sábado, 30 de octubre de 2010

NÉSTOR KIRCHNER, INTERROGANTES 1


Pasando ya la etapa del duelo -esa transición entre el estupor, la tristeza, el desconsuelo, el horror vacui-, puedo sentarme y reflexionar. No es que descrea de lo que se escriba en caliente, en medio de la rabia o del dolor, pero la reflexión es algo que viene después, aunque se dé sincrónicamente, está en el ambito de lo meta, de la acción de segundo orden, de volvernos sobre aquello que sucede.

Estas reflexiones están hechas, como siempre pero esta vez más que nunca, desde lo que mucha gente da en llamar "lo personal". Parten, simplemente a modo de ordenamiento, desde algunos interrogantes que asigno a diversos filósofos y que me ayudan a estructurar la multiplicidad de lo que pasó a través mío, de lo que me atravesó en estos días.

La primera pregunta se la quiero asignar a Foucault y también a Freud, aunque estoy seguro de que ninguno la suscribiría formulada de esta manera. ¿Quién soy? Podría ser mejor ¿Cómo he llegado a ser lo que soy? y más que preguntar por la esencia de mi ser individual, se interroga por la historia que me llevó a devenir la multiplicidad en la que me reconozco. Me refiero a las prácticas y los discursos a los que he sido sometido y me he sometido en todos estos años. A la educación, a los mandatos y costumbres familiares, a los libros y diarios que he leído, a las personas con las que he hablado o discutido, a los sitios que he frecuentado, a los barrios en los que he vivido y caminado. En fin ¿quién soy yo que se sorprende a sí mismo llorando una tarde de miércoles por la muerte de un ex-presidente al que no votó? ¿Cuál es la extraña combinación de circunstancias que lograron esto? ¿Cuáles los disparadores, cuáles los significados? ¿Qué me genera esto que pasa en mí? ¿Cómo actúo? es decir, ¿Quién soy?

Para comenzar soy alguien que nunca votó al peronismo. Me reconozco más en algo cercano a la socialdemocracia, a Binner o Sabatella o Pino Solanas, salvando las distancias que los separan. En mi familia tampoco votaron nunca al peronismo, es increíble cómo la familia marca a fuego en esas cosas -religión, política y fútbol, esas cosas que no se discuten para no llegar a una pelea-. Sobre el peronismo originario, el de Perón, se contaba la anécdota de mi abuela, que era profesora de francés y de joven como muchos otros de familias educadas era más cercana al PC que al peronismo. Le exigieron que se afilie al peronismo para continuar dando clases y ella se negó y se quedó sin trabajo. Esa fue la anécdota medular del peronismo en mi familia. Por mi parte, el peronismo que yo viví fue el de la década del '90, el de Menem rifando el país, generando la mayor fiesta (pseudoprimermundista, mediática, tilinga, obscena), y la mayor miseria (el desguace del país, el desarmado de sus estructuras productivas y sociales).

Recuerdo que pocos días después de la caída de De la Rúa en diciembre del 2001 estaba yo en El Calafate, en esas jornadas donde no se sabía bien quién gobernaba y una señora de una pizzería me dijo "El que tendría que ser presidente es Néstor Kirchner, el gobernador de acá, ese sí que es bueno, pero nunca va a llegar porque no lo conoce nadie". Es verdad, yo no lo conocía. Desde la llegada de Kirchner a la presidencia se notó que pasaban cosas buenas, distintas. Hacia el final de su mandato yo afirmaba -junto con otros- que ese período presidencial era seguramente uno de los mejores de los últimos tiempos. Así lo afirmabamos, con muchas pinzas, diciendo "seguramente", diciendo "uno de los mejores", diciendo "los últimos tiempos". No voté a Cristina, lo voté a Pino Solanas.

¿Por qué entonces lloré? ¿Por qué fui a la Plaza? No son preguntas retóricas, cuando sucedió, hace unos días, fueron primero las reacciones y después las reflexiones. Si a uno le sucede algo de este tenor, tiene que hacerse varias preguntas.


La segunda pregunta se desprende un poco de lo anterior y es la de Sócrates, la pregunta por la esencia: ¿Qué es el peronismo?

