Exposición en la Noche de las ideas
20 de agosto de 2016, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
Tener una idea es algo raro. Homenaje a Gilles Deleuze
Gracias por acercarse hoy hasta acá. El
título de esta charla es “Tener una idea es algo raro. Homenaje a Gilles
Deleuze”.
Vamos a empezar por la segunda parte:
no me gusta la palabra “homenaje”, remite a una situación muy institucional, en
la que descubrimos un busto de bronce del autor y le rendimos culto a una
estatua. Es decir a una imagen muerta ante la cual nos arrodillamos.
Nada más ajeno a lo que quisiera hacer
en este encuentro, nada más ajeno a lo que provoca Deleuze. Nunca un deseo de
arrodillarse y adorar, sino una aceleración de todas las partículas de nuestro
cuerpo, un ponerse a vibrar con movimientos inesperados, que impone nuevos
ritmos y velocidades a lo que somos y que nos arroja a una deriva intensa y
alegre.
Escuchemos las palabras de Deleuze:
(Conversaciones 10) “Si yo no fuera
capaz de admirar y amar a nadie o a nada, me sentiría como muerto, momificado.”
En lugar de “homenaje”, mejor hablemos
de admiración y de amor. ¿Qué significa ser capaz de admirar? Significa, como
decía Zaratustra, tener el ojo puro para las potencias ajenas. No puede admirar
el envidioso, no puede admirar el resentido, no puede admirar el competitivo.
Admirar es un acto de amor, porque implica una generosidad en la entrega a una
intensidad ajena, en lugar de una negación mezquina en la que prima la
incomprensión.
(La isla desierta 181) “La enfermedad del mundo actual es la incapacidad para admirar: cuando
se está «en contra», se rebaja todo a la altura propia, escudriñando y
cacareando. No es así como hay que proceder: hay que elevarse hasta los
problemas que plantea un autor genial, hasta lo que no dice en
aquello que dice, para extraer de ahí algo que se le deberá siempre, aunque se
pueda también volver contra él. Hay que estar inspirado, poseído por los genios
a quienes se denuncia.”
La enfermedad del mundo
actual es la falta de generosidad, y Deleuze lo dice muy bien, se trata de una
incapacidad. Porque para poder acercarse a una creación filosófica, artística,
científica, es necesario aumentar nuestra capacidad perceptiva, para tratar de
estar a la altura de lo que ahí está sucediendo: hay que saber recorrer los
argumentos, aguzar el oído, aumentar la capacidad perceptiva. Es por un lado
una disposición amorosa, receptiva y por otro lado un paciente trabajo de
exploración de zonas desconocidas para nosotros.
Cuando difundo los cursos
o charlas de filosofía que hago, siempre pongo la frase “no se necesitan
conocimientos previos”, no porque crea que es adecuada, sino porque muchos no
se acercan a los textos o encuentros filosóficos porque tienen miedo de no
entender. ¿Y si ese miedo no fuera más que el resultado que una educación
terriblemente estupidizante ha realizado en nosotros? ¿Y si no se tratara de
poseer las claves de la comprensión, sino de la disposición de la atención, de
la generosidad de la conexión, de querer aprender a acompañar la sensibilidad
de lo que se nos propone?
(Mil
Mesetas, 10) “Nunca hay que preguntar qué quiere decir un libro, significado o significante,
en un libro no hay nada que comprender, tan sólo hay que preguntarse con qué
funciona, en conexión con qué hace pasar o no intensidades, en qué
multiplicidades introduce y metamorfosea la suya, con qué cuerpos sin órganos
hace converger el suyo. Un libro sólo existe gracias al afuera y en el
exterior.”
Hablamos del exterior de un libro, de las
intensidades y de los cuerpos. Siempre recomiendo a mis alumnos, antes de
empezar un curso que comiencen a leer los textos sin preocuparse demasiado por
lo que no entienden, sin tararse en ese problema y tratando de aprender a
seguir el movimiento que el pensador propone, sin interponer objeciones, quejas
y críticas rápidas.
Ese tipo mezquino de la crítica es lo que más
vemos, por ejemplo, en un museo como este: de arte moderno. Nos acercamos a una
obra y decimos cosas tales como: “Eso lo podría haber hecho mi sobrinito de 5
años” o “Los artistas de ahora ya no son como los de antes que sabían pintar” o
“Lo único que les interesa es la guita, porque el arte se convirtió en negocio”
o “Hacen cualquier cosa provocativa con tal de figurar”.
