Hacer filosofía es pensar y vivir con otros. Pero
pensar y vivir con otros cuando no sabemos muy bien cómo hacerlo. Partiendo de
la imposibilidad de conocer con certeza cuáles son los modos correctos de
pensar y de vivir.
Quienes ya saben cómo vivir, quiénes ya saben cómo
pensar, quienes están seguros, no tienen mucho que hacer en una comunidad que
quiere explorar, reflexionar y hacer apuestas significativas sobre estos
problemas.
Traigo los libros de
otros a este encuentro, porque siempre pensamos en comunidad. Ni el lenguaje ni
los problemas que pensamos atravesados por él son privados. Se trata siempre de
encontrarse con otros. Así que les agradezco a ustedes también por estar hoy
acá.
Sabemos que uno de los problemas centrales que
atraviesa la historia de la filosofía tiene que ver con la finalidad, el
sentido o el significado de la vida. ¿Para
qué vivimos? ¿Hay mejores y peores modos de vida? ¿Existe un verdadero sentido
de la vida? ¿Tenemos que encontrar el sentido de nuestra existencia o
tenemos que crearlo?
Estas preguntas han sido contestadas (porque es mentira que la filosofía solamente se
interese por las preguntas y no de ninguna respuesta, en todo caso las
respuestas que la filosofía elabora no clausuran los problemas y abren otros
interrogantes).
Les decía, estas preguntas han sido contestadas de
diferentes maneras: algunas veces intentando definir la esencia o la naturaleza
humana, otras argumentando nuestra relación privilegiada con un Dios creador, o
afirmando nuestra orfandad. Tratar de
comprender el sentido de la vida humana, es tratar de comprender lo humano y su
relación con una totalidad que lo excede. Pero también es indicar pautas de
cómo vivir esa vida.
La pregunta por el “¿para qué?” (el sentido) intenta
responderse con respuestas sobre el “¿qué?” (la esencia) y permite que nos
guiemos en el “¿cómo?” (la ética, la buena vida o la vida feliz).
Pero no quiero hoy recorrer esa gran tradición
problemática con ustedes, sino otra, en muchos puntos cercana, que no se
pregunta ya por el sentido de la vida, sino por su valor.
Por supuesto, podemos pensar que para asignarle
valor a la vida, seguramente tomemos como referencia una definición de lo que
esa vida es y su finalidad. Es decir podemos pensar que el problema del valor
de la vida no puede distinguirse del problema del sentido de la vida.
Pero me interesa proponerles intentar separar hoy el
problema del valor. ¿De qué problema estamos hablando? Bueno, implica
tratar de preguntarse ¿de qué modo otorgamos valor a unas vidas y a otras no?
Implica también pensar que si hay vidas que valen más o menos que otras,
entonces algunas muertes nos importan menos que otras ¿Cómo son esas dinámicas
que deciden sobre el valor de las vidas y de las muertes?
Voy a tratar de explicar por qué quiero distinguir
de alguna manera estos dos grupos de problemas: la pregunta por el sentido de la vida puede (hasta cierto punto)
sostenerse de modo individual o grupal, sin que encontremos necesariamente una
respuesta común, inclusive sin que encontremos una respuesta.
Podemos convivir sosteniendo diferentes respuestas
sobre el sentido de la vida o aceptando que
algunos no tenemos una respuesta.
Sin embargo, nos vemos enfrentados una y otra vez a tener que resolver problemas urgentes sobre el valor de las vidas y
de las muertes.
Vidas
y muertes nos preocupan, nos afectan, nos conmueven, nos atraviesan, nos
movilizan. Y nos demandan entrar en el mundo de la praxis ética y política.
Nos conmueve lo que sucede con la valoración de la vida animal no humana, eso implica
preguntarnos sobre todo, pero no solamente, por nuestra alimentación. ¿Debemos
proteger esas vidas animales de nuestra voracidad? ¿A unas más que a otras? ¿Y
con qué criterio? ¿Tiene más valor la vida de los animales domésticos que la de
los animales salvajes o los que se crían para la industria alimenticia? ¿Tiene
más valor la vida de un perro obediente que la vida de uno desobediente, la de
un primate que la de un insecto?
