viernes, 30 de julio de 2010

SILENCIO, CUBA

Gracias Claudia. Como verás leí tu libro. Mi crítica se mantiene, pero ligeramente distinta. Ya no me parece "muy finito" para poder contener todas las referencias documentales que sostengan este balance negativo sobre la Cuba de los últimos 50 años. Además me gustó que afirmes que te sentís más en casa con la teoría política que con la historia. De hecho, como vos misma dijiste, lo hiciste cortito para que yo pueda leerlo. Pero me hubiera gustado que te extendieras un poco más para ayudarnos a pensar si la causa del silencio que denunciás, no tiene que ver con ese sentimiento de zozobra que aparece cada vez con más fuerza a medida que uno avanza en la lectura. Para saber si esa cachetada al voluntarismo puede reconducirse -adivino que sí- de muy otra forma, hacia nuevos proyectos de equidad. Pero bueno, dirás que eso excede el objeto del libro y yo estaré de acuerdo. Y aún así.

No sigue a esto un resumen del libro, porque me parece mejor que cada uno haga directamente su propia lectura. Solamente quiero llamar la atención sobre algunas notas a pie de página que me parecieron más que interesantes para seguir pensando. Y seguramente anotar algunas preguntas que surgieron.


En la nota 2 del Capítulo 2 me gustó la distinción entre los "verdaderos creyentes" en la Revolución y "grupos para los cuales la movilización bajo un liderazgo fuerte, sea cual fuere la orientación del mismo, proporciona un sentido suficiente a su existencia." La línea divisoria como siempre es muy difícil. Conozco a varias personas que se afanan en buscar razones de por qué son fanáticos de tal equipo de fútbol en lugar de tal otro. ¿Ese no es acaso un tipo de "creencia verdadera", la que primero adhiere ciegamente y luego busca sus razones?

La nota 28 del Capítulo 2 dice así: "Es posible pensar que el relajamiento de la prohibición de profesar una religión haya sido una manifestación más de la capacidad del régimen a hacer frente a sus falencias. En efecto, a través de la religión se ha canalizado, a partir de la década del noventa, buena parte del descontento y la desazón de los cubanos frente a las durísimas condiciones de vida y la falta de perspectiva de futuro, de un modo probablemente menos peligroso para el régimen que lo que podrían haber sido otros canales eventuales para encauzar la frustración. La religión, parece haber recordado el régimen en su provecho, es el opio de los pueblos." Brillante.

En la nota 33 del mismo Capítulo afirmás "Uno de mis interlocutores, antiguo miembro del Comité Central del PCC, me explicaba a su vez que para cualquier ciudadano común enfrentado a la necesidad prácticamente ineludible de operar al margen de las leyes para poder sobrevivir en condiciones de relativa dignidad, el mayor peligro en la vida cotidiana en Cuba es encontrarse con un 'verdadero creyente' en la Revolución, siempre dispuesto a denunciar las conductas ilegales de sus conciudadanos. Que hay pocos, me decía, pero siempre puede quedar alguno." Extremando alguna de tus hipótesis podríamos afirmar que este 'verdadero creyente' es sólo Fidel Castro. Los otros ejemplos que se me ocurren son siempre niños, de una u otra forma. Me viene a la memoria una situación de 1984 en la que uno de los personajes es delatado por sus hijos pequeños.


La nota 35 trata sobre el concepto de "balsero" extendido a todo el abanico de personas que, con diferentes estrategias pudieron -o intentaron- emigrar ilegalmente. La imagen de la balsa en medio del mar es de una fragilidad tremenda. Pero también remite a Robinson y lo que sabemos que él encarna. O quizás tengamos que releer a Tournier.

También me gustaría comentar la nota 6 del Capítulo 3 que comienza de esta forma: "Artículo 72: Se considera peligroso la especial proclividad en que se halla una persona para cometer delitos, demostrada por la conducta que observa en contradicción manifiesta con las normas de la moral socialista" y termina de la siguiente manera: "Artículo 75.1: El que, sin estar comprendido en alguno de los estados peligrosos a que se refiere el artículo 73, por sus vínculos o relaciones con personas potencialmente peligrosas para la sociedad, las demás personas y el orden social, económico y político del Estado socialista, pueda resultar proclive al delito, será objeto de advertencia por la autoridad policíaca competente, en prevención de que incurra en actividades socialmente peligrosas o delictivas." La inversión exacta del principio de inocencia hasta que se demuestre lo contrario. En este caso la noción de ser proclive a ir en contra de la moral socialista, suena otra vez tan cercana a ciertas posturas religiosas. La lectura es muy simplista, lo sé, pero todos parecen seres caídos que en algún punto no pueden más que cometer algún delito. Como afirmás en algún lado, disentir con el poder es quedar fuera de la ley. ¿Y quién puede quedar completamente fuera de la posibilidad del disenso?