Hacemos ese tipo de críticas desde la más absoluta
mezquindad. Y no se trata de que haya verdad o falsedad en esas observaciones,
muchas veces pueden contener algo del orden de lo verdadero. La pregunta en
todo caso es por qué frente a la multiplicidad de aspectos que una obra de arte
propone, elegimos realizar solamente la interpretación más pobre y más
mezquina, que nos impide cualquier tipo de aprendizaje y de transformación.
Además de ser provocativa o de haber triunfado en
el mercado del arte, quizás la obra despliega un lenguaje artístico diferente
que no queremos tomarnos el trabajo y el riesgo de recorrer. La mezquindad y la
pobreza implican pretender que las categorías con las que venimos pertrechados
para acercarnos a una obra filosófica, artística, científica, sean suficientes
y sean adecuadas para ese encuentro con la obra.
No estamos dispuestos a suspender el juicio para
acompasar nuestro movimiento a uno ajeno. Me pregunto cuánto es lo que nos
perdemos cada vez que decimos “eso no es una obra de arte”, “esa propuesta es
una locura”, “esa idea es utópica”, “esa es una mala persona”, es decir, cada
vez que dejamos en evidencia que elegimos la conexión más mezquina que afirma
nuestra posición en lugar de permitirnos transformarla.
Porque ahí radica la cuestión de la admiración, la
generosidad y el amor. ¿Estamos dispuestos a entregarnos a un trabajo de
recepción amoroso que nos desapropie de aquellas certezas que nos constituyen?
Eso no implica aceptar sin crítica todo lo que se nos proponga, las únicas
opciones no son arrodillarse o escupir, las únicas opciones no son el dogma o
el rechazo. También podemos acompañar, percibir, conectar, vibrar, y aún así
ser críticos.
La pregunta entonces es ¿cómo vamos a enfrentar lo
novedoso? Aquello para lo cual no tenemos aún categorías. Volvamos a Deleuze:
(La isla desierta 182) “En
toda modernidad, en toda novedad, hay conformismo y creatividad, un conformismo
insulso y también «una musiquilla nueva», algo que se conforma a la época y
también algo intempestivo: separar lo uno de lo otro es la
tarea de quienes saben amar, que son a la vez los verdaderos destructores y
creadores. Ninguna destrucción sin amor es buena.”
¿Qué se hace cuando la ola viene y golpea, sino acomodar el
cuerpo a esa potencia? A la ola no se le hace frente, uno se desliza sobre
ella, intenta acompasarse a ese nuevo ritmo, para lograr hacer propia esa
intensidad. Y si logramos deslizarnos aunque sea un momento, si logramos
abandonarnos a un movimiento que no nos pertenece completamente, que nos
desapropia al mismo tiempo que nos potencia, ¡qué inmensa alegría, ¿no?!
Hay una sola palabra para nombrar la
capacidad de los cuerpos para habitar adecuadamente las intensidades que los
ritman. Se llama “baile”. Por eso siempre afirmo que hay que seguir a un
filósofo, a un artista, a un científico como a una pareja de baile: aceptando
los pasos que propone, su modo particular de llevarnos por la pista, el dibujo
que va realizando, los rodeos y las pausas que construye, su modo de tomarnos
de la mano o de abrazarnos.
Estudiar el pensamiento
de un nuevo filósofo es una aventura tan excitante y tan desapropiadora, como
conocer una nueva pareja de baile. Solamente una mezquindad o una
pobreza absolutas harían que dijéramos “qué mal que baila tal o cual” sin
habernos dejado guiar generosamente.
Por eso es que los ejercicios de
admiración son tan importantes y por eso es que son tan raros, porque estamos
tan ocupados en afirmar nuestra identidad (con lo difícil que es), que ya no
queremos dejarnos guiar, tenemos mucho miedo de perder nuestra propia posición.
Preferimos entonces actuar como policías o maestros y marcar los errores, las
faltas y los pasos en falso de todo lo nuevo.
Pero tengamos algo en claro, la actitud
mezquina nos deja fuera de la pista de baile. La elección mezquina frente a la
posibilidad del aprendizaje, nos deja hundidos en nuestra mezquindad, siempre
repitiendo la misma musiquita, incapaces de perdernos en ritmos nuevos.
Retomemos entonces la frase de Deleuze:
(Conversaciones 10) “Si yo no fuera
capaz de admirar y amar a nadie o a nada, me sentiría como muerto, momificado.”