Por otro lado, los
márgenes de la vida humana, los contornos que pueden marcar el comienzo y
el fin de una vida humana también plantean una serie de problemas muy complejos
respecto al valor que les otorgamos.
En ese lugar podemos poner sin dudas el problema del
valor del embrión o el feto, tema que como todos saben estamos debatiendo
intensamente en estos días. Pero también la eutanasia o el suicidio asistido de
personas con enfermedades terminales implica pensar en los márgenes de la vida
humana y su valor:
Un tercer grupo de problemas respecto al valor de la
vida y de la muerte, tiene que ver con las matanzas y los crímenes que se
cometen tanto entre privados, como causados por las fuerzas de seguridad del
Estado. Nos conmueven los femicidios, nos movilizan los pibes asesinados por la
Prefectura o la Policía. Aquí tenemos que pensar tanto en asesinatos
individuales, como en los crímenes que se producen en las guerras o los actos
masivos que definimos como genocidios.
Estos
tres ejes: vida no humana, márgenes de la vida humana y asesinatos de personas
humanas, no son por supuesto las tres hipótesis que indican el título de la
charla. Son tres ejes, de los que voy a tomar uno principalmente (el tercero) y
algo del segundo, para proponerles tres hipótesis sobre el valor de las vidas y
de las muertes.
Entenderán que se trata de temas muy complejos y
delicados para que pretenda hablar sobre todos ellos en media hora: no puedo
abordar todo lo que concierne al especismo, al aborto y al genocidio en tan
corto tiempo. Sería una irresponsabilidad absoluta.
Les decía, mi intención no es trabajar estos temas,
sino utilizarlos como ejemplos, como casos, como problemas que nos atraviesan
para tratar de pensar ¿cómo otorgamos valor a las vidas y a las muertes?
Quiero referirme sobre todo a la vida humana, así
que vamos a dejar a la vida animal u otro tipo de vida de lado.
Vamos
a empezar suponiendo un piso común que al menos en cierto nivel parece imponerse
como indiscutible. Fruto primero del cristianismo, pero
sobre todo fruto de la Ilustración, aceptamos que todas las vidas humanas
tienen la misma dignidad, el mismo valor, el
mismo derecho a existir y por lo tanto protegeremos de igual manera a todas las
vidas humanas cuando se intente terminar con ellas.
Muy especialmente las protegeremos de la poderosa
maquinaria estatal que puede aplastar a miles de vidas en un abrir y cerrar de
ojos.
Ese es el espíritu en el que se encuadra al
Declaración Universal de los Derechos del Humanos de 1948. En el centro de esta
Declaración está el concepto de persona para
tratar de salvaguardarnos frente a este tipo de situaciones.
Leo el artículo 2 la Declaración “Toda PERSONA
tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción
alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier
otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier
otra condición.”
¡Toda persona!
Si
lo que hicieron por ejemplo los nazis fue despersonalizar a varios grupos de
seres humanos, lo que habría que hacer ahora es no dejar afuera a nadie del
paraguas protector de la persona para que no pasen a ser simple carne
descartable.
Así la persona pasa a ser del orden de lo intocable,
de lo sagrado, de lo que porta su propia dignidad que ningún Estado o fuerza
institucional podría legítimamente aplastar.
El
filósofo italiano Roberto Esposito, ha dedicado buena
parte de su obra a pensar las relaciones entre vida y derecho, desde una
perspectiva biopolítica deudora de los trabajos de Michel Foucault.
En su obra Tercera
persona analiza justamente una pregunta que atraviesa nuestra primera
hipótesis: ¿Puede el derecho proteger
adecuadamente la vida humana?
