domingo, 24 de enero de 2016

EPICURO: TEMPORALIDAD DEL PLACER

Sabemos que Epicuro propone una filosofía práctica cuya finalidad es la felicidad. Sabemos también que esta propuesta es hedonista, es decir, que la felicidad se alcanza mediante el placer. Además también estamos enterados de que su propuesta fue tergiversada ya desde sus inicios: se lo acusó de libertino, de afirmar una vida de lujos y desenfrenos (más cercan a la filosofía de Aristipo de Cirene); cuando su ética se centraba en evitar los dolores y las preocupaciones para alcanzar la serenidad.

Sin embargo, poco se ha llamado la atención sobre la importancia de la dimensión temporal en la filosofía de Epicuro. Comencemos por lo más sencillo. Una filosofía basada en el placer, debería centrarse en el presente. Es lo que vemos una y otra vez en el modo de entender el placer de nuestros contemporáneos: el placer es aquí y ahora, es el "momento" que no hay que dejar pasar, es un instante a aprovechar que puede quedar arruinado si estamos pensando en lo que fue o en lo que será. Como suele interpretarse la famosa frase del poeta epicúreo Horacio, carpe diem invita hoy en día a disfrutar el presente como si no hubiera un mañana, ni una historia.


Para comenzar a ver cómo juega la temporalidad en la filosofía de Epicuro, aquí tenemos uno de los pasajes más conocidos, al comienzo de la Carta a Meneceo cuando se invita a filosofar a personas de todas las edades:


“De modo que deben filosofar tanto el joven como el viejo: el uno para que envejeciendo, se rejuvenezca en bienes por el recuerdo agradecido de los pasados, el otro para ser a un tiempo joven y maduro por su serenidad ante el futuro.”

La filosofía se propone como una terapéutica que tiene como finalidad alcanzar la felicidad. Se podría suponer que una filosofía hedonista se centra en el presente, en el placer y la ausencia de dolor del momento que se está viviendo. Sin embargo para Epicuro parece claro que no habitamos solamente el presente, que recuerdos y esperas están presentes en el ahora perturbando o mejorando el estado en el que nos encontramos.


De todos modos los extremos de juventud (no hay niñez) y vejez no son congruentes entre sí. El joven será “a un tiempo” joven y maduro en tanto pueda prever, aceptar y accionar respecto a su futuro. El viejo (quien también puede tener preocupaciones y aún más urgentes en cuanto a su futuro), en cambio, se acerca a la felicidad viviendo más de su pasado que de su presente. Recordando los “buenos viejos tiempos”.

Suelen distinguirse dos tipos de placeres en la filosofía de Epicuro. Los primeros se denominan cinéticos porque implican un movimiento que place al disminuir un dolor presente. Por ejemplo, tomar agua disminuye el dolor de la sed y el placer como tal termina cuando la sed está saciada. Este tipo de placeres tienen corta duración, terminan cuando el dolor ha desaparecido, o cuando reaparece (se me terminó el agua y vuelve la sed). Una dimensión distinta del placer es el llamado catastemático, no implica un movimiento de recuperación de un equilibrio previo, sino el equilibrio mismo. Se trata de un estado, cuando el alma no está perturbada ni el cuerpo dolorido, un momento de bien-estar. Como tal, también es de corta duración, no tenemos (como los dioses epicúreos) las condiciones para permanecer en esta situación de imperturbabilidad: pronto aparecen las necesidades corporales, las preocupaciones por el porvenir o los recuerdos dolorosos.

Epicuro en la pintura de Rafael "La Escuela de Atenas" (detalle)

Epicuro sostiene que el placer es fácil de conseguir, pero también afirma que su duración es limitada. Uno de los problemas reside en que nuestro cuerpo, nuestra carne, no tiene este saber respecto a su propio placer, pero es la razón práctica (la phrónesis) la que debe administrar la medida de los placeres y desalentar los deseos de lo que no puede conseguirse: placeres ilimitados. Como afirma en las Máximas capitales:

(20) "La carne concibe los límites del placer como infinitos y un tiempo infinito requeriría para procurárselos. Pero la mente, que ha comprendido la conclusión racional sobre la finalidad y límite de la carne y que ha desvanecido los temores a la eternidad, nos procura una vida perfecta. Y ya para nada tenemos necesidad de un tiempo infinito."