Más amor y admiración por los grandes creadores, y
menos moscas venenosas, como hubiera dicho Friedrich Nietzsche.
Vamos ahora
hacia la primera parte del título de nuestra charla “Tener una idea es algo
raro”, admirando para comenzar al gran Platón.
Aún sin ser expertos en la obra de Platón, sabemos
que muchas veces se denomina a lo más propio de su propuesta filosófica “la
teoría de las Ideas”. En la famosa “alegoría de la caverna” el prisionero que
se libera de sus cadenas y sale fuera de la caverna, es el que puede contemplar
las ideas.
Pero no se trata de una contemplación física, no ve
las ideas con los ojos sino con el entendimiento, porque las Ideas no se
encuentran en el mundo sensible, en el mundo físico accesible por los sentidos,
sino en el mundo supra-sensible, accesible por el entendimiento, también por
eso llamado mundo “inteligible”.
Más
allá del cielo, en el mundo suprasensible es el alma quien puede contemplar las
Ideas, lo realmente verdadero, mediante su entendimiento (noûs).
(Fedro
p. 264 - 247c) “A ese lugar supraceleste, no lo ha cantado poeta alguno de los
de aquí abajo, ni lo cantará jamás como merece. Pero es algo como esto -ya que
se ha de tener el coraje de decir la verdad, y sobre todo cuando es de ella de
la que se habla-: porque, incolora, informe, intangible esa esencia cuyo ser es
realmente ser, vista sólo por el entendimiento, piloto del alma, y alrededor de
la que crece el verdadero saber, ocupa, precisamente, tal lugar.”
¿Qué son las Ideas platónicas entonces? Son
entidades metafísicas, esencias inmateriales y eternas, perfectas e iguales a
sí mismas. Son, en este sentido la garantía de la identidad, respecto al caos
de cambios e imperfecciones que ocurren en este mundo, el mundo físico en el
que las cosas cambian y mueren y dejan de ser lo que eran, como cualquier tango
tan bien sabe añorar.
Las Ideas son los modelos perfectos de los que aquí
solo tenemos copias de mala calidad. Así, cualquier acción que denominamos
buena “participa” de alguna manera de la Idea de Bien. Las Ideas son lo
absolutamente estable y como tales permiten explicar el cambio, así como
ordenar y jerarquizar nuestro mundo.
¿Podemos “tener” una Idea en sentido platónico?
Claro que no, ¿cómo podríamos “tener” algo eterno y perfecto? Como mucho
podemos contemplarlo, pero para ser más precisos puede hacerlo solamente
nuestra alma y bajo ciertas condiciones. En todo caso, nosotros como compuestos
de alma y cuerpo en este mundo podemos recordar algo de lo que contempló
nuestra alma.
Esta ontología platónica continúa la
polémica que teníamos respecto al amor a lo nuevo, o a lo que permanece. Para
Platón,
contemplar lo que permanece reconforta, es como volver a casa y si accedí a esa
contemplación, entonces a partir de ella puedo marcar las diferencias y los
extravíos, lo que antes denominamos el comportamiento del policía. Si llegué a
contemplar la Idea de Justicia, puedo entonces gobernar la ciudad de un modo
más justo, dictaminando cuáles son las acciones justas y cuáles las injustas en
todos los casos.
Tener una Idea, en sentido platónico es, entonces,
imposible. En todo caso podemos intentar recordarla vagamente, es decir,
redescubrirla, pero jamás podemos tenerla y menos crearla, porque la Idea es
previa a nosotros.
Así lo explica Deleuze en su Abecedario:
(Abecedario, H de Historia de la Filosofía, 120) “Su punto
de partida es el siguiente: “Suponed entidades tales que no sean más que lo que
son: las llamamos Ideas.” De esta suerte, crea un verdadero concepto, que no existía con anterioridad. La idea de la
cosa en tanto que pura: es la pureza lo que define a la Idea, bien. Pero esto
sigue siendo aparentemente abstracto. ¿Por qué? Bueno, si leemos, si nos
dejamos conducir a la lectura de Platón, todo se torna muy concreto. No dice lo
que dice al azar, no suelta lo primero que le viene a la cabeza, no crea al
azar el concepto de Idea.”
Fíjense que interesante, primero Deleuze dice “si nos
dejamos conducir a la lectura de Platón”, si bailamos con él, ¿qué encontramos?
