jueves, 28 de agosto de 2008

CRACK UP


Claro, toda vida es un proceso de demolición, pero los golpes que llevan a cabo la parte dramática de la tarea—los grandes golpes repentinos que vienen, o parecen venir, de fuera—, los que uno recuerda y le hacen culpar a las cosas, y de los que, en momentos de debilidad, habla a los amigos, no hacen patentes sus efectos de inmediato. Hay otro tipo de golpes que vienen de dentro, que uno no nota hasta que es demasiado tarde para hacer algo con respecto a ellos, hasta que se da cuenta de modo definitivo de que en cierto sentido ya no volverá a ser un hombre tan sano. El primer tipo de demolición parece producirse con rapidez, el segundo tipo se produce casi sin que uno lo advierta, pero de hecho se percibe de repente.

Antes de seguir con este relato, permítaseme hacer una observación general: la prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y seguir conservando la capacidad de funcionar. Uno debería, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a hacer que sean de otro modo. Esta filosofía se adecuaba con los comienzos de mi edad adulta, cuando vi a lo improbable, lo no plausible, a menudo lo «imposible», hacerse realidad. La vida era algo que uno dominaba si tenía algo bueno. La vida se rendía fácilmente ante la inteligencia y el esfuerzo, o ante el porcentaje que se pudiera reunir de ambas cosas. Parecía una cuestión romántica ser un literato de éxito, uno nunca iba a ser tan famoso como una estrella de cine, pero la notoriedad que lograra probablemente seria más duradera, uno nunca iba a tener el poder de un hombre de firmes convicciones políticas o religiosas, pero indudablemente sería más independiente. Desde luego, en la práctica de su profesión, uno estaría permanentemente insatisfecho... pero, por mi parte, yo no habría elegido ninguna otra.


F. S. Fitzgerald, 1936

domingo, 17 de agosto de 2008

SOBRE LA ENVIDIA


El aromo

de Romildo Risso y Atahualpa Yupanqui



Hay un aromo nacido

en la grieta de una piedra.

Parece que la rompió

pa' salir de adentro de ella.


Está en un alto pelao

no tiene ni un yuyo cerca

viéndolo solo y florido

tuito el monte lo envidea.


Lo miran a la distancia

árboles y enredaderas

diciéndose con rencor

pa' uno sólo cuánta tierra !


En oro le ofrece al sol

pagar la luz que le presta

y como tiene de más

puñado por el suelo siembra.


Salud, plata y alegría

tuito al aromo le suebra

asegún ven los demás

dende el lugar en que lo observan.


Pero hay que dir y fijarse

cómo lo estruja la piedra

fijarse que es un martirio

la vida que le envidean.


En ese rajón el árbol

nació por su mala estrella

y en vez de morirse triste

se hace flores de sus penas.


Como no tiene reparos

todos los vientos le pegan

las heladas lo castigan

l'agua pasa y no se queda.


Ansina vive el aromo

sin que ninguno lo sepa

con su poquito de orgullo

porque es justo que lo tenga.


Pero con l'alma tan linda

que no le brota una queja

que no teniendo alegrías

se hace flores de sus penas.


Eso habían de envidiarle

los otros si lo supieran ...

que no teniendo alegrías

se hace flores de sus penas.

domingo, 10 de agosto de 2008

LA IRA Y LA RAZÓN


Parece que la ira oye en parte a la razón, pero la escucha mal, como los servidores apresurados, que, antes de oír todo lo que se les dice, salen corriendo y, luego, cumplen mal la orden, y como los perros que ladran cuando oyen la puerta, antes de ver si es un amigo. Así, la ira oye, pero, a causa del acaloramiento y de su naturaleza precipitada, no escucha lo que se le ordena, y se lanza a la venganza. La razón, en efecto, o la imaginación le indican que se le hace un ultraje o un desprecio, y ella, como concluyendo que debe luchar contra esto, al punto se irrita. El apetito por otra parte, si la razón o los sentidos le dicen que algo es agradable, se lanza a disfrutarlo. De modo que la ira sigue, de alguna manera, a la razón, y el apetito no, y por esto es más vergonzoso; pues el que no domina la ira es, en cierto modo, vencido por la razón, mientras que el otro lo es por el deseo y no por la razón.

Aristóteles, Ética Nicomáquea, Libro VII, 6. (1149a 25)

domingo, 3 de agosto de 2008

ACIDIA


“A menudo, cuando estás solo en tu celda, se adueña de ti una cierta inercia, una languidez del espíritu, un tedio del corazón; sientes dentro de ti un pesadísimo fastidio; te pesas a ti mismo y te falta esa suave alegría interior que solías sentir. Aquella dulzura que te pertenecía ayer y antes de ayer se transformó en una gran amargura; las lágrimas que te inundaban abundantemente se secaron por completo. Tu vigor espiritual se ha marchitado, tu belleza interna ha desaparecido. Tu alma está desgarrada, lacerada, confusa, sacudida, triste y amarga y no sabes dónde aquietarla. La lectura ya no te satisface, rezar no te agrada, no te bañan las lluvias saludables de las reflexiones a las que estabas habituado. ¿Qué más decir? Ya no hay en ti ninguna alegría, ningún entusiasmo, ningún gozo espiritual. Estás siempre pronto a deshacerte en carcajadas, a perderte en el parloteo, en el ocio; lento y perezoso, en cambio, cuando debieras dedicarte al silencio, a las obras de bien, a los ejercicios de espíritu. ¡Qué miserable cambio! Ya no eres el que una vez fuiste, sino completamente otra persona.”

Adam of Dryburgh o Adán Scotus, Liber de quadripartito exercitio cellae, XXIV.