(Tercera persona, p. 11) “Puede ser sagrada o cualitativamente
apreciable sólo la vida de aquello que es capaz de ofrecer las credenciales de
la persona.”
El concepto de persona, dice Esposito ha triunfado
en este sentido, porque además de intentar protegernos frente a genocidios,
sirve como punto de acuerdo para discusiones bioéticas, jurídicas y
filosóficas.
Por ejemplo, ¿cuándo un embrión humano se convierte
en persona? Algunos dirán que desde la concepción, otros a los 3 meses, a los
6, o en el momento del nacimiento, la
disputa pasará por el momento en que lo humano se convierte en persona o el
momento en que deja de serlo. Por ejemplo ¿Una persona cuando se encuentra
en “estado vegetativo” sigue siendo una persona?
(Tercera persona, p. 9) “Sea con referencia a los
ámbitos de la filosofía y la teología, o bien a los más especializados del
derecho y la bioética, la categoría de persona permanece como fuente de
legitimación para todo discurso “teóricamente correcto”.”
Pero ¿Está efectivamente protegida la vida humana
por este dispositivo de la persona plasmado en la Declaración de los Derechos
Humanos?
(Tercera persona, p. 14) “El creciente número de
muertes por hambre, guerras, enfermedades endémicas, es por demás elocuente con
respecto al grado en que no se hacen efectivos los que han sido denominados
“derechos humanos”.
Como muchos afirman, los Derechos Humanos son en algunas ocasiones una bandera que se utiliza con fines diferentes a la puesta en práctica real de lo que esos derechos garantizan.
(Tercera persona, p. 101) “Hoy, como nunca antes, la noción de
“derechos humanos” aparece inmersa en una manifiesta contradicción. Un
creciente éxito en el plano de la enunciación –confirmado por la multiplicación
de convenciones inspiradas en ellos- se corresponde con una desconfianza cada
vez más pronunciada en su efectiva actuación.”
Hace 70 años que si hay algo que no está garantizado
es ese derecho que garantiza la protección universal e igualitaria de las vidas.
Y frente a esto hay dos posibles hipótesis: la primera es “estamos expandiendo
los ddhh, todavía no se logró del todo, pero falta seguir expandiendo” así como
se lleva la “democracia” se llevan junto con ella los DDHH a donde todavía no se
implementaron.
La
otra, es que el derecho como garante de la igualdad del valor de la vida no
alcanza nunca para hacer efectiva una protección.
De derecho somos todos iguales ante la ley, pero de
hecho las cárceles están llenas de pobres.
Durante varios años di clases de
filosofía en la cárcel de Devoto y les puedo asegurar que el sistema penal
carcelario pone en evidencia este funcionamiento diferencial del derecho.
De derecho
todas las personas somos iguales ante la ley, independientemente de nuestro
color de piel, nuestra orientación sexual o género percibido, pero de hecho las
personas trans no pueden conseguir trabajo y tienen una esperanza de vida que
no llega a los 40 años.
Los Derechos Humanos universalizan la protección de
la persona diciendo: todas son personas, todas las vidas valen lo mismo. Pero
con esto no solucionamos los problemas que nos interesan.
En los tres ejes que planteamos seguimos teniendo
problemas: ¿Puede haber personas no humanas? (Derechos para los animales) ¿Es
el embrión una persona? ¿Hay personas o grupos de personas que a pesar de estar
reconocidas plenamente como tales son, en los hechos, subvaloradas y menos
protegidas?
Primera
hipótesis entonces: Aún con las mejores intenciones, es imposible confirmar el
valor igualitario de las vidas con las herramientas universalizadoras del
derecho.
