En los análisis de El nacimiento de la tragedia mucho es lo que se ha dicho sobre Apolo y Dionisos como figuras divinas que representan instintos artísticos contrapuestos. Sin embargo nos interesa pensar ahora en estas dos divinidades desde sus influencias en el universo de lo político. El mismo Nietzsche establece algunos vínculos en la obra, aunque sin desarrollarlos en profundidad, por lo que nos proponemos trabajar sobre estos indicios para desplegar desde allí algunas problemáticas.
Afirma Nietzsche en el capítulo 21 de El nacimiento de la tragedia:
“Pues así como cuando hay una propagación importante de excitaciones dionisíacas se puede siempre advertir que la liberación dionisíaca de las cadenas del individuo se manifiesta ante todo en un menoscabo, que llega hasta la indiferencia, más aún, hasta la hostilidad, de los instintos políticos, igualmente es cierto, por otro lado, que el Apolo formador de estados es también el genio del principium individuationis, y que ni el Estado ni el sentimiento de la patria pueden vivir sin afirmación de la personalidad individual.”
Tenemos entonces aquí la doble afirmación de la apoliticidad del espíritu dionisíaco y de Apolo como divinidad que provee la base para la formación del Estado. Sin voluntad individual no hay Estado. Esta postura inserta a Nietzsche en la línea de los filósofos contractualistas. Mientras que Dionisos es la abolición de esta reunión de individuos diferenciada, estratificada, que es la sociedad civil.
En La visión dionisíaca del mundo ya había sostenido que en las fiestas de Dionisos “todas las delimitaciones de casta que la necesidad y la arbitrariedad han establecido entre los seres humanos desaparecen: el esclavo es hombre libre, el noble y el de humilde cuna se unen para formar los mismos coros báquicos.”
La festividad dionisíaca es excepción, interrupción festiva y desbordante de un ordenamiento sociopolítico. No puede haber Estado dionisíaco. Pero seguramente tampoco podamos pensar el funcionamiento estatal con una represión completa del espíritu dionisíaco, de manera que si lo dionisíaco no puede constituir Estado, seguramente pueda allí cumplir algún papel y en este sentido, complementar el orden político.
Pero volvamos sobre las características principales del instinto apolíneo: el Estado se funda sobre la moderación, el sosiego, el control de las emociones salvajes y la capacidad de analizar (de distinguir, es decir, de individuar) y de decidir del sujeto moderno. Parece que el Estado tiene a la base una multitud de individuos que son dueños de sí, cuya conciencia cartesiana es accesible y permite saber qué conviene y qué no conviene para la existencia y la prosperidad de ese sujeto en la sociedad. Ahora bien, en la filosofía política moderna fundacional de Thomas Hobbes, es el miedo el que está a la base de los cálculos que llevan a los sujetos a pactar y es también el miedo al Leviatán el que va a permitir el cumplimiento de lo pactado. Somos sujetados a la política por miedo.
Ahora bien Nietzsche afirma que “un pueblo, a partir de una vigencia incondicional de los instintos políticos, cae en una vía de mundanización extrema, cuya expresión más grandiosa, pero también más horrorosa, es el imperium romano.”
Esta mundanización es justamente el exceso de velo, el exceso de un mundo dominado por la imagen que es a la vez producto y productor del miedo indispensable para mantener el aparato político funcionando. Pienso entonces en Imperium, en un mundo dominado por la imagen y la “mundanización”, recuerdo la descripción de los vanidosos ciudadanos modernos que realiza Nietzsche, incapaces de disfrutar del arte trágico e imagino inmediatamente a Estados Unidos y sus ciudadanos medios, mediocres, Homero Simpson mirando televisión, el imperio contemporáneo y su maquinaria aterrorizadora siempre mediatizada por la imagen, con un permanente exceso de velo sobre su propia producción aterradora. Nietzsche dice que el mundo moderno es alejandrino, es decir optimista, se oculta a sí mismo los horrores de su propia condición.
“Nótese esto: la cultura alejandrina necesita un estamento de esclavos para poder tener una existencia duradera: pero, en su consideración optimista de la existencia, niega la necesidad de tal estamento, y por ello, cuando se ha gastado el efecto de sus bellas palabras seductoras y tranquilizadoras acerca de la «dignidad del ser humano» y de la «dignidad del trabajo», se encamina poco a poco hacia una aniquilación horripilante. No hay nada más terrible que un estamento bárbaro de esclavos que haya aprendido a considerar su existencia como una injusticia y que se disponga a tomar venganza no sólo para sí, sino para todas las generaciones.”
Apolo entonces, como espíritu político desatado, puede llegar a parecer invencible, su optimismo lo lleva a la conquista y su mayor arma es la imagen, la representación y la puesta en escena, pero hay una contradicción interna de este nuevo tipo de imperio moderno, Nietzsche toca aquí una arista del pensamiento de Marx, que desde otro espacio teórico trató en profundidad ambos problemas: contradicciones propias del capitalismo y dominio ideológico, es decir, representacional.
El instinto dionisíaco, apolítico por excelencia, puede quizás ser pensado como una irrupción en el campo de este tipo de política apolínea y como la posibilidad de pensar otras aristas de la vida en comunidad. Si Apolo es el fundador del Estado, una política dionisíaca tiene que ser una política no estatalizante. Una política de la desmesura que pueda interpelar y poner en crisis el imaginario del binomio político moderno: sujeto-Estado.
DIEGO
ResponderEliminarEntonces no soy apolínica sino que soy apolítica y es cierto no soy de ningún partido político , ahora entiendo más, jajaaja (chiste), bueno, primera lectura, si, interesante, en la segunda o tercera te hago la rima
DIEGO
ResponderEliminaralgún día te hablaré sobre las viscisitudes sobre la eutanasia animal, (no sacrifico animales) pero ahora te digo que estoy en contra de la esclavitud, sin embargo, ¿nuestros caballos y vacas no son nuestros esclavos?
y soy demócrata pero no sé por que me fascinan tanto las monarquias.