No quiero olvidarme sin embargo de agregar dos impresiones que tuve mientras leía el libro.

La primera es que muchos de estos inconvenientes (desde una presunción de culpabilidad de todos los ciudadanos, hasta la falta de cumplimiento de las expectativas socio-económicas, pasando por la utilización de burdas herramientas ideológicas y hábiles maniobras represivas para mantener el poder) se dan también en otro tipo de regímenes, por supuesto también en las democracias liberales. En algunos casos más subterránea y capilarmente, en otros casos de forma menos velada.

La segunda tiene que ver con este par indisoluble "igualación-opresión". Sabemos ya hace tiempo que a pesar de que "liberté, egalité, fraternité" suena muy bien sobre todo en francés, sufre de varias contradicciones. Pero a veces me gusta pensar que el concepto de libertad no es el opuesto del concepto de opresión. Sino más bien que son en cierto punto intercambiables. Pero claro, todo esto ya lo dijo Hobbes.

En todo caso ¿Quién fue el ingenuo que pensó seriamente en una sociedad libre de opresiones?

BIOGRAFÍA DEL HAMBRE 3


El último punto de la biografía del hambre de Amélie Nothomb que me gustaría tocar, es el de la ley y el desorden. Siempre se llama a la bulimia y la anorexia “desórdenes alimenticios”, pero quizás lo que hay muchas veces, al contrario, es un exceso de orden de cierto tipo. En el caso de Amélie, la adolescencia se presenta como una deformación intolerable: “En un año crecí doce centímetros. Me salieron pechos, grotescos en su pequeñez, pero ya eran demasiado para mí: intenté quemarlos con un mechero como las amazonas incendiaban uno de sus senos para usar mejor el arco; sólo conseguí hacerme daño… …Era inmensa y fea, llevaba un corrector dental.” Asociado a estos cambios aparece un nuevo objeto de deseo. “Allí me ocurrió una terrible desgracia: un joven inglés de quince años, delgado y delicado, se lanzó al agua ante mis ojos, y sentí que algo se desgarraba dentro de mí. Horror: deseaba a un chico. Sólo me faltaba eso. Mi cuerpo me había traicionado.” La respuesta no tardaría en llegar, ante lo que se presenta caótico, la ley intenta encauzarlo. “En Bangladesh, me habían enseñado que el hambre era un dolor que desaparecía muy deprisa: uno sufría sus efectos sin sufrir más dolor. Valiéndome de esta información, creé la Ley: el 5 de enero de 1981, día de Santa Amélie, dejaría de comer. Aquella pérdida de mí misma iba acompañada de una suspensión: la Ley también estipulaba que a partir de aquel día no olvidaría ninguna de las emociones de mi vida.” El concepto de dieta es el ordenador de las comidas. Estamos acostumbrados a pensarlo como un modo de adelgazar, pero básicamente es un modo de regular los aspectos de la nutrición y el hambre. En este caso asistimos a la conformación del hábito de no comer para luego no sentir hambre. Para reponer sobre el cuerpo deforme, el anhelado cuerpo de niña. La ley siempre dice no, obtura posibilidades. Esta vez por un exceso y un defecto simultáneos que cumplen un mismo sentido: la suspensión de la pérdida.


