La existencia de cada ser reclama lo otro o una pluralidad de otros, pero no para ser reconocido, no para ser homologado como lo mismo por el otro, sino para ser impugnado. Dice Maurice Blanchot en La comunidad inconfesable: “va, para existir, hacia lo otro que lo impugna y a veces lo niega, con el fin de que no comience a ser sino en esa privación que lo hace consciente (éste es el origen de su conciencia) de la imposibilidad de ser él mismo”.
En tanto el principio de incompletud solicita al otro, la comunidad es requerida, pero en cuanto ese requerimiento espera la impugnación, la negación, la comunidad que resulte del encuentro con el otro sólo se podrá dar como esa comunidad negativa que corresponde a los que no tienen comunidad. Así instaurada, la comunidad está predestinada a su pronta disolución, porque la comunidad siempre está fundada en esta entrega ilimitada que instaura una de las especies de la ausencia en el corazón mismo de la comunidad.
Marguerite Duras tiene -posee, dominus- un pequeño relato llamado La maladie de la mort (El mal de la muerte), al que Blanchot califica "en sí mismo insuficiente, lo que quiere decir perfecto, lo que quiere decir sin salida". ¿De qué otra manera describir la huella del abandono en el cuerpo, previa aún al encuentro con ese cuerpo? Él padece la muerte. Sí. Ella sin embargo no es hembra, sino su nombre. El de él. La muerte. La fragilidad de su cuerpo, su cuerpo dormido a merced del mar nocturno. (Él ha pagado por ese cuerpo, por todas las noches de ese cuerpo en sus sábanas).
El pacto solicita que ella un día ya no vuelva. Que no haya estado nunca. Que ahogue su gozo. Para Blanchot se trata de la "comunidad de una prisión, organizada por uno, consentida por otro, donde lo que está en juego es efectivamente la tentativa de amar -pero para Nada, tentativa que no tiene finalmente otro objeto que esa nada que los anima sin saberlo ellos y que no los expone a nada distinto que a tocarse vanamente."
Ella pregunta: ¿No ha querido nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿No ha deseado nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿Ni una sola vez, ni un instante? Usted dice que no, nunca.
Ella dice: ¿Nunca? ¿Nunca? Usted repite: Nunca.
Ella sonríe, dice: Es raro un muerto.
Y vuelve a empezar: ¿Y mirar a una mujer, no ha mirado nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿Usted que mira? Usted dice: Todo lo demás.
Ella se despereza, se calla. Sonríe, vuelve a dormirse.
Usted la mira.
Es muy delgada, grácil casi, sus piernas son de una belleza de la que no participa el cuerpo. No entroncan realmente con el resto del cuerpo.
Usted le dice: Usted debe de ser muy hermosa.
Ella dice: Estoy aquí, mire, estoy ante usted.
Usted dice: No veo nada.
Ella dice: Procure ver, está incluido en el precio que ha pagado.
Toma el cuerpo, mira sus diferentes espacios, le da la vuelta, le da otra vez la vuelta, lo mira, lo mira otra vez.
Renuncia.
Renuncia. Deja de tocar el cuerpo.
Hasta esa noche usted no había entendido cómo se podía ignorar lo que ven los ojos, lo que tocan las manos, lo que toca el cuerpo. Descubre esa ignorancia.
Usted dice: No veo nada.
Ella no responde.
Duerme.
lunes, 30 de agosto de 2010
miércoles, 25 de agosto de 2010
LEOPARDI Y LO SUBLIME
EL INFINITO
Siempre querida me fue esta solitaria colina
y este seto que gran parte
del último horizonte la visión impide.
Mas sentado, y mirando interminables
espacios detrás de él, y sobrehumanos
silencios y profundísima calma
en el pensamiento imagino; y por poco
el corazón no se aterra. Y como el viento
escucho susurrar entre estas plantas, ese
infinito silencio a esta voz
voy comparando: y me invade lo eterno,
y las estaciones muertas, y la actual,
viva, y su sonido. Así en esta
inmensidad se anega mi pensar
y el naufragar me es dulce en este mar.
Giacomo Leopardi
martes, 24 de agosto de 2010
ERÓTICA DE LO SUBLIME
En la filosofía empirista de Edmund Burke (1727-1795) las pasiones humanas tienen su origen en diversas afecciones corporales y pueden clasificarse en torno a dos grandes grupos. Las pertenecientes a la autoconservación y las pertenecientes a la sociedad.