Les propongo empezar a pensar la segunda hipótesis,
continuando con la filosofía italiana, esta vez leyendo a Antonio Gramsci:
(Crónicas de Turín, p. 75) “Sucede siempre así. Para que un hecho nos interese,
nos conmueva, se transforme en una parte de nuestra vida interior, es necesario
que suceda cerca de nosotros, cerca de gente de la que ya hemos sentido hablar y que está por lo tanto
dentro del círculo de nuestra humanidad. En Le
Père Goriot, Blazac le hace preguntar a Rastignac: si tú supieras que cada
vez que comes una naranja debe morir un chino, ¿dejarías de comer naranjas?
Rastignac responde más o menos así: las naranjas son mis vecinas y las conozco,
los chinos están tan lejos que ni siquiera sé que existen.”
Por supuesto estas líneas de un personaje de Balzac,
son de un cinismo tremendo, pero al mismo tiempo ponen sobre la mesa una verdad
que los invito a pensar: no nos dan lo
mismo todas las vidas, ni todas las muertes.
Hay una cercanía, hay un modo de ser afectados
(diríamos spinozianamente) que es distinto de acuerdo a una serie de factores
que hacen que nos conmuevan y nos movilicen algunas muertes, mientras que otras
nos son prácticamente indiferentes.
Me
afecta aquello de lo que tengo experiencia, aquello que de
algún modo conozco o se me hace conocido.
¿Saben
en qué contexto están estas líneas de Gramsci? En
el del genocidio armenio, en un artículo del año 1916, titulado “Armenia” en el
que Gramsci dice que hay actuar para sensibilizar sobre lo que está sucediendo.
(Crónicas de Turín, p. 77) “Los armenios deberían hacer
conocer Armenia, volverla viva a la conciencia de quien ignora, no sabe, no
siente.”
Si no se sabe, si no se siente, si no se es
afectado, entonces no se podrá otorgar valor a esas vidas y a esas muertes.
Acá cobra toda su significación el problema del idealismo de George Berkeley: Ser es
ser percibido. Ya no se trata de un problema ontológico o gnoseológico, se
trata de que si el valor de las vidas y de las muertes que nos interesa pensar
tiene que ver con el valor que les asignamos, entonces el conocer, el percibir,
son indispensables.
Acaba de publicarse (todavía no lo terminé) este
libro de Sandra Gayol y Gabriel Kessler titulado
“Muertes que importan. Una
mirada sociohistórica sobre los casos que marcaron la Argentina reciente.”
(p. 7) “¿Qué debe tener la muerte de un individuo para
resultar políticamente relevante, es decir, para ser capaz de interpelas a los
poderes públicos y propiciar cambio? ¿Por qué algunas muertes generan conmoción
social y otras, similares, no provocan la misma reacción? ¿Por qué algunas
muertes logran que un grupo variable pero significativo de la población se
involucre emocionalmente con ellas, participe en el reclamo de justicia y exija
respuestas al Estado?”
Si bien el análisis es sociológico y sobre todo se
interesa por los casos en los que el Estado estuvo involucrado en las muertes
como las del soldado Carrasco o las de Kosteki y Santillán, entenderán que hay
varios puntos de contacto con el problema que les estoy proponiendo.
Lo que nos afecta es singular, es esta o aquella
muerte, es este o aquel caso y no otro de la misma manera. Lo que nos afecta,
toca nuestro cuerpo y nos modifica.
Como a miles de personas a mí me tocó con mucha
intensidad la desaparición seguida de
muerte de Santiago Maldonado, de la que dentro de un mes se va a cumplir un año.
Me llevó a pensar y a escribir desde la filosofía algunos problemas urgentes
allí involucrados, me llevó también a conocer a su familia en 25 de Mayo. De
hecho estas líneas de hoy nacen principalmente de lo que comencé a pensar a
partir de ese caso particular.
Evidentemente hay algo que excede a lo particular, que conecta de algún modo con algo universal que encarna en ese caso y se hace carne entonces en nosotros.
Sabrán que esta relación entre lo universal y lo particular, es uno de los problemas centrales de la filosofía clásica, como mínimo desde Platón hasta Hegel.