“Después de dos meses de dolor, se produjo finalmente el milagro: el hambre desapareció, dando paso a una alegría torrencial. Había matado mi cuerpo. Lo viví como una victoria asombrosa. Juliette se volvió delgada y yo esquelética. La anorexia fue una bendición para mí: la voz interior, subalimentada, se había callado; mi pecho volvía a ser plano a las mil maravillas; ya no sentía ni una pizca de deseo por el joven inglés; a decir verdad, ya no sentía nada. Aquel modo de vida jansenista –nada en todas las comidas del cuerpo y del alma- me mantenía en una era glacial en la que los sentimientos ya no crecían. Fue un respiro: había dejado de odiarme a mí misma.” El cuerpo de la mujer es especialmente propenso a este tipo de movimientos. Y no debemos caer en el simplismo de pensarlo solamente como una consecuencia del contexto cultural, del ideal de belleza de las modelos esqueléticas. Hay en eso verdad, pero a medias. El cuerpo femenino es principio de vida, es cuerpo que nutre, que se deforma para poder albergar a otro. La ley que prohíbe alimentarse, niega también la posibilidad del deseo, de la llegada de la vida, allana el camino a la muerte. “A los quince años, con un metro setenta de estatura, pesaba treinta y dos kilos. Mi pelo se caía a puñados. Me encerraba en el cuarto de baño para contemplar mi desnudez: era un cadáver. Aquello me fascinaba.” La privación autoimpuesta es también una forma del autoerotismo que reporta toda alimentación.


En las filosofías materialistas, si existe algo así como un alma, está indisolublemente ligada al cuerpo, de tal forma que negando a éste no llegamos a tener un acceso mayor a la primera. “Quienes hablan de la riqueza espiritual de los ascetas merecerían sufrir de anorexia. No hay mejor escuela de materialismo puro y duro que el ayuno prolongado. Más allá de determinado límite, lo que entendemos por alma se marchita hasta desaparecer… …Sería un error ver en la anorexia una inteligencia propia. Sería bueno que esa evidencia fuera finalmente asumida: la ascesis no enriquece el espíritu. Las privaciones carecen de virtud.”


La pregunta que surge y que queda rondando es entonces ¿por qué privarse? ¿Por qué ejercer este empobrecimiento planificado del espíritu donde antes había hambre continua de mundo? ¿Para qué imponer estas reglas al cuerpo que parece ser fuente inacabable de placeres? Quizás el Infierno sea temer a la voluptuosidad de aquel cuerpo, que en la adolescencia deviene monstruoso para multiplicar al infinito sus posibilidades de goce y sufrimiento. Y nos deja entrever que lo más propio, es lo que en el momento menos pensado puede hacer presa de nosotros.


“Horror: deseaba a un chico. Sólo me faltaba eso. Mi cuerpo me había traicionado.”

jueves, 29 de julio de 2010

BIOGRAFÍA DEL HAMBRE 2

Este sentido de la búsqueda está asociado a la alimentación desde los momentos iniciales de la mitología judeo-cristiana. Así se lo recuerda una voz a Dante y a los dos poetas que lo acompañan, en la sexta cornisa del Purgatorio: “Seguid andando y no os aproximéis: / un leño hay más arriba que mordido / fue por Eva y es éste su retoño.” La tentación encarna en fruto, en alimento prohibido, en búsqueda no permitida. “Ama a Dios que te ha creado” parecería poder intercambiarse por “Ya estás saciado”. Y desde esta lectura, el castigo por no aceptar el estado de saciedad no es tal, sino simplemente una afirmación de que nunca lo estaremos, de que somos seres siempre caídos, seres siempre en busca de, seres insaciables. Volviendo al texto de Amélie Nothomb podemos leer: “El hambriento es un ser que busca… …Hay en el hambre una dinámica que prohíbe aceptar el propio estado. Es un deseo que resulta intolerable.”

El apetito entonces se extiende mucho más allá de lo propiamente nutritivo –de otra manera no habría pecado alguno- y puede serlo de todo lo que nos rodea. “si sólo se hubiera tratado de hambre de alimentos no habría sido tan grave. ¿Pero existe realmente eso de tener sólo hambre de alimentos? ¿Existe un hambre de estómago que no sea el indicio de un hambre generalizada? Por hambre yo entiendo esa falta espantosa de todo el ser, ese vacío atenazador, esa aspiración no tanto a la utópica plenitud como a la simple realidad: allí donde no hay nada, imploro que exista algo.” Tal vacío intenta vanamente saciarse en distintos objetos. Amélie Nothomb confiesa su debilidad por los dulces, especialmente por el chocolate. “Cuando me quejaba de la prohibición de dulces, mi madre me decía: ‘Se te pasará.’ Error. No se me pasó. Al alcanzar mi independencia alimentaria, empecé a nutrirme exclusivamente de golosinas. Y en eso sigo. Y me va de maravilla. Nunca me he encontrado mejor.” Pero también dijimos que el alimento excede lo nutricional en su objeto y así Amélie tiene hambre de lenguaje: “Yo sólo hablaba un idioma: el franponés… …¿Cómo no tener hambre de franponés?... …No tenía hambre de inglés, esa lengua excesivamente cocida, puré de sonidos sibilantes, chicle masticado que se pasaba de boca en boca. El angloamericano ignoraba lo crudo, lo asado, lo frito, lo cocido al vapor: sólo conocía lo hervido.” Y apetito de personas: “Tenía hambre de Nishio-san, de mi hermana y de mi madre… …de la mirada de mi padre, pero no de sus brazos.” Esta diversidad del objeto apetecido está en estrecha relación con la utilización del término “apetito” para referirse a cualquiera de los pecados en el texto de Aquino. Por ejemplo la soberbia es “apetito desordenado de la propia excelencia.” La concomitancia entre lo erótico y lo apetecible debe seguir siendo profundizada.