Que lo que él llama Idea, es una creación conceptual de su filosofía. Y que,
esto es lo que sostiene Deleuze, esa creación no es azarosa, ni caprichosa, ni
abstracta: “no suelta lo primero que le viene a la cabeza.”
Veamos entonces a qué
llama una idea Deleuze. Por supuesto, poco tiene que ver con la Idea en
sentido platónico, se parece bastante más a lo que se designa con el nombre “La
noche de las ideas”, a algo que tiene que ver con la creación.
(Libro ABC 137) “La idea en el sentido en el que la
empleamos, que ya no se trata del de Platón, atraviesa todas las actividades
creativas. Hay gente que vive toda su vida (sin que por ello sean despreciables
en modo alguno) sin haber tenido una idea.”
Primera cuestión: tener una idea no es tener una ocurrencia,
ni un pensamiento cualquiera. Cuando alguien dice: “Tengo una idea, ¿por qué no
vamos a comer a esa pizzería?” o “Tengo una idea, hagamos un packaging
diferente para vender el mismo producto a diferentes consumidores” o “Tengo una
idea, el protagonista va a morir al final de la novela”, no está teniendo una
idea, al menos en sentido deleuziano.
(QF 11) “Platón decía que había que contemplar las Ideas,
pero tuvo antes que crear el concepto de Idea.”
¿Eso significa que los únicos que pueden tener ideas son los
filósofos? Para nada, si así fuera se parecería en algún punto demasiado a
Platón: eran los filósofos quienes podían con mayor facilidad salir de la
caverna para contemplar las Ideas. Leamos:
(Libro ABC 137) “Tener una idea es, en todos los dominios
–por otra parte, no concibo ningún dominio en el que no haya motivos para tener
ideas- algo raro, y no obstante tener una idea es una fiesta, algo que no
ocurre todos los días.”
De acá el título de la charla “Tener una idea es algo raro”,
no pasa todos los días, como vimos, hay quienes no tienen una sola idea en toda
la vida y no está circunscripto a ninguna disciplina en particular.
(137) “Diría que un pintor no tiene menos ideas que un
filósofo: sencillamente no se trata del mismo tipo de ideas. Así que habría que
preguntarse, si reflexionamos sobre las diferentes actividades del ser humano,
¿bajo qué forma se presenta una idea en tal o cual caso? En filosofía, al menos,
acabamos de verlo. En filosofía, la idea se presenta en forma de concepto y hay
creación de conceptos; no hay descubrimiento del concepto, uno no descubre
conceptos: uno los crea. Hay tanta creación en una filosofía como en un cuadro,
en un cuadro, en una obra musical.”
Si les interesa profundizar sobre qué significa la creación
para Deleuze, tanto la creación filosófica, como la artística y la científica,
la obra de referencia es “¿Qué es la filosofía?”, su último gran libro junto a
Félix Guattari.
Filosofía, arte y ciencia crean cosas bien distintas: si la
filosofía crea conceptos y la ciencia funciones, el arte crea perceptos y
afectos.
Hay una conferencia de Deleuze que les recomiendo, la pueden
ver en Youtube https://www.youtube.com/watch?v=dXOzcexu7Ks (igual que el Abecedario) llamada “¿Qué es el acto de creación?”
Allí dice: (Dos regímenes de locos, 281) “No tenemos ideas
en general. Una idea –igual que quien la tiene- es algo ya abocado a tal o cual
dominio. Se trata de una idea para una pintura, o para una novela, o para la
filosofía, o para la ciencia. Y, evidentemente, la misma persona no puede tener
todas esas ideas. Hay que tratar las idas como potenciales ya inscritos en tal
o cual modo de expresión e inseparables de ese modo de expresión.”
Una y otra vez Deleuze insiste en el carácter concreto de
las ideas y también en las disciplinas creadoras: Ciencia, Arte, Filosofía.
¿Qué pasa entonces con otro tipo de disciplinas? Hoy en día
escuchamos hablar de “creativos” para referirnos a los
publicitarios o a los diseñadores, también escuchamos hablar de “creación” e
“innovación” en relación a los negocios y los “emprendiemientos”. Algo de esto
está presente en el espíritu de esta noche de las ideas, cito: “La propuesta es producir un encuentro entre creativos, emprendedores,
artistas y filósofos”.
Creo que no podemos dejar
de preguntarnos qué tipo de encuentros podemos tener entre actividades tan
distintas. Deleuze no tiene ninguna duda de que haya una afinidad y una
influencia entre filosofía, ciencia y arte, aunque cada una realice creaciones
distintas. Pero ¿qué pasa en cambio con las otras actividades? Comunicar bien,
como puede hacer un publicista, ¿es tener una idea?