"Las ideas de dolor, enfermedad y muerte nos llenan la cabeza con fuertes emociones de horror; pero la vida y la salud, aunque nos hagan capaces de sentir el placer, no causan tal impresión mediante el mero goce. Por consiguiente, las pasiones propias de la conservación del individuo se relacionan preferentemente con el dolor y el peligro, y son las pasiones más poderosas de todas."
Las pasiones de la sociedad pueden ser placenteras, entre ellas está el amor y todo lo relacionado a la "sociedad de los sexos". La belleza es una cualidad presente en los cuerpos que dispara la pasión amorosa. Pero -y ésta es la diferencia fundamental con la erótica platónica de El Banquete-, esta belleza no es aquello que en un primer momento nos atrae con más fuerza.
Las pasiones asociadas a la autoconservación son mucho más intensas, profundas, avasallantes. Nuestra vida está en juego, estamos amenazados de muerte y nuestro cuerpo reacciona defendiéndose de forma tal que se produce "la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir", esto es, lo sublime.
Lo sublime se da en el modo 'como si' de la amenaza, si de verdad nuestra vida corriera peligro no podríamos ser capaces de sentir ese 'horror delicioso', seríamos presa del puro y simple terror. Pero si estamos a cierta distancia de él, si contemplamos lo poderoso, lo infinito, lo grandioso, lo oscuro, el lugar donde el peligro acecha; entonces podremos sentir el deleite que proviene de lo que nos supera y nos aterroriza.
"Hay una gran diferencia entre la admiración y el amor. Lo sublime, que es la causa de la primera, siempre trata de objetos grandes y terribles; lo otro, de las cosas pequeñas y placenteras. Nos sometemos a lo que admiramos, pero amamos lo que se nos somete; en un caso nos vemos obligados a condescender y en el otro se nos halaga para ello."
¿Cómo es lo bello, aquello que nos causa amor? Pequeño, liso, delicado, está exento de lados oscuros, no depara grandes sorpresas, eso hace que nuestro cuerpo se relaje en su presencia. Amamos porque dominamos, porque el objeto se presenta sometido a nuestro poder.
¿Cómo funciona en cambio la erótica de lo sublime? ¿Por qué deseamos aún más fuertemente lo que nos amenaza? La infinitud, la magnificencia, la oscuridad, pero sobre todo el poder, que no es otra cosa que una potencia que está allí para destruirnos. La animalidad.
"Los sonidos que imitan las voces naturales e inarticuladas de los hombres, o de cualesquiera animales que sienten el dolor o un daño, son capaces de transmitir grandes ideas."
Someterse a la experiencia de lo poderoso no es ser dócil, ni tampoco transformarse en mero objeto de amor. Sino despertar, poner en juego allí todos nuestros instintos, todas nuestras experiencias de lo liminar, es ponerse en guardia y gustar el juego de la muerte.
No leí los libros ni vi las películas de la saga "Twilight". Sin embargo la erótica vampiresca (en general toda erótica monstruosa) me parece interesante para pensar. Relacionado con lo dicho creo que podemos dejar algunas líneas para retomar más adelante.
El vampiro se relaciona a lo sublime porque habita la noche, por su inmenso poder, por su carácter intempestivo, por su animalidad, por su posición ambigua respecto a la muerte, porque su presencia es una continua amenaza a la vez que la posibilidad cierta y aterradora de hacerse inmortal.
En este sentido, el vampiro -como tipología- siempre debe protagonizar historias que ya no podemos llamar "amorosas", que deberíamos nombrar como erótico-sublimes. Por supuesto el vampiro puede tener este tipo de relación solamente con un humano, él es su único alimento.
"Las ideas de dolor, enfermedad y muerte nos llenan la cabeza con fuertes emociones de horror; pero la vida y la salud, aunque nos hagan capaces de sentir el placer, no causan tal impresión mediante el mero goce. Por consiguiente, las pasiones propias de la conservación del individuo se relacionan preferentemente con el dolor y el peligro, y son las pasiones más poderosas de todas."
Las pasiones de la sociedad pueden ser placenteras, entre ellas está el amor y todo lo relacionado a la "sociedad de los sexos". La belleza es una cualidad presente en los cuerpos que dispara la pasión amorosa. Pero -y ésta es la diferencia fundamental con la erótica platónica de El Banquete-, esta belleza no es aquello que en un primer momento nos atrae con más fuerza.
