El problema de la emergencia de la decisión es que angosta nuestras posibilidades de análisis críticos. El pensamiento crítico no suele ser bienvenido en ningún espacio, salvo en los casos en los que se presenta como una crítica del bando contrario, en cuyo caso el pensamiento crítico está generalmente subsumido en una estrategia general que lo contiene, le marca sus límites y le indica las líneas generales de su reflexión. Si esto sucede en tiempos donde la emergencia de la decisión no es tan acuciante, las cosas empeoran cuando la encrucijada se aproxima y parece que todo lo que queda por hacer es juntar fuerzas de uno u otro lado para demonizar la opción contraria y volver a afirmar la propia con más convencimiento, con una entrega tal que contagie y convenza a los aún indecisos. Si en esos delicados momentos se levanta una voz de disenso, una demanda que requiera revisar ciertos postulados propios, es rápidamente acusada de inoportuna o traicionera, cuando no culpada por la posible derrota.
Subyacen aquí dos equívocos: el primero y más general es el que opone el pensamiento a la acción, habría tiempos para pensar y tiempos para actuar y, claro está, el pensamiento arruina la acción cuando se quiere practicar en el momento inadecuado. El segundo equívoco supone que cuanto más homogénea (es decir, cuanto menos autocrítica) sea la línea de acción y pensamiento, más cerca estará la victoria porque será clara para los seguidores y falta de flancos débiles y contradicciones para los oponentes. Y si bien hay situaciones en las que estos dos supuestos pueden verificarse, son más los casos en los que la emergencia de la decisión otorga la credencial para erradicar cualquier atisbo de pensamiento crítico o posición disidente.
Es indispensable no sólo llamar la atención sobre la torpeza estratégica que muchas veces comporta esta forma de acción que tiende a “cerrar filas” sino, sobre todo, entender que lo que se juega en una decisión no es simplemente el resultado por tal o cual posición ganadora, sino las formas en las que se constituyen los procesos colectivos que preceden, acompañan y exceden, a la vez que vertebran, esa decisión. En otras palabras, que pensar críticamente no implica no comprender (ni arruinar) la importancia estratégica de una elección (en este caso, de un balotaje), sino por el contrario, saber que lo que se juega en una elección de este tipo va siempre más allá del resultado de esta elección y que los modos que articulamos para posicionarnos ante ella no deben implicar nunca el abandono de las posiciones críticas.
Seremos doblemente vencidos si no entendemos que lo que se juega en la política partidaria representativa es solamente una capa del complejo entramado político que no sólo decide qué grupo mantendrá el control de los recursos estatales durante un período. ¿Qué es lo que se juega al mismo tiempo? Nuestras formas de vida, nuestros modos de estar en común, nuestras posibilidades de articular políticas que no se dejen apresar por las formas estatales, nuestras maneras de producción y circulación de los afectos y las pasiones, nuestras posibilidades de pensar y de crear.
2. De estrategias y vectores
Como sostengo que no se trata de evitar la decisión huyendo hacia el mundo “puro” del pensamiento, sino de ampliar los alcances que esta decisión comporta y no lo contrario, paso rápidamente a exponer mi decisión para el próximo domingo: voy a votar a Daniel Scioli, aunque no haya sido mi elección ni en las primarias ni en las elecciones generales. No quiero extenderme en los motivos de esta decisión porque no es lo central de lo que me interesa exponer y porque ya se ha escrito mucho al respecto. Me sumo a los diversos sectores de las izquierdas no oficialistas (y no hablo aquí solamente de partidos) que, entendiendo las enormes diferencias que tienen con Scioli, sostienen estratégicamente que apoyarlo en este balotaje implica no entregar la conducción nacional a Macri y los intereses que representa. Aunque no se trata solamente de una estrategia para que no gane Macri, se trata de reconocer también que la candidatura de Scioli contiene, además de evidentes vectores conservadores, los sectores más progresistas del peronismo y de fuerzas populares que no tienen ninguna cabida en el macrismo.
