viernes, 25 de diciembre de 2009

DE RECUERDOS Y COSAS NUEVAS


"Los recuerdos vienen, pero no se quedan quietos. Y además reclaman la atención algunos muy tontos. Y todavía no sé si a pesar de ser pueriles tienen alguna relación importante con otros recuerdos; o qué significados o qué reflejos se cambian entre ellos. Algunos parece que protestaran contra la selección que de ellos pretende hacer la inteligencia. Y entonces reaparecen sorpresivamente, como pidiendo significaciones nuevas, o haciendo nuevas y fugaces burlas, o intencionando todo de otra manera.

[...]

Una vez, hace mucho tiempo, recordé aquellos recuerdos, del brazo de una novia. Y esta última vez, salía de una de aquellas casas un niño sucio y llorando. Ahora empiezo a pensar en el derecho a la vida que tienen algunas cosas nuevas y a sentir una nueva predisposición. (A lo mejor exagero, y la predisposición a encontrar bueno todo lo nuevo se extiende y cubre todas las cosas, como le ocurría al propagandista. Y entonces, basta tener un poco de buena predisposición y ya encontramos servidas mil teorías para justificar cualquier cosa. Y podemos cambiar, además, muy fácilmente de motivos a justificar, por más contradictorios que sean; pues hay teorías con sugestión exótica, con misterio sugerente, con génesis naturalista, con profundidad filosófica, etc.)"


Felisberto Hernández
Por los tiempos de Clemente Colling


lunes, 21 de diciembre de 2009

FILOSOFÍA A LA GORRA 2


Razones estéticas o terroristas

Entendemos aquí el término “estética” no relacionado a la filosofía del arte o de lo bello, sino más cercano a la tradición kantiana como el campo de la recepción, aquí nos preguntamos qué es lo que pretendemos lograr en los asistentes. Entonces, cuando hablamos de razones estéticas estamos preguntando por la intencionalidad, por el efecto que pretendemos lograr en el tiempo limitado del que disponemos, estamos en el ámbito de lo teleológico que comprende toda actividad pedagógica. Contamos con un hábitat frágil y un tiempo muy limitado, no podemos pretender hacer una sólida construcción filosófica, sería casi ridículo, lo que sí podemos pretender es poner algo en movimiento, lograr una inquietud, aprovechar el sol para salir de cierto sopor. En este sentido la filosofía a la gorra se inscribe nuevamente en la herencia de Sócrates, el tábano que aguijonea a la bestia somnolienta y que afirma que esa es la función del filósofo en la sociedad, la puesta en crisis de los sentidos no discutidos. Así, lo que queremos lograr en cada encuentro está en el orden de lo provocativo. Si no llegamos a provocar (de pro vocare, llamar delante, esto es, poner en presencia mediante la voz lo que estaba ausente), si no logramos establecer una diferencia, instalar un diferendo, entonces seguramente es porque no hubo encuentro alguno. Un filosofar que se presenta como nómade no puede más que pretender poner en movimiento lo que se encuentra en reposo.


¿Cómo aguijonea el filósofo? ¿Cómo provoca el movimiento? ¿Desde dónde mueve aquel que está en movimiento? Con una herramienta a través de la cual intentará introducir un elemento que disloque la Weltanschauung tradicional. En un encuentro tan reducido, el filósofo tiene que aspirar entonces a ejercer un contagio mediante la voz, a inocular un veneno que no necesariamente tiene que actuar en el presente. Tiene que poder ser capaz de infiltrar en el auditorio algún concepto, alguna idea, alguna pregunta algún problema que quede allí latente, latiendo y que pueda explotar en determinado momento. La palabra es el arma del filósofo-terrorista, en tanto virus que puede diseminarse y continuar actuando en un tiempo diferido. De este modo la enseñanza de la filosofía entra en el reino de lo patológico. Porque la palabra funciona como un virus, así lo afirma William Borroughs en La revolución electrónica:


“Liberar a este virus de la palabra podría ser más peligroso que liberar la energía del átomo. Porque todo el odio todo el dolor todo el miedo toda la lujuria están contenidos en la palabra.”




En la tradición filosófica la palabra puede tener distintos señores o amos. Sabemos que Platón ha acusado a los poetas de no tener palabra propia, sino de ser mensajeros poseídos por la divinidad, los poetas que no saben lo que dicen. Como el sacerdote oracular, el poeta puede profetizar, hablar el futuro incierto, inexistente. La palabra filosófica, en contraste, es la que se adueña de lo existente, es el búho de Minerva que levanta su vuelo en el ocaso. Hay nuevamente aquí una contraposición análoga a la ya tratada entre la aventura y la explicación. La primera es una barca que tiende la proa hacia el futuro, la segunda vuelve sus pasos para asegurarse de que no hayan quedado zonas oscuras. Sin embargo habíamos afirmado que pretendemos una palabra filosófica que pueda navegar ambas aguas. Si buscamos generar un terror, desplazar un sentido, instalar una enfermedad a través del virus de la palabra, es que nosotros mismos debemos ser los portadores vivos de ese terror. Volviendo al Ión de Platón, es preciso formar parte de la cadena de entusiasmo para llegar hasta el espectador y provocar en él ese movimiento. Pero a la vez, es necesario que haya lucidez en esa inserción, en desplegar con justeza las palabras adecuadas para lograr la finalidad buscada.