Las pasiones asociadas a la autoconservación son mucho más intensas, profundas, avasallantes. Nuestra vida está en juego, estamos amenazados de muerte y nuestro cuerpo reacciona defendiéndose de forma tal que se produce "la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir", esto es, lo sublime.
Lo sublime se da en el modo 'como si' de la amenaza, si de verdad nuestra vida corriera peligro no podríamos ser capaces de sentir ese 'horror delicioso', seríamos presa del puro y simple terror. Pero si estamos a cierta distancia de él, si contemplamos lo poderoso, lo infinito, lo grandioso, lo oscuro, el lugar donde el peligro acecha; entonces podremos sentir el deleite que proviene de lo que nos supera y nos aterroriza.
"Hay una gran diferencia entre la admiración y el amor. Lo sublime, que es la causa de la primera, siempre trata de objetos grandes y terribles; lo otro, de las cosas pequeñas y placenteras. Nos sometemos a lo que admiramos, pero amamos lo que se nos somete; en un caso nos vemos obligados a condescender y en el otro se nos halaga para ello."
¿Cómo es lo bello, aquello que nos causa amor? Pequeño, liso, delicado, está exento de lados oscuros, no depara grandes sorpresas, eso hace que nuestro cuerpo se relaje en su presencia. Amamos porque dominamos, porque el objeto se presenta sometido a nuestro poder.
¿Cómo funciona en cambio la erótica de lo sublime? ¿Por qué deseamos aún más fuertemente lo que nos amenaza? La infinitud, la magnificencia, la oscuridad, pero sobre todo el poder, que no es otra cosa que una potencia que está allí para destruirnos. La animalidad.
"Los sonidos que imitan las voces naturales e inarticuladas de los hombres, o de cualesquiera animales que sienten el dolor o un daño, son capaces de transmitir grandes ideas."
Someterse a la experiencia de lo poderoso no es ser dócil, ni tampoco transformarse en mero objeto de amor. Sino despertar, poner en juego allí todos nuestros instintos, todas nuestras experiencias de lo liminar, es ponerse en guardia y gustar el juego de la muerte.
No leí los libros ni vi las películas de la saga "Twilight". Sin embargo la erótica vampiresca (en general toda erótica monstruosa) me parece interesante para pensar. Relacionado con lo dicho creo que podemos dejar algunas líneas para retomar más adelante.
El vampiro se relaciona a lo sublime porque habita la noche, por su inmenso poder, por su carácter intempestivo, por su animalidad, por su posición ambigua respecto a la muerte, porque su presencia es una continua amenaza a la vez que la posibilidad cierta y aterradora de hacerse inmortal.
En este sentido, el vampiro -como tipología- siempre debe protagonizar historias que ya no podemos llamar "amorosas", que deberíamos nombrar como erótico-sublimes. Por supuesto el vampiro puede tener este tipo de relación solamente con un humano, él es su único alimento.
miércoles, 18 de agosto de 2010
SOBRE EL GUSTO
REFLEXIONES ACERCA DE LOS PLACERES QUE NOS PRODUCEN LAS OBRAS DEL ESPÍRITU Y LAS PRODUCCIONES DE LAS BELLAS ARTES
En nuestra manera de ser, nuestra alma goza tres clases de placeres. Unos los obtiene del fondo de su propia existencia; otros son resultado de su unión con el cuerpo; finalmente, otros están fundados en los pliegues y prejuicios que ciertas instituciones, ciertos usos y hábitos le han producido.
Son estos los diferentes placeres de nuestra alma que forman los objetos del gusto, como lo bello, lo bueno, lo agradable, lo ingenuo, lo delicado, lo tierno, lo gracioso, el no sé qué, lo noble, lo grande, lo sublime, lo majestuoso, etc. Por ejemplo, cuando hallamos placer en ver una cosa que nos es útil, decimos que es buena; cuando hallamos placer en verla, sin que obtengamos de ella una utilidad presente, la llamamos bella.
Por tanto, las fuentes de lo bello, de lo bueno, de lo agradable, etc., están en nosotros mismos; e investigar esas razones es investigar las causas de los placeres de nuestra alma.