Escuchando a los diferentes sectores de izquierda, progresistas, populares (organizaciones, partidos, instituciones, publicaciones, colectivos, referentes intelectuales, etc.) que ayudan a orientarse sobre todo a quien no tiene banderías partidarias, la mayoría se inclinan por el apoyo a Scioli y algunos (cuya decisión respeto completamente) optan por el voto en blanco. Del lado de Macri no hay nadie o prácticamente nadie de los que para mí pueden ser referentes en términos políticos. Es decir, la duda nunca fue si votar o no a Macri, dudamos si votar a Scioli o votar en blanco y en esa duda creo que vale la pena pensar.
No me interesa que este pequeño texto se convierta en una herramienta más para capitalizar votos a favor de Scioli, me interesa que sirva para que podamos preguntarnos ¿qué hacer si gana Scioli? La pregunta ¿cómo hacer para que gane Scioli? es secundaria. El problema es qué hacer si gana. ¿Cómo hacer para que los vectores progresistas que de forma orgánica e independiente lo acompañan puedan ganar fuerzas en el armado político por venir? ¿Cómo hacer para que el oficialismo obsecuente no termine convalidando medidas que, de realizarlas el macrismo serían alta traición a la patria, pero si las instrumenta el peronismo se transforman en lo que las circunstancias requerían? ¿Cómo hacer para que la pluralidad de fuerzas del campo popular no queden subsumidas, “representadas” y acalladas por quienes se arrogan el derecho exclusivo de lo popular?
Tanto si gana Macri, como si gana Scioli, las preguntas que más me interesan tienen que ver con los modos mediante los cuales 1) la política partidaria puede torcerse hacia la izquierda, cosa que en el caso de Macri es un oxímoron y en el caso de Scioli es muy complicado porque el kirchnerismo ha torcido hacia la derecha hasta llegar a sciolizarse con más resignaciones y aprobaciones que resistencias y 2) la política no partidaria puede volver a ganar un protagonismo que fue parcialmente eclipsado por la política militante.
Tanto la subjetividad neoliberal, exitista e individualista, como la subjetividad militante, obsecuente y dogmática capturan las posibilidades de desarrollo de otro tipo de constitución de lo común y nos pueden dejar, como en la coyuntura presente, con la obligación de elegir entre Guatemala y Guatepeor.
3. De algunas formas del odio y del amor
No tengo mucho que discutir con los votantes de Macri. Aunque no creo que sean, como dicen algunos, “o boludos o hijos de puta”, sí creo que hay mucho antiperonismo en el voto macrista y el antiperonismo siempre tiene fuertes vectores clasistas y racistas. Esto no significa que no haya motivos más seriamente fundados para oponerse a diversas políticas del peronismo, pero abundan las identificaciones de clase y las reivindicaciones de un elitismo moral que, señalando al peronista como síntesis dialéctica del “negro” y el “ladrón” se instauran, por oposición, en el lugar blanco y limpio de la sociedad. Entiendo que no todos los votantes de Macri son de este tipo, pero también entiendo que casi todos los que tienen estas aspiraciones (y son muchos en nuestro país) van a votar por Macri el domingo. Por lo demás, el pensamiento crítico no existe en este espacio, apenas sí hay algo calificable como pensamiento. Abundan en cambio el cálculo, la administración y la moralina.
