viernes, 27 de mayo de 2016

EL OÍDO DE ZARATUSTRA

¿Cómo tener oídos para lo absolutamente singular? ¿Con qué lenguaje recibir lo que no puede ser nombrado, apresado por el código compartido con el que nos comunicamos? Este es un problema central en la obra más conocida de Friedrich Nietzsche. Así dice Zaratustra:

“Hermano mío, si tienes una virtud, y esa virtud es la tuya, entonces no la tienes en común con nadie. Ciertamente, tú quieres llamarla por su nombre y acariciarla; quieres tirarle de la oreja y divertirte con ella.” 

¿De qué modo reconocer esa virtud propia? Zaratustra tematiza insistentemente no solamente la problemática del lenguaje, su insuficiencia y su carácter ficcional, su vitalidad, también pone en evidencia que es necesario desarrollar una receptividad hospitalaria y muy generosa para lo que no podemos categorizar.

“Harías mejor en decir: ‘inexpresable y sin nombre es aquello que constituye el tormento y la dulzura de mi alma, y que es incluso el hambre de mis entrañas’.” 


A pesar de que la creación esté relacionada a un principio activo, tal parece que hay que saber prestar atención, afinar el oído, ser capaz de sintonizar con lo que allí ya sucede. Se trata de una recepción, pero no como pura pasividad, sino como creación de un nuevo lenguaje o, mejor, como creación de lo nuevo en el lenguaje.

Por eso es que hay que desviarse de ciertos circuitos, que atronan con sus voces: la plaza, el mercado, los sacerdotes que hablan dentro nuestro. No puede haber receptividad con tanto ruido de la comunicación, con tanto lenguaje sin dobleces, con tanto leer y escribir de los ociosos. Este es el motivo por el que Zaratustra no puede ser comprendido cuando baja de su montaña a la plaza de la ciudad.

“¿Habrá que romperles antes los oídos, para que aprendan a oír con los ojos? ¿Habrá que atronar igual que timbales y que predicadores de penitencia? ¿O acaso creen tan sólo al que balbucea?” 

En este sentido la creación implica una “función femenina”, la de dar a luz aquello que está produciéndose, el niño como nueva verdad. La hospitalidad implica justamente esta atención, porque el cuerpo, el sí-mismo, habla siempre un nuevo lenguaje. Esta función femenina es la que Zaratustra ha desarrollado e invita a todos a practicar. 

“y a quien todavía tenga oídos para oír cosas inauditas, a ése voy a abrumarle el corazón con mi felicidad.”



Si la creación implica recepción, entonces no se trata de una creación entendida como “lo que a mí se me ocurre”, sino entendida como “lo que en mí ocurre”, en la que la posición del yo tiene que saber obedecer la voz que manda. Es más importante aprender a escuchar que imponer la supuesta libertad de un yo que no sabe lo que su sí-mismo está diciendo. El trabajo mismo de la escucha, paciente y comprometido con el pathos, será el que cree una nueva forma de libertad.

El último hombre no sabe obedecer, no tiene allí puesto su orgullo, no tiene la fuerza, no puede ser camello.

“¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo. ¿Eres tú alguien al que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servidumbre.”

Obedecer es interpretar, en este sentido “crear” es crear algo que, de algún modo, ya está allí. Es lo que hace cualquier buen artista, crea un lenguaje, un estilo, una sintaxis desde los materiales con los que trabaja (su cuerpo, su tela, su época).

“Tú debes” le suena a un buen guerrero más agradable que “yo quiero”. Y a todo lo que os es amado debéis dejarle que primero os mande.”

Entonces, no “vale todo lo mismo” luego de la muerte de Dios. Desde la voluntad de poder, desde la vida siempre hay algo que se impone, no hay paridad de valores, hay creación en relación a un existente, a una corriente que nos arrastra.

“¡Vigilad y escuchad, solitarios! Del futuro llegan vientos con secretos aleteos; y a oídos delicados se dirige la buena nueva.”