Volvamos a la conferencia de Deleuze (Dos regímenes 186)
“Creo que tener una idea es algo que, en cualquier caso, no pertenece al orden
de la comunicación. Aquí es donde quería llegar. Todo aquello de lo que se nos
habla es irreductible a toda comunicación. Esto no es grave. ¿Qué quiere decir?
En un primer sentido, la comunicación es la transmisión y la divulgación de una
información. Pero ¿qué es una información? No es nada complicado, todo el mundo
lo sabe, una información es una colección de consignas. Cuando se nos informa,
se nos dice lo que se supone que debemos creer. En otras palabras, informar es
hacer circular una consigna. Las declaraciones de la policía se llaman con toda
razón comunicados.” (Acá en Argentina lo sabemos muy bien, ¿verdad?: “Comunicado Número 1”).
Para Deleuze, la sociedad contemporánea está en un proceso
de transición desde lo que Foucault denominó “sociedad disciplinaria”, que
corresponde a la producción industrial y las instituciones asociadas a ella
(escuela, fábrica, hospital, cárcel), hacia lo que denomina una sociedad de
“control”, en la que estos lugares de encierro ya no son centrales para la
producción de subjetividad y otro tipo de dispositivos más sutiles son los que
realizan estas funciones. Ya no necesitamos “cuerpos dóciles”, sino
“creativos”.
Se dice que estamos en la era de la información, que estamos
en la era de la comunicación, justamente ahí encuentra Deleuze uno de los
mayores problemas respecto a nuestras posibilidades de creación:
Volvamos
a ¿Qué es la filosofía? (QF 16) “Se llegó al colmo de la vergüenza cuando la
informática, la mercadotecnia, el diseño, la publicidad, todas las disciplinas
de la comunicación se apoderaron de la propia palabra concepto, y dijeron: ¡es
asunto nuestro, somos nosotros los creativos, nosotros somos los conceptores!
Somos nosotros los amigos del concepto, lo metemos dentro de nuestros
ordenadores. Información y creatividad, concepto y empresa.”
Deleuze
está belicoso, porque lo que está triunfando en las sociedades que llamamos
neoliberales es el marketing, es la “creatividad” al servicio del mercado y la
administración de la vida. Lo que está triunfando es la colonización de todos
los aspectos de nuestra vida por técnicas de evaluación que responden a un
criterio de rendimiento empresarial.
(QF
17) “Ciertamente, resulta doloroso enterarse de que “Concepto” designa una
sociedad de servicios y de ingeniería informática. Pero cuanto más se enfrenta
la filosofía a unos rivales insolentes y bobos, cuanto más se encuentra con
ellos en su propio seno, más animosa se siente para cumplir la tarea, crear
conceptos, que son aerolitos más que mercancías.”
¿Se trata entonces de que nuestra capacidad creadora quede neutralizada,
reconducida, utilizada para que circulen cómodamente identidades y mercancías? ¿Se trata de que toda la potencia disruptiva de lo que nos
atraviesa, se transforme en un desierto cuantificable por lo que los
emprendedores llaman “Tasa Interna de Retorno”?
Podríamos pensar que estoy exagerando, pero creo que tenemos
que pensar más seriamente que nunca por qué se nos invita, una y otra vez desde
los lugares de enunciación más importantes a tener “ideas” en sentido no deleuziano, es decir: a producir dispositivos
que hagan más eficientes el manejo de la información y la comunicación.
Tendríamos que preguntarnos muy seriamente por qué llamamos
“tener una idea” o “ser un emprendedor exitoso” al hecho de haber logrado
mercantilizar hasta el último extremo pensable los afectos.
Los llamados “emprendedores exitosos”, “creativos” o
“innovadores” no hacen otra operación que hacer cuantificable, mensurable,
calculable, mercantilizable y evaluable, lo que hasta ahora se mantenía por
fuera de esos circuitos.
Les pongo dos ejemplos bien simples: los emprendedores
exitosos de hoy no son los que ponen una empresa para producir un alimento,
sino los que nos venden una experiencia afectiva: un día de campo inolvidable
con nuestros amigos para producir nuestros propios alimentos. A esa
mercantilización de la amistad llaman “creatividad”. Hay infinidad de casos de este tipo.