“Del lado en que el camino se cortaba / caía de la roca un licor claro, / que se extendía por las hojas altas.” Así introduce Dante Alighieri uno de los aspectos más importantes que me gustaría tratar respecto al pecado de la gula, el relacionado a la bebida. En primer lugar, la alusión al licor no es casual, las llamadas “bebidas espirituosas” tienen efectos directos sobre nuestros sentidos y facultades y un poder para desordenarnos o desequilibrarnos que a nadie deja indiferente. Amélie Nothomb cuenta en la época en la que iba al jardín de infantes “nadie me veía coger las copas de champán abandonadas y a medio vaciar. De entrada, el vino dorado con burbujas fue mi mejor amigo: aquellos burbujeantes sorbos, el placer del baile de las papilas, esa manera de emborrachar tan rápido y de un modo tan liviano, era lo ideal.” La ebriedad infantil que a veces resultaba en resaca en el jardín de infantes, se acentuó en New York con las salidas a tomar whisky sour on the Rocks. Pero la creación de las bebidas dionisíacas no corresponde a Dios, sino a uno de sus hijos predilectos. Poco después del gran diluvio y quizás para poder sobrellevar una vida nueva –pero otra vez plagada de sombríos presagios- Noé inventa la herramienta más extendida de modificación del estado de la conciencia. Las burbujas danzantes, el intento por volver nuevamente a ese éxtasis primero de la niñez, donde el orden y la medida son continuamente reinventados.

Michel Onfray afirma respecto al estado de embriedad –el límite entre la embriaguez y la ebriedad, donde todavía no hemos rendido completamente nuestro cuerpo a la bebida y aún podemos experimentar como sujetos- esta vuelta a la niñez que se intenta realizar mediante el alcohol. “La pasión que anima la voluntad de embriedad es un eco lejano de las prácticas infantiles. Hay una aspiración a la regresión en el deseo de deshacerse de las pesadeces de la existencia recurriendo únicamente a ese procedimiento. Y pienso que, entre los juegos elegidos de aquellos que aún escapan, y por poco tiempo, a los rigores del mundo adulto, existe una serie de actividades que dependen más específicamente de lo que Roger Caillois llamaba el ilinx, la apetencia por el vértigo, la voluntad de hacer explotar, siquiera por un instante, la estabilidad de la percepción para infligir a la razón tiránica y a la conciencia, habitualmente encargadas de realizar el equilibrio y la medida, un pánico voluptuoso que desemboque en un espasmo, una suspensión de las categorías apolíneas.” Cuando Amélie Nothomb adulta, haciendo su propia biografía del hambre, afirma que de chica se emborrachaba junto con sus padres, y que llegaba con resaca al yoochien (jardín de infantes), está contando la crónica de su propio seguir siendo niña, de evadir las reglas de una educación que tendía a convertirla rápidamente en adulta. “Enseguida encontré la solución: bastaba escaparse del yoochien.”

