miércoles, 21 de octubre de 2009

PENSAR CON LA LENGUA

El lenguaje es aquello que a todos nos comunica y nos incomunica.

Si digo "soy feliz" lo hago porque es una construcción gramatical que todos van a poder entender, y además sé que su significado también va a ser comprendido fácilmente.

Pero cualquiera puede decir "soy feliz" y no quiere expresar lo mismo que yo, mi felicidad no es cualquiera, es esta disposición fugaz en la que yo solo me encuentro.

Todo aquel que quiere realmente expresarse, entiende muy pronto que el lenguaje no le alcanza, pues cuando todos lo entienden, entonces nadie lo ha comprendido. El paso obligado es la búsqueda de un lenguaje propio, si es que tal cosa existe. Cuando uno lleva esto al extremo, puede transformarse en poeta, que es la concreción acabada de la persona que construye su propio lenguaje.

Pero el precio a pagar es que al poeta casi nadie lo comprenda. Pues de la misma manera que a él le requiere toda su vida llegar a expresarse de manera tan íntima, el lector también necesita de un cierto trabajo para salir de su lenguaje compartido y tratar de internarse en los nuevos significantes.

Cuando el lenguaje es arte, más que nunca, lo que está escrito no es lo que es. El ejemplo más conocido de esta afirmación es lo que se conoce como metáfora. Ella dice "no soy lo que digo". Pero todo el lenguaje se comporta de esta forma y toda obra de arte es re-presentación de otra cosa.

¿Qué es aquella otra cosa? Pues la misma persona que produce la obra no lo sabe con certeza. Porque ¿cómo ha de conceptualizar sin lenguaje? Apenas se intenta pensarlo, ya se lo está ocultando. Esto de alguna manera me hace acordar a Kant.

Entonces tenemos una obra que de alguna manera está ahí negándose a sí misma, diciendo "estoy en lugar de otra cosa, pero no puedo decirlo", como el Oráculo de Delfos, nada dice ni oculta, sino que indica por medio de signos. Y si esto es así, no tenemos entonces ni significado ni significante. Sólo hay algo en lugar de algo.

Y en medio de eso estamos nosotros, intentando hacer de ese símbolo algo que nos signifique algo.

Entendiendo, sobre todo, que la propia felicidad es incomunicable y que esto mismo es lo que la hace frágil y perecedera.

jueves, 8 de octubre de 2009

FUNCIÓN DE LA LITERATURA

Cae el sol en Castillos de Pincheira. El paisaje es de ensueño, o de postal con sospecha de Photoshop, o de dibujo naive.

Sobre el lecho del río las cortaderas se esparcen con esa armonía que solo el azar puede lograr, ovejas perfectas (hechas para ser fotografiadas) comen un pasto brillante mientras caen unas gotas de fina lluvia. Suficientes para que se forme un arcoiris, para reflejarse sobre el río dorado de sol, para anaranjarse las nubes y los caballos pastar.

Hace 150 años Pincheira y sus tropas utilizaban este paraje para esconderse -dicen- luego de fechorías varias.

¿Significaría lo mismo para uno de sus ladronzuelos esto que ahora yo veo? ¿Tendría él también una sensibilidad moldeada por peliculas de Disney, arte impresionista y documentales de la National Geographic para poder apreciar este o aquel ocaso?
¿Veríamos lo mismo si estuvieramos viendo lo mismo? Un viaje a caballo a estas tierras inhóspitas huyendo de la autoridad, quizás del paredón. O un viaje atraido por un folleto de información turística. ¿Y una expectativa de encontrar qué?
¿Él un refugio, yo un descanso? ¿Él un descanso, yo un refugio?
Si yo encuentro en este anochecer aún sin luna lo mismo que todos, ¿acaso soy todos?
¿Con qué herramientas me acerco a sentir la lisura de la piedra? Es decir, cómo no encontrar lo que aquí vine a buscar.

Si paisaje, si descanso, si atardecer pleno de rosados, entonces para qué el viaje.
Si apertura a algo más, si desvestirme de la sensibilidad que me informan en el folleto, en las fotos que esperan a mi vuelta.

Ser, por ejemplo, el maleante.
Sentir ser el maleante, placer reparo, placerse del agua fresca tras la huida, no ver más nada en las caprichosas formas que caprichosas formas.
¿Dónde un Castillo? Simple piedra, segura piedra, hogar pasajero. Aquí no se mece el ocio, transcurre la vida.

¿Cuál es el original de nuestra vida y cuál copia? La sensibilidad del ladrón, la del muchacho que barre la tierra del camping, la mía...
Es falso ver castillos y cristos y águilas en todas las piedras, tanto como es falso ver piedras. Ver en toda cosa otra.

Como el niño que le pidió a su padre que le ayude a ver el mar, porque era demasiado grande aquella primera vez.
Mirada virgen y mirada educada por tarjeta postal. ¿Dónde esta el ver?

La función de la literatura (del arte) es abrir esa sensibilidad anquilosada, hacer que explote como un volcán la que contabamos como segura. Reemplazar el puro placer lindo-feo, por un sinfín de lava ardiente.
Podrá pasar luego una laguna y millares de animales alados, ponies, pegasos, choiques.
El óxido de millones de años caminará sobre nosotros y aun así no sabremos si hay alguien que forme las formas o trace las rutas.

No sabemos quién morira el día de nuestra muerte ni por qué la aventura.

Más nada de eso importa. Sólo el volcan que parece tocar el cielo hasta reventar en infinito.

¿O alguien puede asegurarme que ese volcan no toca el cielo?


Eso me parecía.
Sólo queda llegar arriba y estirar las manos.