Hay un texto maravilloso de Borges, titulado “El ruiseñor de Keats” en el que de alguna manera aparece algo central para esta segunda hipótesis.
En el poema de Keats “Oda a un ruiseñor”, el poeta afirma haber escuchado cantar al ruiseñor que nombran Shakespeare y Ovidio. Al mismo. ¿Cómo es eso posible? ¿Podemos percibir el canto de un ruiseñor universal o solamente el de uno particular?
(Otras inquisiciones, p.188) “Observa Coleridge que todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos. Los últimos sienten que las clases, los órdenes y los géneros son realidades; los primeros, que son generalizaciones.”
¿Qué es lo realmente existente, el ruiseñor singular
o la especie? ¿Dónde está el valor de la vida humana que queremos proteger en
la especie o en el individuo?
Borges
afirma que ningún inglés pudo interpretar adecuadamente a Keats, porque los
ingleses no creen en la realidad de la especie, son aristotélicos.
(Otras inquisiciones, p.189) “Que nadie lea una reprobación o un desdén en
las anteriores palabras. El inglés rechaza lo genérico porque siente que lo
individual es irreductible, inasimilable e impar. Un escrúpulo ético, no una
incapacidad especulativa, le impide traficar en abstracciones, como los
alemanes.”
La ética como lazo con el otro,
siempre tiene algo de lo individual e irreductible, es tal o cual persona la
que nos preocupa y nos conmueve, pero al mismo tiempo es, como el ruiseñor de
Keats la encarnación de un universal.
Ahora, ¿qué
pasa cada vez que nos conmovemos, que nos movilizamos por una vida particular o
por un grupo concreto? Se nos pregunta ¿por qué no por todos? ¿Acaso todas las vidas no valen lo mismo?
Hace muy poco en Estados Unidos
el movimiento “Black lives matters” que reclamaba por los asesinatos policiales
de los que estaba siendo víctima su comunidad, fue confrontada con un “All
lives matters”.
Sucedió algo similar aquí con el
movimiento feminista “Ni una menos”, al
que se lo intentó corregir con un “Nadie menos”. ¿Acaso todas las vidas no
valen lo mismo?
Tenemos que responder que no. Que
en este momento, que aquí situados, que en esta situación comunitaria, que
afectados de este modo, ahora, es esta vida o este grupo particular de vidas
las que valen.
La segunda hipótesis es absolutamente incómoda para
una concepción ingenua de la igualdad del valor de las vidas humanas. Pero al
mismo tiempo, nos puede dar la clave de cómo mantener el valor universal de la
vida humana.
Vivir es valorar (como nos enseñó Nietzsche) y valorar es ser injusto, es decir, ahora nos importa esto por sobre todo esto, pero aún más, la única manera de sostener el valor universal de la vida humana, es afirmándolo desde un caso particular.
El universal abstracto “vida humana” no tiene fuerza. Según Hegel, tiene menos realidad que el universal concreto, que es la síntesis superadora entre el particular y el universal. De algún modo, el ruiseñor de Keats tal como lo interpretaba Borges.
Esta es propiamente la segunda hipótesis: la afirmación de que solamente sosteniendo el valor diferencial de una vida concreta, podremos articular con un universal que de otro modo queda en el campo de la abstracción.
El universal abstracto debilita. Nadie lucha “por los derechos humanos” en sentido abstracto, sino por la defensa de tales o cuales casos que pueden enmarcarse de algún modo en ese universal. El valor de las vidas se está construyendo continuamente.
Cuando alguien nos interpela “¿por qué no reclamás
por tal vida también? o ¿por qué no reclamás por todas las vidas?” Es porque
ven afectado el modo diferencial del valor que ellos también sustentan.
Porque su escala de valores no condice con la
importancia de lo que nos afecta a nosotros. Y porque ese valor diferencial de
las vidas que tienen se sostiene por lo general viendo cómo los demás también
lo sostienen. Como sucede con toda norma, no se puede soportar que los demás no
la cumplan.