Examinemos, pues, nuestra alma; estudiémosla en sus actos y pasiones, investiguémosla en sus placeres; es en ellos donde más se manifiesta. La poesía, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la danza, las diferentes clases de juegos, las obras de la naturaleza y del arte pueden producirle placer. Veamos por qué, cómo y cuándo lo producen; demos la razón de nuestros sentimientos. Esto podrá contribuir a formar nuestro gusto, el cual no es otra cosa que la ventaja de descubrir con finura y con rapidez la medida del placer que cada cosa debe producir a los hombres.
Ensayo sobre el gusto, Barón de Montesquieu
domingo, 15 de agosto de 2010
LA HABLADURÍA
"Habladuría. Herida experimentada por el sujeto amoroso cuando comprueba que el ser amado está metido en "habladurías", y escucha hablar de él de una manera común.
Sobre la ruta a Falera un hombre se aburre; percibe a otro que marcha delante de él, lo alcanza y le pide que le narre el banquete dado por Agatón. Así nace la teoría del amor: de un azar, de un tedio, de un deseo de hablar, o, si se prefiere de una habladuría de tres kilómetros de longitud. Aristodemos asistió al famoso banquete; se lo ha contado a Apolodoro que, sobre la ruta a Falera, lo relata a Glauco (hombre, se dice, sin cultura filosófica), y, al hacerlo, por mediación del libro, nos lo cuenta a nosotros, que hablamos de él nuevamente. El Banquete no es pues solamente una "conversación" (hablamos de una cuestión), sino también una habladuría (hablamos entre nosotros de los demás).
Esta obra surge por lo tanto de dos lingüísticas, ordinariamente reprimidas -porque la lingüística oficial sólo se ocupa del mensaje-. La primera postularía que ninguna cuestión (quaestio) puede plantearse sin la trama de una interlocución; para hablar del amor, los comensales no solamente hablan entre ellos, de imagen a imagen, de lugar a lugar (en El Banquete la disposición de los lechos tiene gran importancia), sino que además implican en ese discurso general los vínculos amorosos en los que están comprometidos (o imaginan que los otros lo están): tal sería la lingüística de la "conversación". La segunda lingüística diría que hablar es siempre decir algo de alguien; al hablar del Banquete, del Amor, Glauco y Apolodoro hablan de Sócrates, de Alcibíades y de sus amigos: el "tema" sale a la luz por habladurías. La filología activa (la de las fuerzas del lenguaje) comprendería pues dos lingüísticas obligadas: la de la interlocución (hablar a otro) y la de la delocución (hablar de alguien)."
Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso
Manuscrito sobre rollo de papiro con textos del "Symposium"
viernes, 6 de agosto de 2010
6 DE AGOSTO DE 1945
Hace 2 años estuve en Hiroshima y escribí este pequeño texto que aprovecho hoy para recordar.
6 de Agosto de 1945.
A la matanza finamente planificada, industrializada, burocratizada de los alemanes, al genocidio selectivo, al horror inconmensurable de los nazis, se sumó, la mañana del 6 de agosto, la masacre perpetrada por sus enemigos, los norteamericanos.
Ya no la violencia personificada en el impiadoso oficial nazi, esta vez el genocidio sin mácula, lejano, el bombardeo que no deja rastros, donde el piloto no tiene contacto alguno con sus víctimas. Pero lo original en este caso es que la bomba ya no fue dirigida a tal o cual punto estratégico militar, sino lanzada a propósito sobre un objetivo con gran población civil, para probar su poder destructivo, su capicidad de arrasar con todo lo que a su paso había, para pulverizar cuerpos, fundir huesos con vidrios, con una sola pequeña bomba, una pequeña gran fisión de uranio.
Comenzaba la era nuclear y la devastacion a distancia, esta vez indiscriminada, átomos que nada saben de creencias religiosas, posiciones sociales o militares. Física, pura física, pura demostración de poder, puro símbolo. Puro ver quien la tiene más grande. La llamada Guerra Fría que empezó una mañana de verano en Hiroshima, una mañana de mucho calor, unos 3.000 o 4.000 grados.
Y el inevitable nudo en la garganta al ver la foto de ese maestro dando clases a la intemperie poco tiempo despues de caída la bomba, el recuerdo del museo del Holocausto.
Se puede hacer una visita virtual al Museo y Parque Memorial de Hiroshima en http://www.pcf.city.hiroshima.jp/index_e2.html
6 de Agosto de 1945.
A la matanza finamente planificada, industrializada, burocratizada de los alemanes, al genocidio selectivo, al horror inconmensurable de los nazis, se sumó, la mañana del 6 de agosto, la masacre perpetrada por sus enemigos, los norteamericanos.