Es aquí donde tenemos que plantearnos, aunque más no sea como tópico pendiente para tratar con más profundidad en otro momento, la importancia de la divulgación. Recordemos que la filosofía a la gorra se enfrenta a un público no académico, un auditorio que no está presente para acreditar una materia. Si entendemos que podemos hablar aquí de una enseñanza de la filosofía, el enseñar aquí estará más cercano al mostrar, será indispensable entonces la mostración antes que la demostración. Y debemos pensar que esto no significa rebajar, disminuir o afectar negativamente la calidad de la exposición filosófica, sino más bien atender a la finalidad de inocular el virus con la mayor eficacia posible. Esto no quiere decir de ninguna manera realizar un discurso iluminador o revelador sobre el público presente, el virus de la palabra no actúa por iluminación repentina, sino que requiere de un terreno fértil para florecer desde el interior. Divulgar es aquí entonces llamar a la presencia mediante la voz aquello que ponga en crisis la inmovilidad, el acto de la provocación.


Razones materiales o vitales

En la tradición marxista, el fetichismo de la mercancía tiene dos características principales: la sobrevaloración del objeto mercantilizado y el ocultamiento del proceso de producción. La filosofía está usualmente acosada por ambas. Parece que el filósofo fuera algún tipo de sabio que tiene acceso a una verdad que recibe por iluminación, que se encuentra bendecido por algún tipo de inteligencia especial o de saber esotérico que envuelve a su reflexión en un halo aurático. La distinción aún instalada entre alguien llamado “Filósofo” y todo otro grupo de mortales tales como “profesores de” y “licenciados en” evidencian esta cualidad intangible del Filosófo. El anverso del filósofo-fetiche es el ocultamiento del trabajo que precede a toda producción filosófica. De hecho, de esta manera se instaura el mito del nacimiento de la filosofía en Grecia, contraponiendo la palabra libre que busca la verdad contra la de los mercaderes del saber, los sofistas. Pocas veces se recuerda cuál es la relación entre la “libertad” de la palabra filosófica y el trabajo esclavo.

Si consideramos en cambio que el filósofo es un trabajador más, tenemos que contar con que requiere de tiempo, de materias primas y de su cuerpo para producir su particular mercancía filosófica. En el acto de pasar la gorra al finalizar la charla se explicitan estas condiciones de producción. Me gustaría traer nuevamente a los sofistas a escena porque ellos no solamente son los que ponen de manifiesto que la palabra no puede estar al servicio de una verdad única e inmutable, además evidencian que la figura del saber por el saber mismo, esconde siempre las condiciones de posibilidad materiales del pensamiento filosófico. Pedir dinero sin mediaciones (ya que no hay edificio, arquitectura, institución que haga de sostén material), exhibir los libros, exponer el cuerpo es desfetichizar la producción filosófica. Es explicitar que el filósofo no vive en un más allá etéreo ajeno a las preocupaciones mundanas, en un mundo puro de ideas y verdades desinteresadas. De la misma manera que el artesano que vende su mercancía en una plaza, el filósofo a la gorra hace patente que hay un producto que se presenta en esa charla. A la manera en que Brecht pretendía en sus funciones lograr el proceso de Verfremdung, para que el espectador “se convenza de que aquí no se trata de magia, sino que trabajan, amigos.”

A modo de conclusión, el filósofo a la gorra tiene razones geográficas o arquitectónicas, es decir: habita; tiene razones editoriales o publicitarias, es decir: se desnuda; tiene razones estéticas o terroristas, es decir: contagia, tiene razones materiales o vitales, es decir: se alimenta. Habita, se desnuda, contagia, se alimenta. Es una filosofía atravesada por la corporalidad.

viernes, 18 de diciembre de 2009

FILOSOFÍA A LA GORRA 1


La actividad filosófica puede definirse como un dar razones de o un dar razones para. En todo caso como dice Paul Ricoeur "El filósofo no puede, él menos que nadie, rehusarse a dar sus razones".

Para comenzar y como nunca es una sola motivación la que nos lleva a algo, encontré cuatro tipos de razones para responder a la pregunta ¿Por qué filosofía a la gorra?

Razones geográficas o arquitectónicas
Razones editoriales o publicitarias
Razones estéticas o terroristas
Razones materiales o vitales

Razones geográficas o arquitectónicas

Una filosofía puede nacer, desarrollarse y morir (aunque es un poco tozuda para esto último) en diferentes hábitats, puede habitar diversas geografías o territorios. En diferentes hábitats somos otros, pensamos, actuamos, producimos de forma diversa. La geografía no es mero paisaje, es una situación vital, un hábitat posible. En el caso de la filosofía podemos encontrarla en distintos hábitats, desde los más académicos y encerrados, hasta los más libres y frescos.

