miércoles, 28 de julio de 2010

BIOGRAFÍA DEL HAMBRE 1

“Al árbol se acercaron los poetas;

y una voz desde dentro de la fronda

gritó: “Muy caro cuesta este alimento.”

Dante Alighieri


Hay que conocer las dimensiones

de nuestro propio estómago.”

Friedrich Nietzsche


En cada uno de los pecados capitales asistimos a varios tipos de desórdenes. De hecho, el pecado es definido por Tomás de Aquino como un “acto desordenado” y el modo, el objeto y la profundidad del desorden son los que asignan a cada pecado sus características propias y su gravedad en la axiología del mal. Ese orden rector del cual los actos humanos no deben alejarse, no es un orden simple, obedece a tres aspectos.


“El orden en el hombre debe ser triple: uno por comparación a la regla de la razón, en cuanto que todas nuestras acciones y pasiones deben conformarse a ella; otro por comparación a la regla de la ley divina, que debe dirigir todas las acciones. Si el hombre fuese un animal solitario, bastaría este doble orden. Pero como naturalmente es un animal político y social, según prueba el Filósofo, es necesario que haya un tercer orden, por el cual el hombre se ordene a los demás hombres con los cuales debe convivir.”

(Suma Teológica, 1-2 q.72 a.4)


Cada uno de los pecados amenaza entonces, desde sus particularidades distintivas, a este triple ordenamiento: las reglas de Dios, las reglas de la Razón, las reglas de la Sociedad. De los siete pecados capitales, la lujuria y la gula son los que debemos asociar al cuerpo, para la escolástica a las exigencias naturales; ya que la lujuria es funcional a la supervivencia de la especie y la gula lo es a la del individuo. En ambos pecados el cuerpo es protagonista, amo y señor del trastocamiento de las reglas. Pero mientras que en la lujuria en muchos casos está involucrado el cuerpo del otro, en la gula parece que el cuerpo tiene sobre todo una relación consigo mismo y con el mundo del que debe nutrirse para subsistir.


Amélie Nothomb nació en Japón, durante una de las tantas misiones diplomáticas que su padre mantenía para Bélgica y que hicieron de la niñez de Amélie una continua experiencia del exilio. Amélie es voraz, al apetito desmedidamente excesivo que descubre en su infancia lo denomina, en homenaje a Nietzsche, “superhambre”. La desviación de la regla divina se extrema en este caso, porque esta característica es entendida como una señal de divinidad propia que la deposita en el lugar mismo de lo sagrado. “Reinaba sobre el universo y en particular sobre el placer… …Yo era la única que estaba en posesión de aquel tesoro, que sería la fuente de ambigua vergüenza a partir de mis seis años, pero que, a los tres, a los cuatro, se me aparecía como lo que era: una supremacía, la señal de una elección.” Esta supremacía está asociada al poder divino, que es infinito e insaciable. “La superhambre no era la posibilidad de sentir más placer, era la posesión del principio mismo del disfrute, que es el infinito. Yo era el yacimiento de esa necesidad tan grandiosa que todo acababa estando a mi alcance.” Presentadas de esta manera, la necesidad y el placer son las dos caras del principio de autonomía, de un tener en sí las propias normas de regulación del origen del deseo y el goce. El endiosamiento propio es a la vez el rechazo de cualquier otra fuente de amor que no se dé en el autoerotismo y de ahí la directa relación con la soberbia y la acidia, diversas formas de desviaciones de Eros hacia uno mismo. “Suponiendo que yo sea un universo, me rijo por esta única ley: el hambre.”


La geografía insular ha funcionado siempre como metáfora privilegiada del sujeto. Nothomb llama la atención sobre dos particularidades del archipiélago de Vanuatu, en Oceanía: “la abundancia y el aislamiento. Es cierto que, tratándose de una archipiélago, esta última virtud raya en el pleonasmo.” Pero los habitantes de Vanuatu nunca conocieron el hambre, en una comida a la que estaban invitados algunos de ellos, confiesan su terrible desdicha. “-Es terrible. Consternado por su propio relato, concluyó: -Y en Vanuatu siempre ha sido así. Los tres hombres se miraron con una expresión sombría, compartiendo aquel pesado e inconfesable secreto de la perpetua sobreabundancia, y luego se sumieron en un mutismo abrumador cuyo sentido debía de ser: -No sabe usted lo que es eso.-” ¿Qué sucede entonces con la falta originaria de apetito? Quienes no conocen el hambre, su pathos, ¿a qué tipo de existencia están condenados? “Observé un poco a los tres habitantes de esa despensa llamada Vanuatu: eran amables, corteses, civilizados. No destilaban ni el menor síntoma de agresividad: sentías que te hallabas ante una gente profundamente pacífica. Pero tenías la impresión de que estaban un poco hartos: como si nada les interesara. Su vida era un paseo a perpetuidad. Faltaba en ella el sentido de una búsqueda.”



(continúa...)

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