Este odio o desprecio hacia lo popular fue muchas veces contrapuesto al amor militante del kirchnerismo. Hemos escuchado la frase “el amor vence al odio”, ella pretende resumir la contraposición entre el odio de clase y el amor popular que no solamente es amor al pueblo y entre el pueblo, sino también amor a los líderes del movimiento popular. Pues bien, tal parece que el amor no vence al odio, pues aún una improbable victoria de Scioli el próximo domingo significa ya una derrota para ese amor militante. Creo que pasado ya el momento en que volvió la militancia (que algunos quisieron hacer pasar como el momento en que “volvió la política”), nos debemos una reflexión crítica sobre su papel. No quiero con esto hacer una descalificación de la militancia y afirmar por el contrario las virtudes del “ciudadano independiente”. Creo que es legítimo y también deseable que haya militancia política, pero debería portar como una de sus armas un espíritu crítico del que parece carecer. Sabemos que el enamorado es a la vez el más injusto, su amor no le permite más que idealizar lo amado, pero no por eso debemos afirmar el desapego y relegar las pasiones al ámbito de lo privado. Al contrario, se trata de construir vínculos políticos afectivos que tengan la fortaleza de revisarse y volver a constituirse en formas novedosas allí donde el tejido social y popular lo demande.
No queremos monopolios del amor, no los queremos constituidos como religión ni constituidos como partido político. No queremos tampoco la alegría entusiasta de los globos de colores. Queremos amores de ocasión y también duraderos, de a varios, de a muchos, multitudinarios. Queremos alegrías del hacer en común y del estar en común. No puede ser que la crítica esté siempre dirigida al opositor, tiene que haber alegría también en la potencia de la crítica al movimiento que uno habita. No solamente para no darles razones para criticarnos a los otros, sino sobre todo porque nos constituimos entre todos cada vez que transigimos, que hacemos la vista gorda, que reafirmamos vínculos que tienen que ser terminados y que impiden crear otros.
No me interesa hacer un llamamiento para votar a Scioli, quiero que nos preguntemos por qué nos derrotó la derecha, la de Scioli o la de Macri. Quiero que nos preguntemos por qué si había tanto amor popular y tantas políticas que favorecieron a las mayorías, ahora ellas nos dan la espalda. Quiero que nos preguntemos qué hacer cuando gane Macri, qué hacer cuando gane Scioli. Quiero que seamos capaces de multiplicar las políticas por fuera de las estructuras partidarias y a la vez cambiar la forma en la que esas estructuras funcionan. Al menos quiero que sea un problema. Y realmente no veo que suceda. Veo que las posiciones se abroquelan, que se nos llama una vez más a elegir entre buenos y malos, santos y pecadores. Veo que se multiplican las papillas predigeridas de los catequistas, mientras los más críticos dicen “ahora no es el momento”. Pero tal parece que nunca es el momento, tal parece que siempre para defender lo conseguido, pagamos el precio de no criticarlo. Y
entonces no somos capaces de ver lo evidente, devenimos conservadores para no
hacerle el juego a la derecha y aún así somos derrotados: doble derrota.
Comparto totalmente este punto de vista. Es lo que hubiese querido y debido manifestar en su oportunidad. De todos modos, al lugar donde llegamos, sigue siendo una ambiciosa y muy deseable propuesta: la crítica, la autocrítica en el amor y en el odio.
ResponderEliminarPasado el balotaje y también el día de los inocentes, el texto mantiene su vigencia. Coincido con Diego en la importancia de pensar formas no estatales y no partidistas de la vida en común. Tal vez el resultado electoral habilite esa posibilidad, más allá de las etiquetas de izquierdas y derechas que suelen servir para identificar consignas topológicas más que para articular vínculos afectivos amorosos, esos que vencen al odio. Carlos A. Casali
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ResponderEliminarAdhiero al concepto de la necesidad de la crítica. Toda mi vida he demandado, en todos los espacios por los que transité, críticas necesarias para continuar con procesos de cambio coherentes a los conceptos esgrimidos en cada espacio. Imposible. nunca pude lograrlo. Nunca era el momento. La urgencia impedía parar para repensar y ver lo andado y el cómo y por donde seguir. Frustración tras frustración (dadas mis características personales la critica y autocritica caminan junto a mi respiración, sin hacer de ello un hecho neurótico tipo duda constante) en muchos momentos pensé que el ir a contramano de la mayoría no me permitía avanzar. Y así fui yendo y viniendo de los espacios. Hoy estoy como resignada. No doy al concepto por perdido, pero.....a veces me resigno. Gracias por el articulo!!!!
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