La academia siempre es un edificio, la institución está plenamente identificada con él, si no hay arquitectura sólida y elefantiásica, no hay academia. Dice Zaratustra de los doctos:

Yo soy demasiado ardiente y estoy demasiado quemado por pensamientos propios: a menudo me quedo sin aliento. Entonces tengo que salir al aire libre y alejarme de los cuartos llenos de polvo.

Pero ellos están sentados, fríos, en la fría sombra: en todo quieren ser únicamente espectadores, y se guardan de sentarse allí donde el sol abrasa los escalones.

Semejantes a quienes se paran en la calle y miran boquiabiertos a la gente que pasa: así aguardan también ellos y miran boquiabiertos a los pensamientos que otros han pensado.


Esto no quiere decir (como parece) que haya que abandonar la filosofía que se construye en los cuartos llenos de polvo. Lo mejor que puede uno hacer con Nietzsche es ir un poco más allá de lo que él afirma. La filosofía necesita de todos los ámbitos y en cada uno se desarrolla de otra manera. El lugar de la intemperie no es el lugar de la construcción de la filosofía, la construcción por lo general necesita de bases, cimientos, columnas, de un afincarse en determinado territorio y sobre eso proyectar una arquitectura, un entramado. Pero toda filosofía es una arquitectura, en el sentido de que es un hábitat ficticio, más o menos complejo, que sirve como cobijo, que tiene cierta estructura, que posee una estética y que guarda relación con el cuerpo del hombre.

El lugar de la producción académica, de los cuartos llenos de polvo, es necesario, pero es sólo uno de los hábitats posibles de la filosofía y también es necesario sacarla a tomar aire y sol. Lo importante es lo que uno apreondió del viejo Kant, conocer los límites de cada una de las modalidades del saber y no pretender que una de ellas abarque la totalidad de lo posible.
La filosofía a la gorra es una posibilidad de salir al sol, de itinerar, de cambiar de hábitat, de construir arquitecturas frágiles, de ejercer un nomadismo de la palabra.

Razones editoriales o publicitarias

Este formato permite poner a prueba, sacar a la luz ciertas ideas, hacerlas públicas. Es ante todo una forma de exposición, quiero decir ¿Para qué salir al sol si no vamos a exponernos, a desnudarnos? ¿Para qué ser nómades si no vamos a arriesgar allí donde estamos hipótesis, problemas, certezas? ¿Para qué habitar nuevas geografías si no vamos a aventurarnos, si no vamos a ejercer la sin-vergüenza?


En algún momento hay que pasar de la posición pasiva y cobijada de la palabra, del anonimato y ponerle nombre y cuerpo a esa palabra. Tomar la palabra es una responsabilidad, una exposición. Es la posibilidad de que nos critiquen, de que no nos quieran, de que no nos gustemos a nosotros, de que no hayamos dicho todo lo que teníamos para decir o de la forma en que queríamos hacerlo.


Y sí, tomar la palabra y hacerla pública, editarla, aún más, tomar la palabra de cuerpo presente como en este caso es un riesgo. Pero dijimos antes que la filosofía puede definirse como un dar razones y parece que esto se contrapone con salir al sol, con desnudarse, con vivir una aventura. En palabras de Lewis Carrol


- Vamos, cuéntenos sus aventuras.

- Les contaré mis aventuras a partir de esta mañana –dijo Alicia tímidamente-. No les hablaré de ayer porque no era la misma persona.

- Explíquenos esto –dijo la Tortuga.

- No, no, primero las aventuras –exclamó impaciente el Grifo-. Las explicaciones ocupan siempre un tiempo espantoso.


Ante todo -como dice el Grifo- las explicaciones ocupan siempre un tiempo espantoso. Así que ¿Qué podemos hacer o qué podemos pretender hacer en una hora? ¿Explicaciones o aventuras?


domingo, 13 de diciembre de 2009

OLA


Estoy disperso como una ola cuando rompe violentamente contra un acantilado. Millares de pequeñas gotas se esparcen en todas direcciones y un finísimo vapor exhala de lo que alguna vez, quizás ingenuamente, intentó ser parte de un todo. La tersura del aire me cobija por un momento en este pausado caer que se me presenta pleno de desencuentro. ¿Es que jamás podré rehuir esta lógica brutal? ¿Es que la promesa de redención será vana una vez más? Se acaba nuevamente el tiempo de las preguntas, me reúno en el interior inmenso y marítimo que me envuelve y me adormece. Me estilizo, me impregno, me compongo transparente. Es entonces cuando mi eternidad es nuevamente interrumpida y rompo violentamente contra un acantilado.