Ya no la violencia personificada en el impiadoso oficial nazi, esta vez el genocidio sin mácula, lejano, el bombardeo que no deja rastros, donde el piloto no tiene contacto alguno con sus víctimas. Pero lo original en este caso es que la bomba ya no fue dirigida a tal o cual punto estratégico militar, sino lanzada a propósito sobre un objetivo con gran población civil, para probar su poder destructivo, su capicidad de arrasar con todo lo que a su paso había, para pulverizar cuerpos, fundir huesos con vidrios, con una sola pequeña bomba, una pequeña gran fisión de uranio.
Comenzaba la era nuclear y la devastacion a distancia, esta vez indiscriminada, átomos que nada saben de creencias religiosas, posiciones sociales o militares. Física, pura física, pura demostración de poder, puro símbolo. Puro ver quien la tiene más grande. La llamada Guerra Fría que empezó una mañana de verano en Hiroshima, una mañana de mucho calor, unos 3.000 o 4.000 grados.
Y el inevitable nudo en la garganta al ver la foto de ese maestro dando clases a la intemperie poco tiempo despues de caída la bomba, el recuerdo del museo del Holocausto.
Se puede hacer una visita virtual al Museo y Parque Memorial de Hiroshima en http://www.pcf.city.hiroshima.jp/index_e2.html
miércoles, 4 de agosto de 2010
SÓCRATES BAILANDO SOBRE LA GRIETA
Creo que una acertada observación de Paul Valéry describe muy bien una parte fundamental del quehacer filosófico. Al menos la que, tradicionalmente, se le asigna a la figura de Sócrates. La actitud de detenerse sobre un concepto para demostrar su fragilidad, el desafío de recorrer todas las formas posibles de definición, para terminar -para continuar, para descubrir que siempre estuvimos parados- en una aporía. Un gran ejemplo de este método socrático es el Hipias Mayor, diálogo en el cual Sócrates toma al vuelo un comentario de Hipias sobre bellas actividades para los jóvenes, para lograr que la belleza se transforme en finalidad de la conversación y no en mero instrumento del discurso. A propósito, si existe un método socrático sólo puede ser el de bailar en el abismo, ¿para qué insistir, me pregunto, con la famosa mayéutica?
Leamos a Valéry:
"Habrán observado el hecho curioso de que tal palabra, que resulta perfectamente clara cuando se la escucha o se la usa en el lenguaje corriente, y que no da lugar a ninguna dificultad cuando es introducida en el tren rápido de una frase ordinaria, desbarata todos los esfuerzos de definición apenas la sacan de circulación para examinarla aparte, y cuando se le busca un sentido tras haberla sustraído de su función momentánea."
Las palabras son también grandes bestias somnolientas -como la Polis- que es preciso sacudir, volver a transformar en enigma. Sigue Paul Valéry:
"Resulta casi cómico preguntarse lo que significa exactamente un término que se utiliza a cada rato con plena satisfacción. Por ejemplo: tomo al vuelo la palabra Tiempo. La palabra era absolutamente límpida, precisa, honesta y fiel en su servicio, mientras cumplía su papel dentro de una proposición y era pronunciada por alguien que quería decir algo. Pero ahora está sola, agarrada de las alas. Y se venga. Nos hacer creer que tiene más sentidos que funciones. No era más que un medio, y ahora se ha convertido en un fin, en el objeto de un espantoso deseo filosófico. Se transforma en enigma, en abismo, en tormento del pensamiento..."
“-Conserva la calma, amigo. Me da miedo pensar qué es lo que realmente estamos diciendo.” le dice Sócrates a su interlocutor. Pues claro, el discurso sofista -al menos en boca de Platón- se place en deslizarse rápidamente por las palabras y no tarda en ofuscarse ante la insistencia de Sócrates, ante su espantoso deseo filosófico.
La fragilidad del concepto es evidente, y cuando la palabra se convierte en finalidad, todo el discurso se resquebraja inevitablemente. Hipias, alarmado amonesta al filósofo: “-Pues, ciertamente, Sócrates, ¿qué crees tú que son todas estas palabras? Son raspaduras y fragmentos de una conversación, como decía hace un rato, partidas en trozos.”
Filosofar es entonces este acto violento de detenerse en el lugar donde debíamos circular, de poner a prueba el puente que parece comunicarnos. Filosofar es divertirnos bailando allí donde se suponía que debíamos simplemente caminar. Volver a abrir la grieta de la significación.