Sabemos bien que no podemos responder fácilmente a esta pregunta. Sócrates mismo lo sabía y muchos de sus diálogos terminaban aporéticamente. Sin salida, sin una solución clara, con un recorrido de múltiples respuestas posibles. Más allá de la anécdota de mi abuela y de mis vivencias durante la década del '90, leí bastante sobre el peronismo de Perón y entendía que era una particular forma de llevar las riendas del poder, en general muy eficiente. Que le dio voz y voto a sectores hasta ese momento invisibles. Que asignó derechos a los trabajadores y que distribuyó la riqueza entre ellos como nadie hasta ese momento. Que todo eso se gestó sobre un trasfondo más bien fascista-conservador, como se evidenció desde temprano, pero se terminó de ver con la vuelta de Perón en 1973. Eso era a grandes rasgos lo que yo entendía por peronismo y discutía fervorosamente tanto con quienes pensaban que era la culpa de todos nuestros males, como con quienes creían que era nuestra única posibilidad y la suma de la felicidad del pueblo.

Pero a pesar de los libros de historia, tuvo que llegar el kirchnerismo para que yo me pudiera hacer una idea mucho mejor, mucho más cercana de aquel peronismo que no había vivido. De las divergencias que habían surgido. No sólo por lo que se llama despectivamente "populismo", sino sobre todo por lo que se llama "gorilismo". Claro, durante la década del '90 no había gorilismo porque la derecha gobernaba en una perversa e inédita coalición con el peronismo. Pero con Kirchner salió a la luz. ¡Y de qué manera! Nunca hubiera imaginado cuánto odio, cuánto rencor de clase, de piel, cuánta ignorancia puede haber en algunas personas que, paradojalmente, creen ser las poseedoras de la "buena educación" y el "ser nacional". No me gusta santificar a los pobres, ni a los muertos, ni creo que los "descamisados" sean los verdaderos argentinos, creo que la categoría de "pueblo" es un campo de batalla y sospecho de cualquiera que clame victoria sobre él. ¡Pero qué asco señores gorilas! ¡Cuánta ignorancia!

Sigo sin saber qué es el peronismo. No creo que el kirchnerismo se haya acercado más a su "esencia" que sus predecesores. Duhalde, Menem y Ruckauf son tan peronistas como Kirchner. Pero sí sé que ahora comprendo, comprendo mucho más que antes.

(continúa...)

1 comentario:

Natalia Lobo dijo...

Llegué a este artículo, y al anterior, por los links que puso Sabri en Facebook. Es que estos días "merodeo" por el Facebook tratando de ver qué piensan sobre este momento los que aparecen allí en la lista de mis "amigos". Me sorprendí para bien y para mal. Hice un comentario tímido acerca de esta muerte, acerca de por qué me apenó esta muerte, y las respuestas "positivas" que recibí de gente que creía indifente a la política me sorprendieron para bien. Pero ver que la mayoría de los que están allí siguen publicando las cosas más triviales me sorprendió para mal.
Llegué a este artículo por el link de Sabrina y me sorprendí para bien.
Comparto tu historia, tiene casi "demasiadas" similitudes con la mía (y me pregunto con cuántas más...). Mi abuelo, profesor de inglés, perdió su puesto en la Universidad por no afiliarse al peronismo. También esa era mi idea de peronismo. Vengo también de una familia que nunca votó al peronismo y aborrecí ese partido durante los 90 porque lo identificaba con Menem y todo su séquito. Y sí, muchas veces compartí, ingenuamente, estúpidamente quizás, la idea "gorila" de que el peronismo gana votos gracias al pancho y la coca.
Pero como vos, a partir del gobierno de Néstor Kirchner, empecé a darme cuenta de que "nacional y popular" no no son malas palabras.
El miércoles (y el jueves, el viernes, ayer y hoy) lloré varias veces. Un poco por tristeza, pero también porque varias veces me conmoví hasta las lágrimas con los testimonios que fui viendo, leyendo. Parece ser que el peronismo es algo visceral y que el kirchnerismo también lo está siendo. Lo cierto es que algo se estremece dentro mío cuando me doy cuenta de que tal vez, tal vez, sea momento de tomar ese lugarcito que nos está reservado en la historia, hacerle caso a ese imperativo que desde algún lado me empuja a querer convertir en actos las ideas.
Natalia