Ayer participé en la presentación del último libro de Tomás Abraham, junto a Leonardo Sacco y Emilio De Ipola. Copio aquí un resumen de las palabras que preparé.
1 Lo primero que quisiera plantear tiene que ver con una polémica, que ya puede verse en el título y en la contratapa. El libro está titulado en tapa: "Rorty, una introducción", sin embargo el autor nos aclara en el prólogo que “este texto no es una introducción al pensamiento de Rorty”. Esta pequeña disputa por el sentido no es menor. Después de todo, como afirma Foucault en el segundo prólogo a su Historia de la locura en la época clásica, el prólogo es el “primer acto por el cual empieza a establecerse la monarquía del autor, declaración de tiranía: mi intención debe ser vuestro precepto”. Tenemos que darle la razón a Tomás Abraham, es cierto que su libro no pretende funcionar como una introducción clásica a un pensador, una especie de pequeño manual para principiantes en el que se exponen cronológica y claramente los puntos más importantes de su obra.
Este libro entonces no es como la “Introducción a Nietzsche” de Vattimo, ni tampoco una especie de manual como el libro de Philippe Mengue sobre Gilles Deleuze. Yo diría que es en todo caso un ensayo y que lo que diferencia al género introducción del género ensayo es sobre todo una cuestión de fidelidad. Una introducción debería presentar al filósofo de la manera más fiel y simple posible. un ensayo en cambio no dice “yo soy fiel” a la historia de la filosofía, la utiliza para sentar posiciones. Eso es lo que hace Tomás Abraham.
Ya decía Deleuze que cuando hacía historia de la filosofía, cuando hacía hablar a otro filósofo le hace un hijo por la espalda. Para Gilles Deleuze –lo nombro porque es el gran ausente para Tomás en la filosofía de Rorty- la relación con la historia de la filosofía, con los filósofos que lo precedieron, esto que muchas veces se nombra como apropiación, interpretación, comentario, explicación, tiene en este caso el nombre de sodomización.
"El modo de liberarme que utilizaba en aquella época consistía, según creo, en concebir la historia de la filosofía como una especie de sodomía o, dicho de otra manera, de inmaculada concepción. Me imaginaba acercándome a un autor por la espalda y dejándole embarazado de una criatura que, siendo suya, sería sin embargo monstruosa. Era muy importante que el hijo fuera suyo, pues era preciso que el autor dijese efectivamente todo aquello que yo le hacía decir; pero era igualmente necesario que se tratase de una criatura monstruosa, pues había que pasar por toda clase de descentramientos, deslizamientos, quebrantamientos y emisiones secretas, que me causaron gran placer." (Conversaciones)
Entonces, primera cosa que quisiera decir: este libro puede funcionar como introducción, quienes quieran acercarse a Rorty pueden empezar acá, pero también hay en este libro algo de monstruoso, un monstruo con dos cabezas o dos títulos.
Richard Rorty
2 ¿Para qué utiliza entonces Tomás Abraham a la figura de Rorty? o ¿Cuál es la criatura monstruosa que se engendra?
Lo que propone Tomás, como buen heredero de Foucault, a través de la vida filosófica de Rorty, es una concepción de la filosofía como un campo de lucha discursivo que se concretiza en escenarios institucionales:
En los departamentos de las universidades, en los simposios y congresos filosóficos y por supuesto en los textos, lugar institucional por excelencia, o infinita posibilidad de transmigración de lo institucional.
Se podría pensar a la práctica filosófica real como un tejido, que tiende a ser endogámico (ya hablamos de la sodomía como modo de relación intrafilosófico), todo tejido está siempre en relación consigo mismo y a la figura de Rorty como quien desteje y vuelve a tejer. No como Penélope, para esperar, como bien decía Bernardo Soares “crochet de la vida”, esta sería una tarea árida y estéril, más cercana al parloteo de los filósofos analíticos al “chew the fat” el mascar la grasa del que habla Tomás, una filosofía del chicle sin gusto.
El destejer y tejer de Rorty es más bien para establecer nuevos contactos, líneas de fuga hacia otras tradiciones (Heidegger, Derrida). Encontramos entonces la cuestión de romper con la endogamia, de romper con la tradición, de distanciarse, pero insisto, cuando digo “romper” quizás debería decir “destejer”, porque no se trata, nos dice Abraham de un corte total y directo, de una destrucción, es una conversión incompleta la que practica Rorty cuando abandona los claustros de la filosofía analítica, él entabla nuevas conversaciones, pero no deja de conversar con sus viejos compañeros de armas, se “libera del corral analítico” como dice Tomás, pero mantiene relación con los antiguos pastores.
Su conversión es en parte “por amor al arte”, o más bien por amor a la literatura, porque ve allí algo mucho más vital que la danza de espectros de la filosofía analítica.
Segunda cuestión que quería decir: la criatura monstruosa es tal, porque la filosofía se debe a su tradición (Tomás afirma que el que no pertenece o remite a la tradición será por ejemplo un intelectual, pero no un filósofo), y por otro lado debe romper con ella, debe tomar distancia, debe destejer, desencontrarse, ausentarse, y se pide así una doble fidelidad imposible.
