El momento de las papas calientes. No quiero mencionar a los muertos. Hay algo del espectáculo de los muertos en cámara, de los muertos-costo-político que me repugna. Como si los resortes de todos nosotros se dispararan al unísono, en el clímax de la mostración mediática de lo evidente. Aquello que no podíamos desconocer, aquello en lo que Mauricio Macri tenía razón: la política es administración. Y es Foucault el que completa lo que no está dicho: que es administración de la vida y de la muerte. Ya no el derecho soberano de hacer morir o dejar vivir, sino el poder del administrador de hacer vivir o dejar morir. Tres, cuatro. Inocultables. No quiero mencionar a los muertos.
Son dos las categorías básicas en las que se dividen políticamente las muertes que mueren de pobreza. Todas esas muertes son anónimas, no portan nombre. Sobre esa nada de cuerpo dilacerado ni siquiera se monta el olvido. Una muerte es un nombre que se ausenta y hay quienes no son olvidados. Este es el primer grupo, el que no va de la vida a la muerte, porque no mueren (tres, cuatro) los fantasmas.
El segundo grupo es tan anónimo como el primero, pero es el de los muertos en evidencia. Está compuesto por aquellos que no pudieron ser ocultados. Botín para la carnicería de las culpabilidades reales o apócrifas. Mochila a punto de detonar. "Esta muerte es tuya", como suicidio con dedicatoria. Y entonces todos corremos a limpiarnos. Políticos de ambos bandos, ciudadanos de indignación por facebook, señoras que miran a Mirtha Legrand. Todos repetimos como una polifonía perversa "Yo señor, no señor, ¿pues entonces quién lo tiene?".
Salpicados de sangre ajena, pretendemos explicar cómo se (impersonal) llegó a esto. Y no hay momento más interesante para el análisis de una situación, compleja, traumática, perturbadora, como el momento de las explicaciones. Explicar es expeler, exculpar, exorcizar. El discurso explica la complejidad de la situación y de ese modo diluye las responsabilidades de los actores. Pero aún más importante -porque cabe a cada uno de nosotros la lucidez de resistir a la dilución- es lo que sale a luz en el discurso. Porque es en el proceso de exculparnos donde quedan en evidencia nuestros supuestos, nuestras formas de comprensión de lo que ha sucedido.
Hay que festejar que se hayan alzado tantas voces críticas sobre uno de los discursos de Mauricio Macri. En él, explicaba de qué manera estamos siendo invadidos por delincuentes provenientes de los países limítrofes.
"estamos todos conscientes que la Argentina viene expuesta a una política inmigratoria descontrolada donde el Estado no se ha hecho cargo de su rol, creo que los argentinos estamos abiertos a recibir gente honesta que quiera venir a trabajar a nuestro país, pero tenemos derecho a saber de quiénes son, y no esta situación en la cual convivimos con una situación descontrolada."Como dije, hay que festejar que inmediatamente se llamó la atención sobre lo xenófobo de este discurso. Pero creo que vale la pena detenerse sobre lo que permanece resonando, insistente en estas palabras.
"todos los días llegan cien, doscientas personas nuevas a la Ciudad de Buenos Aires, que no sabemos quiénes son porque llegan de esa manera irregular."¿Qué es este 'quiénes son' que reclama Macri? ¿Qué es lo que pregunta? La regulación consiste justamente en controlar la categorización del quién. Lo que se resiste a la regulación es lo descontrolado, aquello que no puede ya ser administrado en tanto el Estado es el garante de la regla. En la mitología de la ciudad bien administrada, todos sabemos quién es cada uno: está Mauricio el Administrador, está Juan el Vendedor, está María la Prostituta, está Pepe el Policía, está Carlos el Trabajador. Este 'derecho a saber quiénes son' es el derecho de administración, exige la regulación de la vida en los parámetros de la producción y el control. Edad, sexo, prontuario, disponibilidad de bienes, aptitud y actitud frente al trabajo. Si bien está claro que aún en la ciudad este 'derecho a saber quiénes son' nunca tiene permeabilidad total, estamos en el lugar de la construcción de ese quién, lo producimos y controlamos en la medida en que está constreñido a adaptarse a tal o cual quién entre los sujetos administrables.