Pero no nos dejemos engañar, cuando se dice que
“todas las vidas valen” es sobre todo porque se quiere diluir el valor
diferencial que se asigna a tal o cual vida o a tal o cual grupo.
En este punto quisiera volver brevemente sobre el
tema del aborto. (¡Ojalá sea ley el 8 de agosto!)
El valor de una vida no está dado si no se lo damos,
sino lo significamos como tal, sino hay algo de lo que Hegel denominaba
reconocimiento, que implica que nada ingresa plenamente en el mundo de lo
humano sin algo del orden del deseo del otro.
El debate sobre el aborto pone en evidencia que la vida es cuidada,
querida y respetada, si es deseada, si es incluida, reconocida en lo humano.
En ese sentido, adquirimos la vida humana no alcanza
su valor de forma independiente de otra vida humana, sino solamente a través de
ella.
Si entendemos que el valor de la vida humana no es
una especie de don individual que se sostiene a sí mismo, sino una situación
inestable que se realiza comunitariamente, tenemos que insistir sobre el
carácter fundamental del duelo como elemento fundamental de lo político.
(Judith Butler, Vida precaria, p. 48)
“Mucha gente piensa que un duelo es algo privado, que nos devuelve a una
situación solitaria y que, en este sentido, despolitiza. Pero creo que el duelo
permite elaborar en forma compleja el sentido de una comunidad política,
comenzando por poner en primer plano los lazos que cualquier teoría sobre
nuestra dependencia fundamental y nuestra responsabilidad ética necesita
pensar.”
Dependemos unos de otros, sostenemos el valor de
nuestras vidas entre-nosotros y el duelo público es un espacio afectivo
indispensable para sostener el valor de las vidas que se nos dice que no
importan.
Hay una norma sobre cuáles vidas (y muertes) deben
importar. Hace dos días se realizó una marcha sobre los travesticidios y los
transfemicidios, para intentar romper con esa norma.
(Marcos de guerra, p. 64) “La distribución diferencial del duelo público es una cuestión política de enorme importancia. Lo viene siendo al menos desde la época de Antígona, quien decidió llorar abiertamente la muerte de uno de sus hermanos aun cuando ello iba en contra de la ley soberana. ¿Por qué los gobiernos tratan tan a menudo de regular y controlar quiénes han de ser objeto de duelo público y quiénes no?”
Judith Butler piensa sobre todo en los modos en que un Estado interviene durante una guerra para que no veamos a las vidas del país enemigo como vidas que “valgan la pena”.
(Marcos de guera, p. 65) "El duelo abierto está estrechamente relacionado con la indignación, y la indignación frente a una injusticia, o a una pérdida insoportable, tiene un potencial político enorme."
Pero eso mismo sucede no solamente cuando estamos en
guerra. Sucede con las mujeres, sucede con los cuerpos y las identidades
disidentes, sucede con los pibes y pibas de las villas, sucede con los
habitantes de los pueblos originarios y con los inmigrantes que no son blancos,
sucede con los luchadores políticos.
Es decir, sucede cada vez que la norma imperante del
cómo vivir castiga a quienes no quieren o no pueden acomodarse a ella,
desvalorizando esas vidas, arrojándolas más fácilmente hacia la muerte.
Por eso es que la Tercera hipótesis es prácticamente
un manifiesto: Sostener políticamente la
vida de quienes son desvalorados por la norma, es un acto al que no deberíamos
nunca renunciar.
Es
un mandato político por excelencia el de crear una comunidad que habilite una
sensibilidad sobre el valor de las vidas que no se acomodan a la norma
imperante.
Porque
la riqueza, la vitalidad y la creación propias de una comunidad dependen de la
afirmación de aquello que la homogeneización imperante pretende arrasar.
Para
que esa sensibilidad no quede anquilosada, hay que permitir ser tocado, hay que
tener la capacidad de ser afectados y hay que permitirse también aprender –con
otros- a llorar.