"Cada palabra -sigue Valery-, cada una de las palabras que nos permiten cruzar tan rápidamente el espacio de un pensamiento, y seguir el impulso de la idea que se construye por sí misma su expresión, me parece una de esas tablas livianas que se ponen encima de un pozo, o sobre un grieta de montaña, y que soportan el paso del hombre en movimiento ágil. Pero que pase sin pesar, que pase sin detenerse -y sobre todo, ¡que no se divierta bailando sobre la delgada tabla para comprobar su resistencia!... El puente frágil de inmediato se tambalea o se quiebra, y todo cae en las profundidades. Consultemos nuestra experiencia; y hallaremos que no entendemos a los otros, ni nos entendemos a nosotros mismos, sino gracias a la velocidad de nuestro paso por las palabras. No hay que insistir en ellas, so pena de ver que el discurso más claro se descompone en enigmas, en ilusiones más o menos conscientes."
En palabras del mismo Sócrates: "De mí, según parece, se ha apoderado un extraño destino y voy errando siempre en continua incertidumbre."
Leamos a Valéry:
"Habrán observado el hecho curioso de que tal palabra, que resulta perfectamente clara cuando se la escucha o se la usa en el lenguaje corriente, y que no da lugar a ninguna dificultad cuando es introducida en el tren rápido de una frase ordinaria, desbarata todos los esfuerzos de definición apenas la sacan de circulación para examinarla aparte, y cuando se le busca un sentido tras haberla sustraído de su función momentánea."
Las palabras son también grandes bestias somnolientas -como la Polis- que es preciso sacudir, volver a transformar en enigma. Sigue Paul Valéry:
"Resulta casi cómico preguntarse lo que significa exactamente un término que se utiliza a cada rato con plena satisfacción. Por ejemplo: tomo al vuelo la palabra Tiempo. La palabra era absolutamente límpida, precisa, honesta y fiel en su servicio, mientras cumplía su papel dentro de una proposición y era pronunciada por alguien que quería decir algo. Pero ahora está sola, agarrada de las alas. Y se venga. Nos hacer creer que tiene más sentidos que funciones. No era más que un medio, y ahora se ha convertido en un fin, en el objeto de un espantoso deseo filosófico. Se transforma en enigma, en abismo, en tormento del pensamiento..."
“-Conserva la calma, amigo. Me da miedo pensar qué es lo que realmente estamos diciendo.” le dice Sócrates a su interlocutor. Pues claro, el discurso sofista -al menos en boca de Platón- se place en deslizarse rápidamente por las palabras y no tarda en ofuscarse ante la insistencia de Sócrates, ante su espantoso deseo filosófico.
La fragilidad del concepto es evidente, y cuando la palabra se convierte en finalidad, todo el discurso se resquebraja inevitablemente. Hipias, alarmado amonesta al filósofo: “-Pues, ciertamente, Sócrates, ¿qué crees tú que son todas estas palabras? Son raspaduras y fragmentos de una conversación, como decía hace un rato, partidas en trozos.”
Filosofar es entonces este acto violento de detenerse en el lugar donde debíamos circular, de poner a prueba el puente que parece comunicarnos. Filosofar es divertirnos bailando allí donde se suponía que debíamos simplemente caminar. Volver a abrir la grieta de la significación.
"Cada palabra -sigue Valery-, cada una de las palabras que nos permiten cruzar tan rápidamente el espacio de un pensamiento, y seguir el impulso de la idea que se construye por sí misma su expresión, me parece una de esas tablas livianas que se ponen encima de un pozo, o sobre un grieta de montaña, y que soportan el paso del hombre en movimiento ágil. Pero que pase sin pesar, que pase sin detenerse -y sobre todo, ¡que no se divierta bailando sobre la delgada tabla para comprobar su resistencia!... El puente frágil de inmediato se tambalea o se quiebra, y todo cae en las profundidades. Consultemos nuestra experiencia; y hallaremos que no entendemos a los otros, ni nos entendemos a nosotros mismos, sino gracias a la velocidad de nuestro paso por las palabras. No hay que insistir en ellas, so pena de ver que el discurso más claro se descompone en enigmas, en ilusiones más o menos conscientes."
En palabras del mismo Sócrates: "De mí, según parece, se ha apoderado un extraño destino y voy errando siempre en continua incertidumbre."