El segundo ejemplo es más central respecto al problema de la
“sociedad de control” de la que nos habla Deleuze, quizás alguno de ustedes lo
leyó en el diario en los últimos días, dos especialistas en computación
argentinos, cito la nota del diario Infobae:
“idearon un sistema que permite analizar patrones del discurso de los
pacientes de modo tal que se puedan identificar diferentes trastornos
psiquiátricos en estadíos tempranos. Presentaron esta idea a Google, que
decidió otorgarles unas beca de investigación por un año para que completen el
proyecto.”
"Si
bien hoy nos estamos centrando en esquizofrenia y bipolaridad esto se puede
usar en recursos humanos, selección de personal, criminología, cualquier cosa
que afecte a la salud mental", destacó Slezak, que ya lleva años
trabajando en el campo de la interacción entre la computación y la
neurociencia.
No hace falta haber leído a Foucault para entender lo que
esto significa. Cualquiera que trabaje en el campo de la educación, la salud
mental, entiende sus implicancias y también nos permite entender fácilmente por
qué la neurociencia es hoy también una disciplina tan “exitosa”. Lo que Deleuze
afirmó hace unos 25 años no es consecuencia de ningún espíritu paranoico, sino
lo que se nos propone ahora descaradamente como creación e innovación.
Volvamos entonces a la conferencia ¿Qué es el acto de
creación?:
(Dos regímenes, 288) “¿Qué relaciones mantiene la obra de
arte con la comunicación? Ninguna. La obra de arte no es un instrumento de
comunicación. La obra de arte no tiene nada que ver con la comunicación. La
obra de arte no contiene, en sentido
estricto, la menor dosis de información. Por el contrario, hay una afinidad
fundamental entre la obra de arte y el acto de resistencia.”
Esto es un llamamiento a las disciplinas creadoras: arte,
ciencia y filosofía no solamente no deben confundirse con la publicidad, las
neurociencias y el marketing, sino que deben profundizar su rol de resistencia
a esa tendencia. ¿Y esto por qué señor Deleuze? ¿Por puro afán de rebelión?
¿Por qué le interesa llevar siempre la contra? ¿No nos había hablado usted de
generosidad?
Pues justamente por eso, veamos: (Dos regímenes 284) “Un
creador no es alguien que trabaje por placer. Un creador es alguien que hace
aquello de lo que tiene una necesidad absoluta.”
¿Cómo podemos crear, cómo podemos tener ideas si no podemos
prestar oídos a esa necesidad absoluta? Hablábamos del creador como un bailarín
al que hay que seguir generosamente. ¿Puede “tener” él una idea? Tampoco, como
sabemos, el bailarín no hace sino escuchar y seguir a una música que lo excede.
A eso se refiere Deleuze con la “necesidad absoluta”.
(Abcedario 137) “Las
ideas son algo muy obsesivo, son como cosas que van y vienen, que se alejan, y
luego cobran distintas formas, y a través de esas distintas formas, por más
variadas que sean, resultan reconocibles.”
¿Pero cómo podemos crear en relación a algo que nos excede
si tenemos que obedecer a una lógica previa que no conoce más variante que la
fórmula costo-beneficio, cuantificación y mensurabilidad? ¿Cómo podemos seguir
habitando nuevos ritmos e intensidades si suena una y otra vez la misma
musiquita cuantificadora de fondo?
¿Cómo podemos habitar la multiplicidad si la música del
mercado es uniforme? Este es un problema que se le presenta a cualquier
creador. Y Deleuze una y otra vez nos invitó a realizar una actividad como
creadores que poco tiene que ver con la
mercantilización y con la comunicación, nos invitó a crear un pueblo que falta.
Voy a cerrar con estas dos citas al respecto y si en todo caso les interesa el
tema lo podemos hablar en la discusión posterior.
(Dos regímenes, 289) “¿Qué relación hay entre las luchas de
los hombres y la obra de arte? La más estrecha y, para mí, la más misteriosa.
Exactamente aquello que Paul Klee quería decir cuando decía: “Ya sabéis, falta
el pueblo.” El pueblo falta y, a la vez, no falta. Que falta el pueblo quiere
decir que esta afinidad fundamental entre la obra de arte y un pueblo que aún
no existe nunca será algo claro. No hay obra de arte que no apele a un pueblo
que aún no existe.”
Y sobre la literatura (Crítica y clínica, 16) “Objetivo
último de la literatura: poner de manifiesto en el delirio esta creación de una
salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida.
Escribir por ese pueblo que falta”.