El vino viene al mundo poco después del diluvio. Aguas infinitas que invaden todos los cuerpos, que todo lo inundan, ¿no será esa la desmesura? El nuevo desordenamiento del anterior orden infame. Podemos leer en la autobiografía de Nietzsche: “El agua basta… Yo tengo predilección por los sitios en donde se ofrece siempre ocasión de acceso a las fuentes manantiales (Niza, Turín, Sils): un vaso de agua corre detrás de mí como un perro. In vino veritas; parece ser que yo también estoy en este punto en oposición con todo el mundo sobre el concepto de verdad; para mí el espíritu se mueve sobre las aguas…” Más que oposición, complemento entre la verdad del vino y la verdad del agua. Coincidencia en la inquietud de las aguas. Volvamos a la biografía de Amélie Nothomb. “Adorar el alcohol no me impedía venerar el agua, a la que tan unida me sentía. El agua iba dirigida a una sed distinta a la del alcohol: mientras este último apelaba a mi necesidad de ardor, de guerra, de baile, de sensaciones fuertes, el agua, en cambio, le murmuraba alocadas promesas al desierto ancestral contenido en mi garganta.”





La ‘potomanía’ es el nombre de este descubrimiento que la lleva a tomar inmensas cantidades de agua, a rodearse de ella. En la entrada de los templos Shinto japoneses, siempre hay una fuente con agua que corre continuamente y se toma de ella para purificarse antes de entrar. En ese contexto aprendió Amélie que la experiencia precede al concepto. “De todas las bellezas, el agua era la más milagrosa. Era la única que no consumías únicamente con los ojos y que, sin embargo, no disminuía. Bebía litros y seguía quedando la misma cantidad. El agua desalteraba sin alterarse y sin alterar mi sed. Me enseñaba el auténtico infinito, que no es una idea o una noción, sino una experiencia… …En un mundo en el que todo se contaba, en el que las porciones más incongruentes todavía parecían tener su origen en una u otra forma de racionamiento, el único infinito fiable era el agua, grifo abierto conectado a una fuente eterna.” El movimiento perpetuo de la sed, el hambre insaciable, no pueden más que llevar nuevamente a la idea del infinito, la cual nos reconduce otra vez a la divinidad. Todo deseo infinito se hace carne, se experimenta como un hambre de mundo que nos lleva a algún tipo de búsqueda. De la pueril experiencia del hambre fisiológico a la experiencia mística hay una distancia mucho menor de la que parece.

(continúa...)

miércoles, 28 de julio de 2010

BIOGRAFÍA DEL HAMBRE 1

“Al árbol se acercaron los poetas;

y una voz desde dentro de la fronda

gritó: “Muy caro cuesta este alimento.”

Dante Alighieri


Hay que conocer las dimensiones

de nuestro propio estómago.”

Friedrich Nietzsche


En cada uno de los pecados capitales asistimos a varios tipos de desórdenes. De hecho, el pecado es definido por Tomás de Aquino como un “acto desordenado” y el modo, el objeto y la profundidad del desorden son los que asignan a cada pecado sus características propias y su gravedad en la axiología del mal. Ese orden rector del cual los actos humanos no deben alejarse, no es un orden simple, obedece a tres aspectos.


“El orden en el hombre debe ser triple: uno por comparación a la regla de la razón, en cuanto que todas nuestras acciones y pasiones deben conformarse a ella; otro por comparación a la regla de la ley divina, que debe dirigir todas las acciones. Si el hombre fuese un animal solitario, bastaría este doble orden. Pero como naturalmente es un animal político y social, según prueba el Filósofo, es necesario que haya un tercer orden, por el cual el hombre se ordene a los demás hombres con los cuales debe convivir.”

(Suma Teológica, 1-2 q.72 a.4)


Cada uno de los pecados amenaza entonces, desde sus particularidades distintivas, a este triple ordenamiento: las reglas de Dios, las reglas de la Razón, las reglas de la Sociedad. De los siete pecados capitales, la lujuria y la gula son los que debemos asociar al cuerpo, para la escolástica a las exigencias naturales; ya que la lujuria es funcional a la supervivencia de la especie y la gula lo es a la del individuo. En ambos pecados el cuerpo es protagonista, amo y señor del trastocamiento de las reglas. Pero mientras que en la lujuria en muchos casos está involucrado el cuerpo del otro, en la gula parece que el cuerpo tiene sobre todo una relación consigo mismo y con el mundo del que debe nutrirse para subsistir.