¿Pero qué ocurre con el extranjero? ¿No se trata justamente de aquel que en tanto tal es inadministrable por excelencia? El sociólogo polaco Zygmunt Bauman afirma sobre la categoría del extranjero:
"Para evitar confusiones, señalemos desde el principio que el extranjero no es simplemente un desconocido: alguien a quien no conocemos bien, no conocemos en absoluto o de quien ni siquiera hemos oído hablar. Se trata, en todo caso, de lo contrario: la característica más notable de los extranjeros es que son, en gran medida, conocidos. Para decir de alguien que es un extranjero, primero debo saber algunas cosas acerca de él o ella. En primer lugar, ellos entran, de vez en cuando, en mi campo de visión, entran sin que nadie los invite, y me obligan a observarlos de cerca. Lo quiera yo o no, ellos se instalan firmemente en el mundo que ocupo y donde actúo, y no dan muestras de pensar en irse. Si no fuera por eso, no serían extranjeros; simplemente, no serían "nadie". Se confundirían con las muchísimas figuras intercambiables y sin rostro que se mueven en el trasfondo de mi vida cotidiana -casi siempre sin molestar, sin llamar la atención, atentos sólo a ellos mismos-, figuras que miro pero no veo. Escucho, pero no oigo lo que dicen. Los extranjeros, por el contrario, son gente a quien veo y oigo. Y precisamente porque noto su presencia, porque no puedo ignorar esta presencia ni tornarla insignificante apelando al simple recurso de no prestarles atención, me resulta difícil entenderlos. No están, por decirlo de algún modo, ni cerca ni lejos. No son parte de "nosotros", pero tampoco de "ellos". No son ni amigos ni enemigos. Por esta razón, causan confusión y ansiedad. No sé exactamente qué esperar de ellos ni cómo tratarlos."Esto es claro, porque el extranjero como tal es fácilmente identificable. En ese sentido, sabemos quién es. Podemos señalarlo con el dedo y decir 'él es distinto a mí', tal como funciona la conciencia crítica de la locura según Foucault. Ella denuncia al loco en tanto diferente de la voz razonable que lo identifica, aunque no pueda decir mucho más que el peligro que implicaría borrar esa línea divisoria para su propia identidad, aunque no intente comprender a la locura.
El extranjero habla distinto, tiene otras costumbres, pone en tela de juicio nuestras seguridades no por el hecho de que sea un delincuente, sino simplemente porque no es fácilmente asimilable. Se constituye en amenaza, por eso es que no viene, sino que invade. Por eso es que no ocupa, sino que usurpa. La xenofobia es etimológicamente, el temor (phobos) al extranjero (xénos). Pero una vez planteada la amenaza, ¿cómo resolverla? Se puede echar a los extranjeros, o restringir su entrada y a los que ya están aquí se los puede mantener separados de distintas maneras. Volvamos a Bauman:
"En los casos en que la separación territorial es incompleta o se torna impracticable, la separación espiritual adquiere mayor importancia. La interacción con los extranjeros se reduce estrictamente a las transacciones comerciales. Se evitan los contactos sociales. Se realizan grandes esfuerzos para evitar que la inevitable proximidad física se convierta en proximidad espiritual. Los más obvios de esos esfuerzos preventivos son el rechazo o la hostilidad abierta. Frecuentemente una barrera hecha de prejuicios y rechazo ha sido más eficaz que el más grueso de los muros de piedra. Por otra parte, se insta constantemente a evitar el contacto aduciendo riesgo de contaminación, en sentido metafórico o literal: se cree que los extranjeros son portadores de enfermedades contagiosas, que están infectados por insectos, que no respetan las normas de la higiene y, por lo tanto, constituyen una amenaza para la salud; o que divulgan costumbres e ideas mórbidas, practican la magia negra o profesan cultos sombríos y sangrientos, difunden la depravación moral y el relajamiento de las creencias. El rechazo salpica todo lo que está vinculado con los extranjeros: su manera de hablar y de vestir, sus rituales religiosos, la forma en que organizan su vida familiar, y hasta el olor de las comidas que preparan."Quisiera para concluir hacer una rápida mención al concepto derridiano de 'hostipitalidad'. Con este término Jacques Derrida quiere conservar la fuerza de la raíz latina
hostis, de la que derivan la familia de palabras huesped, hospital, hospitalario y también hostil. En inglés queda quizás más claro con el verbo
'to host' o palabras como
host, hostel. Allí reside la ambigüedad de la recepción del extranjero, del otro que siempre conserva su hostilidad y al que hospedo u hospitalizo. La hostipitalidad mantiene al otro en su diferencia, es una hospitalidad que no borra el ser-otro mediante la homologación y en este sentido lo amenazante del otro siempre está presente.
Respecto al insensato del siglo XVII, Foucault afirma que
"la hospitalidad que lo acoge va a convertirse en la medida de saneamiento que lo pone fuera de circulación". Es decir que el precio que deben pagar los extranjeros para no ser expulsados o aniquilados, es someterse a la administración tal como ella lo requiere. Eso es ejercer el derecho a saber quiénes son. Concluyo nuevamente con un pasaje de
Historia de la locura en la época clásica:
"el desocupado no será ya expulsado ni castigado; es sostenido con dinero de la nación, a costa de la pérdida de su libertad individual. Entre él y la sociedad se establece un sistema implícito de obligaciones: tiene el derecho a ser alimentado, pero debe aceptar el constreñimiento físico y moral de la internación."