Así, en la tradición, el filósofo encuentra a la vez su amigo y su enemigo, en palabras de Zaratustra: “en el propio amigo debemos tener nuestro mejor enemigo. con tu corazón debes estarle máximamente cercano cuando le opones resistencia”.
Peter Sloterdijk
3 Con esto estoy introduciendo entonces el tercer tema del que quiero hablar respecto al libro de Tomás, que tiene que ver con el título más íntimo y el epígrafe del libro: la cuestión de la amistad.
Escribe Abraham en el epílogo: “Rorty ha llevado a cabo una conversión. No ha dejado de conversar con sus antiguos hermanos, pero tampoco ha dejado de hacerlo con los nuevos, que de hermanos tenían poco. La orfandad de Rorty, su 'ajenidad', tal como lo expresa la cita de Nietzsche en el comienzo de este libro, es lo que nos lo hace amigo.”
Estos amigos en la comunidad filosófica, se hacen a través de este diálogo endogámico, que tienen, si quieren más derridianamente a la escritura como soporte y no necesariamente a la palabra.
Dice Peter Sloterdijk en “Normas para el parque humano” (una respuesta a la Carta sobre el humanismo de Heidegger, que es una respuesta a El existencialismo es un humanismo, de Sartre): “Los libros, dijo una vez el poeta Jean Paul, son voluminosas cartas a los amigos. Con esta frase llamó él por su nombre de modo refinado y elegante a lo que es la esencia y función del humanismo: una telecomunicación fundadora de amistad por medio de la escritura. Lo que se llama ‘humanitas’ desde los días de Cicerón, pertenece en sentido tanto estricto como amplio a las consecuencias de la alfabetización. Desde que existe la filosofía como género literario, recluta ella a sus adeptos por este medio, escribiendo de modo contagioso sobre el amor y la amistad. No se trata sólo de un discurso sobre el amor a la sabiduría, sino también de conmover a otros y moverlos a este amor. Que pueda en todo caso la filosofía escrita, tras sus comienzos hace dos mil quinientos años, mantenerse en estado virulento todavía hoy, lo debe sin duda a los resultados de su capacidad para hacer amigos a través del texto. Se sigue escribiendo como una cadena de la suerte a través de las generaciones, y quizás a despecho de todos los errores en las copias –o aun, quizás, gracias incluso a tales errores– arrastró a copistas e intérpretes con su encanto amigable. [...] Forma parte de las reglas de juego de la cultura letrada que el remitente no pueda prever quién será su destinatario efectivo. Y sin embargo, no por eso se lanzan menos los autores a la aventura de poner sus cartas en camino de amigos no identificados.”
Esto es entonces lo que quisiera decir en tercer lugar: Tomás Abraham y Richard Rorty se hacen amigos no identificados porque los une el texto y porque son huérfanos de la misma madre, de la tradición filosófica. Esa madre que nos da una identidad y a la vez nos quita todo sustento.
Esto sigue siendo, 2500 años después, el trazo que los une a la tradición socrática: esa sabiduría filosófica es nada. Y Tomás lo afirma, nos dice en el libro “qué mejor que compartir una nada con amigos.”
Quizás podría haber sido la respuesta de Alcibíades a Sócrates en El Banquete, cuando Sócrates se hace un poco el lindo y le dice a Alcibíades que seguramente no le conviene intercambiar su cuerpo por su sabiduría, porque quizás su sabiduría no sea tal. “Qué mejor que compartir una nada con amigos” le podría haber dicho Alcibíades.
Tomás Abraham
4 Vamos al último de los temas que quería tratar hoy a propósito del libro de Tomás: la cuestión de “lo amigable” remite muchas veces a la facilidad. Como término tecnológico (un programa amigable o un teclado amigable) o un lenguaje amigable, quiere decir de fácil adaptación, que no trae demasiados problemas. Digamos que para un argentino el italiano es más amigable que el alemán como idioma. Pero ¿es la amistad eso? ¿la facilidad? ¿O la entrada fácil? ¿Esta "introducción"? ¿Qué pasa con la puesta en riesgo? o ¿Quién es el que nos puede poner en riesgo si no es el amigo?
Tomás trae al final de la primera parte del libro el concepto de parresía, de la última filosofía de Foucault. La parresía es una relación especial entre el hablante y su discurso, es el hablar franco en el que se sostiene lo que se dice con el cuerpo propio. El discurso de la parresía no utiliza la retórica, es claro en su modo de dirigirse al interlocutor y no quiere convencerlo, más bien entiende que tiene que decirle algo, que es su deber hacerlo. Por otra parte no pretende adular al otro, sino criticarlo. Así es que el parresiastés, el que practica la parresía, se pone en riesgo, se pone en peligro al ofrecer su palabra desnuda para criticar al poderoso o para criticar al amigo.
Esto es entonces lo último que quiero afirmar: el discurso filosófico debe apuntar a herir, criticar, a desafiar al poder, aún dentro de la comunidad filosófica, aún cuando este poder domine los claustros y eso es algo que, con un estilo y una tradición filosófica muy distintas, logran tanto Richard Rorty como Tomás Abraham.