Amélie Nothomb nació en Japón, durante una de las tantas misiones diplomáticas que su padre mantenía para Bélgica y que hicieron de la niñez de Amélie una continua experiencia del exilio. Amélie es voraz, al apetito desmedidamente excesivo que descubre en su infancia lo denomina, en homenaje a Nietzsche, “superhambre”. La desviación de la regla divina se extrema en este caso, porque esta característica es entendida como una señal de divinidad propia que la deposita en el lugar mismo de lo sagrado. “Reinaba sobre el universo y en particular sobre el placer… …Yo era la única que estaba en posesión de aquel tesoro, que sería la fuente de ambigua vergüenza a partir de mis seis años, pero que, a los tres, a los cuatro, se me aparecía como lo que era: una supremacía, la señal de una elección.” Esta supremacía está asociada al poder divino, que es infinito e insaciable. “La superhambre no era la posibilidad de sentir más placer, era la posesión del principio mismo del disfrute, que es el infinito. Yo era el yacimiento de esa necesidad tan grandiosa que todo acababa estando a mi alcance.” Presentadas de esta manera, la necesidad y el placer son las dos caras del principio de autonomía, de un tener en sí las propias normas de regulación del origen del deseo y el goce. El endiosamiento propio es a la vez el rechazo de cualquier otra fuente de amor que no se dé en el autoerotismo y de ahí la directa relación con la soberbia y la acidia, diversas formas de desviaciones de Eros hacia uno mismo. “Suponiendo que yo sea un universo, me rijo por esta única ley: el hambre.”


La geografía insular ha funcionado siempre como metáfora privilegiada del sujeto. Nothomb llama la atención sobre dos particularidades del archipiélago de Vanuatu, en Oceanía: “la abundancia y el aislamiento. Es cierto que, tratándose de una archipiélago, esta última virtud raya en el pleonasmo.” Pero los habitantes de Vanuatu nunca conocieron el hambre, en una comida a la que estaban invitados algunos de ellos, confiesan su terrible desdicha. “-Es terrible. Consternado por su propio relato, concluyó: -Y en Vanuatu siempre ha sido así. Los tres hombres se miraron con una expresión sombría, compartiendo aquel pesado e inconfesable secreto de la perpetua sobreabundancia, y luego se sumieron en un mutismo abrumador cuyo sentido debía de ser: -No sabe usted lo que es eso.-” ¿Qué sucede entonces con la falta originaria de apetito? Quienes no conocen el hambre, su pathos, ¿a qué tipo de existencia están condenados? “Observé un poco a los tres habitantes de esa despensa llamada Vanuatu: eran amables, corteses, civilizados. No destilaban ni el menor síntoma de agresividad: sentías que te hallabas ante una gente profundamente pacífica. Pero tenías la impresión de que estaban un poco hartos: como si nada les interesara. Su vida era un paseo a perpetuidad. Faltaba en ella el sentido de una búsqueda.”



(continúa...)

miércoles, 21 de julio de 2010

EROS AND ORDER

Robert Mapplethorpe. Exposición de fotografías en el MALBA.

Hay lo obvio.
Erotismo de lo estatuario.
Geometría de la luz.
Flores, sexos, cuchillas.
Hay la negrura del proceso.
El detrás de escena, la promiscuidad, la muerte.

Obra que va de lo imaginado a la imagen.
El cuerpo-escultura.
Eyes wide shut.

Patti Smith. New York.
Chelsea Hotel. Rock & Roll.
Max's.


Hay Robert Mapplethorpe.
Con un látigo en el culo.
Pulchrum.

La imposible tarea de ordenar a Eros.
Tánatos gozando.
El kairós del deseo.


miércoles, 14 de julio de 2010

TRISTITIA IN ALIENIS BONIS

Todo empieza a cambiar de aspecto. Errantes hasta aquí en los bosques, los hombres, habiendo adquirido una situación más estable, van relacionándose lentamente, se reúnen en diversos agrupamientos y forman en fin en cada región una nación particular, unida en sus costumbres y caracteres, no por reglamentos y leyes, sino por el mismo género de vida y de alimentación y por la influencia del clima. Una permanente vecindad no puede dejar de engendrar en fin alguna relación entre diferentes familias. Jóvenes de distinto sexo habitan en cabañas vecinas; el pasajero comercio que exige la naturaleza bien pronto origina otro no menos dulce y más permanente por la mutua frecuentación. Habitúanse a considerar diversos objetos y a hacer comparaciones; insensiblemente adquieren ideas de mérito y de belleza que producen sentimientos de preferencia. A fuerza de verse, no pueden pasar sin verse todavía. Un sentimiento tierno y dulce se insinúa en el alma, que a la menor oposición se cambia en furor impetuoso; los celos se despiertan con el amor, triunfa la discordia, y la más dulce de las pasiones recibe sacrificios de sangre humana.

