viernes, 25 de junio de 2010

Radix Omnium Malorum Avaritia




“Esta relación constituye, además, un lado del fenómeno muy complejo e importante de la avaricia. Al encontrar la paz de espíritu en la posesión del dinero, sin avanzar hacia la consecución y el disfrute de los objetos aislados, el avaro ha de tener un sentimiento de poder más profundo y valioso del que pueda proporcionarle el dominio sobre cosas determinadas y cualificadas; puesto que, como hemos visto, la propiedad de éstas tiene sus limitaciones. El alma inquieta, que busca una satisfacción ilimitada y una identificación con lo último, lo más íntimo y absoluto de las cosas, experimenta un rechazo doloroso de parte de éstas, que son y continúan siendo algo para sí, que oponen resistencia a su integración completa en la esfera del Yo y, de este modo, hacen desembocar la posesión más apasionada en insatisfacción. La posesión del dinero está libre de esta contradicción secreta de las demás propiedades. A costa de no acercarse a las cosas y de renunciar a todas las alegrías específicas, relacionadas con lo individual, el dinero puede garantizar un sentimiento de dominio que, sin embargo, se encuentra suficientemente alejado de los objetos sensibles para no tropezar con las limitaciones que ocasiona su posesión. Únicamente el dinero se puede poseer de modo completo y sin reservas, únicamente el dinero se agota en la función que con él se pretende. Así, los placeres del avaro han de ser parecidos a los estéticos, puesto que también éstos se sitúan más allá de la realidad impenetrable del mundo y se aferran a la apariencia y reflejo de éste, que son completamente penetrables para el espíritu en la medida en que se da a ellos sin vacilar. Por otro lado, las manifestaciones que están vinculadas al dinero son los escalones más puros y transparentes de una serie que realiza el mismo principio también en otros contenidos. En cierta ocasión conocimos a una persona, ya no muy joven, padre de familia, en buena situación económica que ocupaba todo su tiempo en aprender todas las cosas posibles: lenguas, sin aplicarlas prácticamente; baile, sin ejecutarlo; habilidades del todo género, sin hacer uso de ellas o, incluso, sin querer hacerlo. Este es el tipo más perfecto del avaro, esto es, la satisfacción en la posesión completa de la potencialidad, que jamás piensa en su actualización. También aquí, sin embargo, tiene que hallarse presente el encanto emparentado con el de carácter estético: la dominación de las formas y las ideas puras de las cosas o los actos, frente a la cual, todo avance hacia la realidad, con sus obstáculos, contratiempos e insuficiencias, únicamente puede suponer un descenso y una limitación del sentimiento de dominar absolutamente a los objetos por medio del poder. La observación estética –que resulta posible como mera función respecto a cada objeto concreto y especialmente fácil respecto a lo “bello”- supera, del modo más fundamental, las limitaciones entre el Yo y los objetos; aquella permite que la idea de estos últimos evolucione con sencillez y armonía, como si no estuvieran determinados más que por las leyes esenciales de la primera. De aquí el sentimiento de liberación que conlleva el ánimo estético, la redención de la presión sorda de las cosas, la expansión del Yo, con toda su alegría y libertad, en las cosas cuya realidad es la que violenta. Esta ha de ser la coloración psicológica de la alegría en la mera posesión del dinero. La condensación, abstracción y anticipación particulares de la propiedad objetiva que implica la del dinero, permite a la conciencia aquel margen libre de juego, aquella extensión llena de intuiciones, a través de un medio que no ofrece resistencia alguna, aquel apropiarse de todas las posibilidades sin violencias y sin desengaños por parte de la realidad, todo lo cual también caracteriza al placer estético. Al definir la belleza como une promesse de bonheur (una promesa de felicidad), ello señala la igualdad psicológica formal entre el atractivo estético y el del dinero, puesto que ¿en qué otra cosa puede consistir esto último, sino en la promesa del placer que ha de comunicarnos el dinero?”

Fragmento de "La filosofía del dinero" (1900) de Georg Simmel

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