lunes, 17 de mayo de 2010

EL JUEGO DE LA VIDA 1

-->Yo era bastante chico, pero recuerdo bien cuando mi bisabuela le regaló a mi hermano “El juego de la vida”. Debía ser el principio del gobierno de Alfonsín, porque yo ya sabía leer y mi regalo fue, tenía que ser, un libro. Era un hermoso ejemplar de color azul sobre el perro pastor alemán y su adiestramiento que mi bisabuela Lola supuso por algún motivo que podía interesarme. Nunca tuve perro y en la época de mi cariño hacia los animales los gatos siempre llamaron más mi atención, pero el libro está dedicado por ella, allá por el año 1984 y eso lo convierte por sí mismo en un gran regalo.

En casa siempre hubo muchos juegos de mesa y si bien “El juego de la vida” no era de mis favoritos (prefería el “Carrera de mente”, el “T.E.G.” o el “Pictionary”), durante años lo jugamos con mi hermano y con amigos hasta que quedó arrumbado y casi olvidado junto con otros en un armario. Hace poco lo rescaté del olvido y hubo varios aspectos que de chico no podía haber visto, que ahora llamaron mi atención.

El nombre es por sí mismo bastante sintomático, no deja muchas opciones de otros juegos de la vida, este es “El” juego que hay que jugar en la vida. El original norteamericano (el local está producido por Top Toys, bajo licencia de Milton Bradley Int. Inc.) en el que la versión argentina se basa, tiene un nombre de pretensiones aún más absolutas: “Life”. Ya no se trata de la posibilidad de un juego, sino de la vida misma, este juego no juega a la vida, es toda posibilidad de vivir.

En la tapa hay una familia tipo, es decir, una familia como se pretende que sea en el juego de la vida. Son todos rubios, con sus pelos muy brillantes, el padre de familia es un trabajador de cuello blanco y la madre tiene un aire a Magdalena Ruiz Guiñazú bastante sospechoso. Todos se divierten con muchos billetes amontonados frente a cada uno.

Lo primero que se lee en las instrucciones del juego, después de la cantidad de jugadores que permite y la edad recomendada es la siguiente frase:

“Usted también puede ser un millonario en este juego de la vida; ese es el objetivo del juego.”

La definición del sueño americano, el camino a la riqueza está abierto para todos, ese es el objetivo del juego.

(continúa...)

domingo, 16 de mayo de 2010

PEQUEÑA JERUSALEM

La ley funciona como un fuerte mecanismo de exclusión.

Pone en el seguro terreno de lo prohibido todas aquellas situaciones que pueden amenazarnos. Nos resguarda de lo que nos despedaza, nos cobija sobre todo de no ser gobernados por quien no elegimos, de estar a merced de lo evanescente.



Laura es una bellísima y joven estudiante de filosofía de un barrio judío de París. Su religión es la de la Torah, la del libro, la de la ley. Vive en un hogar ortodoxo, gobernado por la ley de un padre ausente. La ortodoxia en el judaísmo es sobre todo el apego a la letra de las leyes bíblicas. No sorprende entonces que en el pequeño escritorio de su habitación donde Laura estudia filosofía, haya una imagen de Immanuel Kant, el filósofo jurídico por excelencia.

Al contrario de lo que creen muchos de sus compañeros de estudio, Laura entiende que la libertad se juega en la obediencia a la ley y no como parecería en la rebeldía. Elegir obedecer una ley es para Laura la afirmación mayor del acto de libertad para mantenerse a resguardo de lo que acecha, para no ser presa de sus pasiones. ¿Cómo ser libre siendo presa?

Para ella, para su hermana Mathilde y para su madre, el amor se juega entre la prisión de la ley y la prisión del deseo. La repetición de los gestos, el agotamiento de los rituales impuestos, tienen una fuerza que pretende conjurar el movimiento continuo del erotismo. Y el problema se presenta tanto cuando lo logra, como cuando fracasa. La ley sabe de su fracaso, porque el padre mismo fracasa.

Cada uno de los personajes de la película entiende -para acatarlo, para rebelarse, para sufrirlo- que la ley nunca será un bastión lo suficientemente seguro.

Someterse a la propia ley es ser libre. Pero sigue siendo un sometimiento.

Laura va, como un frágil péndulo entre un sometimiento y otro, se hace dueña de sí, se aliena, detiene su existencia, se abandona.

sábado, 15 de mayo de 2010

CUATRO VECES FOUCAULT

"La teoría como caja de herramientas quiere decir: a) que se trata de construir no un sistema sino un instrumento; una lógica propia a las relaciones de poder y a las luchas que se comprometen alrededor de ellas; b) que esta búsqueda no puede hacerse más que poco a poco, a partir de una reflexión (necesariamente histórica, en alguna de sus dimensiones) sobre situaciones dadas."

"En cuanto al problema de la ficción, es para mí un problema muy importante; me doy cuenta de que no he escrito más que ficciones. No quiero, sin embargo, decir que esté fuera de la verdad. Me parece que existe la posibilidad de hacer funcionar la ficción en la verdad; de inducir efectos de verdad con un discurso de ficción, y hacer de tal suerte que el discurso de verdad suscite, "fabrique" algo que no existe todavía, es decir "ficcione". Se "ficciona" historia a partir de una realidad política que la hace verdadera, se "ficciona" una política que no existe todavía a partir de una realidad histórica."


