Se cuenta que la noticia de la derrota de Napoleón en la batalla de Waterloo llegó a Londres mediante una paloma mensajera y que gracias a este acto de bravura, le fue concedido -a la paloma- el rango de teniente del ejército británico. Con este grado militar, no podía tratarse precisamente de la paloma de la paz, aunque anunciaba el final de un período de guerras que había dejado más de un millón de muertos en toda Europa y el sueño del Imperio napoleónico definitivamente enterrado.
En Waterloo, la película producida por Dino de Laurentiis y dirigida por Sergei Bondarchuk en 1970, aparecen varios de los oficiales del ejército británico, pero no entra en escena la paloma. Por supuesto, entran en escena más de 15.000 miembros del verdadero ejército soviético, que hacen de extras en la película. Pero no faltan, además de los caballos que aparecen en cantidad, las referencias animales a lo largo de la película.
El gran animal, la bestia, es el mismísimo Napoleón Bonaparte. Apenas llega la noticia de que se ha escapado de la isla de Elba, el Rey ordena a Michel Ney ir a capturarlo y éste le promete traerlo a París "en una celda de hierro". Algo que el Rey toma como una exageración, pero que hace justicia a la fama de bestia feroz de Napoleón. De hecho en la literatura filosófica, la relación entre la bestia y el soberano es de larga data.
Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non nouit. "Cuando no se le conoce, el hombre no es un hombre sino un lobo para el hombre" es la famosa afirmación de Plauto que retoman Rabelais, Montaigne, Bacon, Hobbes y Rousseau, entre otros.
En principio podemos decir que la figura del lobo se asigna a quien está fuera de la ley o más allá de ella. Esta es la idea de Hobbes cuando utiliza la figura del lobo para designar al hombre en estado de naturaleza y aún la de los soberanos, quienes entre sí están en ese mismo estado. Por eso podemos pensar a la batalla entre Napoleón y Wellington como una batalla entre lobos. Pero estamos autorizados a hacerlo si tenemos en cuenta algunos detalles que no son menores.
El más feroz de los lobos es sin lugar a dudas Napoleón, no solamente por la jaula de hierro en la que prometieron llevarlo a París. Cuando Wellington se encuentra en el baile organizado por la Duquesa de Richmond, su hija le pregunta si podrá conocer a Napoleón luego de apresarlo y si es tan monstruoso como algunos dicen, a lo que Wellington contesta que se alimenta de carne humana. Leamos el Emilio de Rousseau para ver qué relación hay entre la alimentación y la bestialidad.
"Es indudable que los grandes comedores de carne son en general crueles y feroces en mayor medida que los demás hombres: esta observación pertenece a todos los tiempos y lugares. La barbarie inglesa es bien conocida... Todos los salvajes son crueles; y sus costumbres no los llevan en absoluto a serlo: esa crueldad procede de sus alimentos. Van a la guerra como a la caza, y tratan a los hombres como si fuesen osos. En Inglaterra incluso, los carniceros no son aceptados como testigos, ni tampoco los cirujanos. Los grandes malvados se endurecen para el crimen bebiendo sangre."
Wellington mismo, como buen inglés, no deja de ser un lobo y a pesar de sus modales impecables lo reconoce al terminar la batalla, triunfante, cuando afirma que lo más triste después de una batalla perdida es una batalla ganada. Tenemos aquí entonces la carnicería consumada. Por otra parte, como afirma Rousseau, Wellington toma la batalla como si se trata de la caza de un zorro (Napoleón es una bestia, pero una bestia muy vivaracha), actividad aristocrática que acostumbraba practicar.
De todas formas, la cacería comandada por Wellington, no trata a Napoleón como si fuera un oso o un zorro, lo trata como su oponente. Esto queda claro en la película cuando un oficial pide permiso para disparar a Napoleón, quien estaba pasando revista a la tropa en su caballo blanco antes del comienzo de la batalla. Wellington le contesta que no puede hacerlo bajo ningún concepto y agrega como justificación que los generales de los ejércitos tienen mejores cosas que hacer que dispararse entre ellos. Aunque puede sonar en principio como un acto de cobardía, mediante el cual el Duque de Wellington pone a salvo su propia vida detrás del campo de batalla, bien podemos suponer que se trata de la igualdad en la bestialidad de ambos oponentes.
A pesar de la fama monstruosa de Napoleón, su enemigo no decide en nombre de la humanidad matarlo como a un error imperdonable de la naturaleza, más bien sin perder su estilo five o'clock tea se inscribe a sí mismo en su costado más bestial.