones que resistencias y 2) la política no partidaria puede volver a ganar un protagonismo que fue parcialmente eclipsado por la política militante.
Tanto la subjetividad neoliberal, exitista e individualista, como la subjetividad militante, obsecuente y dogmática capturan las posibilidades de desarrollo de otro tipo de constitución de lo común y nos pueden dejar, como en la coyuntura presente, con la obligación de elegir entre Guatemala y Guatepeor.
3. De algunas formas del odio y del amor
No tengo mucho que discutir con los votantes de Macri. Aunque no creo que sean, como dicen algunos, “o boludos o hijos de puta”, sí creo que hay mucho antiperonismo en el voto macrista y el antiperonismo siempre tiene fuertes vectores clasistas y racistas. Esto no significa que no haya motivos más seriamente fundados para oponerse a diversas políticas del peronismo, pero abundan las identificaciones de clase y las reivindicaciones de un elitismo moral que, señalando al peronista como síntesis dialéctica del “negro” y el “ladrón” se instauran, por oposición, en el lugar blanco y limpio de la sociedad. Entiendo que no todos los votantes de Macri son de este tipo, pero también entiendo que casi todos los que tienen estas aspiraciones (y son muchos en nuestro país) van a votar por Macri el domingo. Por lo demás, el pensamiento crítico no existe en este espacio, apenas sí hay algo calificable como pensamiento. Abundan en cambio el cálculo, la administración y la moralina.
Este odio o desprecio hacia lo popular fue muchas veces contrapuesto al amor militante del kirchnerismo. Hemos escuchado la frase “el amor vence al odio”, ella pretende resumir la contraposición entre el odio de clase y el amor popular que no solamente es amor al pueblo y entre el pueblo, sino también amor a los líderes del movimiento popular. Pues bien, tal parece que el amor no vence al odio, pues aún una improbable victoria de Scioli el próximo domingo significa ya una derrota para ese amor militante. Creo que pasado ya el momento en que volvió la militancia (que algunos quisieron hacer pasar como el momento en que “volvió la política”), nos debemos una reflexión crítica sobre su papel. No quiero con esto hacer una descalificación de la militancia y afirmar por el contrario las virtudes del “ciudadano independiente”. Creo que es legítimo y también deseable que haya militancia política, pero debería portar como una de sus armas un espíritu crítico del que parece carecer. Sabemos que el enamorado es a la vez el más injusto, su amor no le permite más que idealizar lo amado, pero no por eso debemos afirmar el desapego y relegar las pasiones al ámbito de lo privado. Al contrario, se trata de construir vínculos políticos afectivos que tengan la fortaleza de revisarse y volver a constituirse en formas novedosas allí donde el tejido social y popular lo demande.
No queremos monopolios del amor, no los queremos constituidos como religión ni constituidos como partido político. No queremos tampoco la alegría entusiasta de los globos de colores. Queremos amores de ocasión y también duraderos, de a varios, de a muchos, multitudinarios. Queremos alegrías del hacer en común y del estar en común. No puede ser que la crítica esté siempre dirigida al opositor, tiene que haber alegría también en la potencia de la crítica al movimiento que uno habita. No solamente para no darles razones para criticarnos a los otros, sino sobre todo porque nos constituimos entre todos cada vez que transigimos, que hacemos la vista gorda, que reafirmamos vínculos que tienen que ser terminados y que impiden crear otros.
No me interesa hacer un llamamiento para votar a Scioli, quiero que nos preguntemos por qué nos derrotó la derecha, la de Scioli o la de Macri. Quiero que nos preguntemos por qué si había tanto amor popular y tantas políticas que favorecieron a las mayorías, ahora ellas nos dan la espalda. Quiero que nos preguntemos qué hacer cuando gane Macri, qué hacer cuando gane Scioli. Quiero que seamos capaces de multiplicar las políticas por fuera de las estructuras partidarias y a la vez cambiar la forma en la que esas estructuras funcionan. Al menos quiero que sea un problema. Y realmente no veo que suceda. Veo que las posiciones se abroquelan, que se nos llama una vez más a elegir entre buenos y malos, santos y pecadores. Veo que se multiplican las papillas predigeridas de los catequistas, mientras los más críticos dicen “ahora no es el momento”. Pero tal parece que nunca es el momento, tal parece que siempre para defender lo conseguido, pagamos el precio de no criticarlo. Y
entonces no somos capaces de ver lo evidente, devenimos conservadores para no
hacerle el juego a la derecha y aún así somos derrotados: doble derrota.
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