"Pensar, ni consuela ni hace feliz. Pensar se arrastra lánguidamente como una perversión; pensar se repite con aplicación sobre un teatro; pensar se echa de golpe fuera del cubilete de los dados. Y cuando el azar, el teatro y la perversión entran en resonancia, cuando el azar quiere que entre los tres haya esta resonancia, entonces el pensamiento es un trance; y entonces vale la pena pensar."

"Pero, ¿qué puede ser hoy la filosofía -quiero decir la actividad filosófica- si no es el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo? Y si no consiste en tratar de, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otro modo. Siempre hay algo de irrisorio en el discurso filosófico cuando quiere, desde el exterior, imponer su ley a los otros, decirles dónde está su verdad y cómo encontrarla, o cuando se empeña en constituir su proceso como positividad ingenua, pero está en su derecho de explorar lo que, en su propio pensamiento, puede ser cambiado mediante el ejercicio que hace de un saber que le es extraño."

martes, 11 de mayo de 2010

KANT Y LA ISLA IMPOSIBLE


Todo pensamiento expresa una tensión y se funda en ella.

La filosofía kantiana no es la excepción, es la arquitectónica de un inmenso y complejo andamiaje conceptual que da cuenta de esa tensión y que sabe que es incapaz de resolverla.

La tensión está, en términos kantianos, entre lo condicionado y lo incondicionado.

La revolución copernicana kantiana saca a flote un terreno seguro, una isla de conocimiento, "la tierra de la verdad (un nombre encantador)" dirá el viejo Kant. De las sombras fantasmales de la metafísica dogmática a la segura tierra del entendimiento. De las peligrosas aguas del escepticismo humeano, a los seguros pilares de las formas puras a priori. Con gran esfuerzo logra Kant hacerse dueño de esa pequeña isla, en ella nuestro conocimiento está a salvo de seres fantásticos o divinos. Podemos entonces en tierra firme hacer ciencia, ciencia moderna. Podemos dominar a la naturaleza pues el fundamento de tal dominio está en que hemos puesto límites a nuestras pretensiones.

La filosofía kantiana es una filosofía del límite.

Pero un límite tiene que ser puesto allí donde se sabe que puede ser traspasado y que hay una propensión a hacerlo. Lo condicionado no alcanza, no nos es suficiente. Sobre todo en tanto somos, como dice Schopenhauer "animales metafísicos". Kant lo sabe muy bien y por eso se ocupará de lo incognoscible, de la libertad, de la belleza, de todo aquello que pueda tender algún tipo de puente entre nosotros y el mundo. Porque tenemos que ser claros, el precio a pagar por la seguridad del conocimieno es la alienación definitiva del acceso al mundo.

El conocimiento humano es un movimiento de aislación.

Lo paradójico de esta isla es que allí no habitamos, tendemos a la aventura, a salir de Königsberg. Y no seamos ingenuos, Kant también, él más que muchos. Porque más allá de que lo incondicionado nos llame en tanto somos seres libres, el mundo nouménico parece colarse aún en esta isla segura del entendimiento. En la Analítica Trascendental no termina la filosofía kantiana. Allí empieza.

El noúmeno es aquello incognoscible que acecha como límite en el campo mismo de conocimiento.

Y la categoría de posibilidad es el espía que lo incondicionado envía al corazón mismo de la tierra de la verdad. Como categoría del entendimiento su función es clara, sus límites son claros, tiene que conocer lo fenoménico, que se define por ser dado primero a nuestra sensibilidad. ¿Pero cómo conocer aquello que nunca se presenta a nuestra sensibilidad, aquello que es meramente posible y no existente? ¿Qué tipo de entidad fenoménica es aquella que es estrictamente "posible"?

No solamente tenemos facultades que están a sus anchas en el mundo de lo incondicionado. El entendimiento mismo que debería ser el baluarte del conocimiento científico, también tiene una tendencia a ir más allá de sus propios límites.

Hay lo impuro en el corazón mismo de lo puro.

Hay la imposibilidad de una isla.

sábado, 8 de mayo de 2010

RICARDO FORT

En diciembre del año pasado la Revista Noticias me invitó a realizar una reflexión desde la filosofía sobre la figura emergente de ese momento: Ricardo Fort. El desafío me pareció interesante porque la filosofía tiene que poder pensar lo contemporáneo y no despreciar lo que aparenta ser pura banalidad, pero lamentablemente en el interior de la nota solamente reprodujeron una frase fuera de contexto de lo que yo envié a la revista, así que a continuación copio el texto original, para quien le interese.





Lo que hace que Ricardo Fort sea tan funcional a los medios de entretenimiento masivos es que ambos son bajo el modo de la repetición. Fort es millonario y excéntrico, su dinero tiene valor en tanto pura mostración, por eso todo en él es brillante y aceitoso. Él encarna un mensaje claro y transparente: la riqueza es derroche y despilfarro. A nadie convencen ya los millonarios que, al estilo de Bruno Diaz, invierten sus fortunas en sostener proyectos ético-políticos y con esos fines presentan una fachada de mesura y recato. El modo de entretenimiento televisivo tampoco soporta los dobles discursos, sólo repite lo evidente. Es un ir de una imagen a otra sin promesa de novedad o cambio, con la misma autorreferencialidad con la que el dinero se muestra a sí mismo. El entretenimiento tiene la lógica de la distracción en la multiplicación de la superficie, pretende que no pase nada. La repetición dice "yo soy todo lo que hay". Y vuelve a empezar.