sábado, 16 de abril de 2011

RÓMULO Y REMO

Aunque todos los relatos mitológicos se caracterizan por tener diversas fuentes y versiones que muchas veces pueden variar sustancialmente la simbología de los mismos, podemos resumir lo sucedido a los gemelos Rómulo y Remo de la siguiente forma. Hijos del dios Marte, los bebés fueron abandonados a su suerte en el río Tiber y llegaron al pie de una higuera. En ese lugar una loba, que hacía poco había parido a sus crías, encuentra a Rómulo y Remo, los amamanta y los salva de una muerte segura a tan temprana edad.


Hay que pensar entonces que los hombres que más tarde fundarán la ciudad de Roma y por ende, la civilización latina, tienen a lo divino como origen y a lo animal como alimento y salvaguarda. La loba que los toma como cachorros, se apiada de ellos como madre que poco antes tuvo a sus crías y en lugar de devorarlos, realiza el acto contrario: los nutre.

Nos interesa entonces pensar cuál es la relación que se entabla entre el animal y el hombre en ese mito y de qué manera se modifica en la civilización romana luego de la instauración del cristianismo.

Sería ridículo pensar que la loba (animal feroz, animal carnívoro) no puede distinguir que estos cachorros, que podrían ser su presa, no pertenecen a su propia especie. Podemos pensar en cambio a la loba reconociendo a los cachorros humanos en tanto pequeñas crías, pequeños vivientes necesitados de alimento. Ahora bien, la categoría de "reconocimiento" en Hegel es justamente asignable únicamente a los hombres y es lo que nos distingue de los animales. Somos los hombres los que -para decirlo rápidamente- deseamos ser reconocidos como sujetos deseantes y no como animales con necesidades. Son lo cachorros (de lobos, de hombres, los pequeños vivientes) quienes pueden tener necesidades alimenticias y no se transformarán en hombres hasta que no luchen por ser reconocidos como tales. Ese será el momento en que Rómulo asesinará a Remo. Como en la mitología de Caín y Abel, el comienzo de la historia implica una fraternidad que se quiebra en el asesinato.

Si el reconocimiento es propio del reino del Espíritu, entonces no sólo es inadecuado para explicar el comportamiento de la loba, sino también para tratar de establecer alguna relación desde el hombre hacia el animal que no sea la de la pura disposición como recurso. ¿Cabría sin embargo pensar a algunos animales con la capacidad de reconocer y ser reconocidos? Seguramente tendremos que responder que no, debemos abandonar esta categoría en busca de otras, pero antes debemos preguntarnos si estamos a la búsqueda de conceptos que nos permitan llevar a los animales a una discusión 'de igual a igual' con los hombres, o si lo que buscamos es deconstruir la concepción de lo humano, para abordar las relaciones con lo animal o la animalidad o los animales, desde otras perspectivas.

Pero volvamos a la fundación de Roma, hay quienes afirman que la loba fue enviada por Marte para salvar a sus hijos. Es decir que este animal, más que una animalidad-naturaleza representa una animalidad-divinidad. En todo caso, el relato mitológico que pone a la base de una civilización lo animal-divino, no es exclusivo de los romanos. Aunque lo que sucede en Roma luego de la adopción definitiva del cristianismo como religión oficial, nos puede dar una mejor idea de la nueva relación que tomará Occidente respecto a los animales.

No hay en la fundación de la civilización judeo-cristiana una acción de compasión desde el animal hacia el hombre. Al contrario, el hombre creado a imagen y semejanza de la divinidad, no guarda ya ningún tipo de relación con todas las otras criaturas, incluyendo por supuesto a los animales. Y será Adán -por orden divina- el encargado de nombrar, de dar nombre a los animales en el paraíso y de tenerlos bajo su dominio. Nombrar y dominar son dos modos de la domesticación. Así es que la irrupción del relato bíblico en la cultura latina, va a conformar un nuevo tipo de separación entre lo humano y lo animal que, si se quiere, no se rompe sino hasta la aparición de Charles Darwin en el siglo XIX.



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