A medida que se suceden las ideas y los sentimientos y el espíritu y el corazón se ejercitan, la especie humana sigue domesticándose, las relaciones se extienden y se estrechan los vínculos. Los hombres se acostumbran a reunirse delante de las cabañas o, al pie de un gran árbol; el canto y la danza, verdaderos hijos del amor y del ocio, constituyen la diversión o, mejor, la ocupación de los hombres y de las mujeres agrupados y ociosos. Cada cual empezó a mirar a los demás y a querer ser mirado él mismo, y la estimación pública tuvo un precio. Aquel que mejor cantaba o bailaba, o el más hermoso, el más fuerte, el más diestro o el más elocuente, fue el más considerado; y éste fue el primer paso hacia la desigualdad y hacia el vicio al mismo tiempo. De estas primeras preferencias nacieron, por una parte, la vanidad y el desprecio; por otro, la vergüenza y la envidia, y la fermentación causada por esta nueva levadura produjo al fin compuestos fatales para la felicidad y la inocencia.

Tan pronto como los hombres empezaron a apreciarse mutuamente y se formó en su espíritu la idea de la consideración, todos pretendieron tener el mismo derecho, y no fue posible que faltase para nadie. De aquí nacieron los primeros deberes de la cortesía, aun entre los salvajes; y de aquí que toda injusticia voluntaria fuera considerada como un ultraje, porque con el daño que ocasionaba la injuria, el ofendido veía el desprecio de su persona, con frecuencia más insoportable que el daño mismo. De este modo, como cada cual castigaba el desprecio que se lo había inferido de modo proporcionado a la estima que tenía de sí mismo, las venganzas fueron terribles, y los hombres, sanguinarios y crueles. He ahí precisamente el grado a que había llegado la mayoría de los pueblos salvajes que nos son conocidos. Mas, por no haber distinguido suficientemente las ideas y observado cuán lejos se hallaban ya esos pueblos del estado natural, algunos se han precipitado a sacar la conclusión de que el hombre es naturalmente cruel y que es necesaria la autoridad para dulcificarlo, siendo así que nada hay tan dulce como él en su estado primitivo, cuando, colocado por la naturaleza a igual distancia de la estupidez de las bestias que de las nefastas luces del hombre civil, y limitado igualmente por el instinto y por la razón a defenderse del mal que le amenaza, la piedad natural le impide, sin ser impelido a ello por nada, hacer daño a nadie, ni aun después de haberlo él recibido. Porque, según el axioma del sabio Locke, 'no puede existir agravio donde no hay propiedad'.

Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres

viernes, 9 de julio de 2010

ASESINATO LEGÍTIMO

"Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica. La frontera que los separa es incierta. Pero el Código Penal los distingue, bastante cómodamente, por la premeditación. Estamos en la época de la premeditación y del crimen perfecto. Nuestros criminales no son ya esos muchachos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para convertir a los asesinos en jueces."


"Roto el espejo, nada queda que pueda servirnos para responder a las preguntas del siglo. Lo absurdo, como la duda metódica, ha hecho tabla rasa. Nos deja en el atolladero. Pero, como la duda, puede al volver a sí mismo, orientar una nueva investigación. El razonamiento prosigue entonces de la misma manera. Yo grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y tengo que creer por lo menos en mi protesta. La primera y la única evidencia que me es dada así, dentro de la experiencia absurda, es la rebelión. Privado de toda ciencia, obligado a matar o a consentir que se mate, no dispongo sino de esta evidencia, que se refuerza además con el desgarramiento en que se halla. La rebelión nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición injusta e incomprensible. Pero su impulso ciego reivindica el orden en medio del caos y la unidad en el corazón mismo de aquello que huye y desaparece. Grita, exige, quiere que el escándalo cese y que se fije por fin lo que hasta ahora se escribía sin tregua sobre el mar. Su preocupación consiste en transformar. Pero transformar es obrar, y obrar será mañana matar, cuando no sabe si el asesinato es legítimo. Engendra justamente las acciones cuya legitimación se le pide. Es necesario, pues, que la rebelión extraiga sus razones de sí misma, pues no puede extraerlas de ninguna otra parte. Es necesario que consientan en examinarse para aprender a conducirse."

Albert Camus, El hombre rebelde, 1951