Más allá del error respecto a la naturaleza temporal del placer, el problema se presenta en relación a las ansias de un futuro que jamás se podrá conseguir. Quizás más central aún que la dinámica de los placeres y dolores, es la importancia que Epicuro asigna a los miedos. Por eso comienza por allí su famoso tetrapharmakon o cuádruple remedio, tratando de atacar eficazmente el miedo a los dioses y el miedo a la muerte. Cualquier placer simple, como una buena comida con amigos, puede ser arruinado por los temores respecto a un posible castigo futuro. 

Más allá de identificar a los dioses y a la muerte como la causa de grandes temores, se trata de dos modos de temor a lo por venir. ¿Qué me depararán los dioses si hago o dejo de hacer tal o cual cosa? ¿Qué me esperará en la muerte? Por eso, luego de tratar estos dos temas en la Carta a Meneceo, Epicuro afirma:

"Hay que rememorar que el porvenir ni es nuestro ni totalmente no nuestro para que no aguardemos que lo sea totalmente ni desesperemos de que totalmente no lo sea."

Si lo que más turba la serenidad del alma (y en consecuencia también los placeres del cuerpo) es lo que nos va a deparar el porvenir, si se trata de aquietar la incertidumbre, entonces nada mejor que entender la naturaleza de ese porvenir en relación a nuestras acciones y decisiones. Avanzando un poco más en la carta, encontramos esta clasificación:

"Algunas cosas suceden por necesidad, otras por azar y otras dependen de nosotros" por lo que sólo estas últimas pueden ser objeto de juicio nuestro y de los demás. Si aprendemos a distinguir lo que era necesario que sucediera, o lo que sucedió por azar, entonces queda sensiblemente acotado el campo de lo que nos puede quitar la serenidad. No hay nada que podamos hacer frente al hecho necesario de que nuestra vida va a terminar, tampoco podemos hacer nada frente a las contingencias que durante nuestra vida enfrentaremos, entonces simplemente no debemos perturbarnos por lo que no está en nuestras manos. 

Saturno (Chronos) devorando a su hijo - Goya

Epicuro comprende muy bien que, aunque el placer sea fácil de conseguir, las preocupaciones y los temores lo arruinan permanentemente. Si nunca vivimos en un absoluto presente, si estamos permanentemente arrojados a lo porvenir, entonces quizás se pueda todavía multiplicar la experiencia del placer aprovechando esa expansión temporal de la existencia. A través de Cicerón, nos llega el siguiente fragmento de Epicuro:

"El cuerpo se complace mientras siente el placer presente; el alma también percibe el placer presente del mismo modo en que lo hace el cuerpo; pero además percibe por anticipado el placer futuro y no permite que se le escape el placer pasado. De modo que, el sabio siempre tendrá placeres continuos y entrelazados, porque la expectativa de los placeres esperados se une al recuerdo de los ya experimentados."

A diferencia de los dioses, que se encuentran en una situación permanente de placer catastemático, en un absoluto bien-estar, los hombres estamos sujetos a la temporalidad, es decir a la pérdida, la corrupción del cuerpo y el dolor. Eso nos proporciona, en términos epicúreos, innumerables oportunidades para el placer cinético. 

El tiempo nos devora en dos direcciones: no sólo arruinando una y otra vez el frágil equilibrio presente, sobre todo depositando en cada momento una ansiedad incontrolable respecto al futuro. Es allí donde todos los miedos, los vanos deseos y las perturbaciones del alma encuentran su refugio. Sin embargo, es allí donde hay que dar la lucha, porque no se trata de abandonarse a los designios de la Fortuna. 

Epicuro dedica muchas energías a discutir la idea de un Destino, de una vida determinada por los dioses o por la naturaleza. Lo único necesario son las condiciones que nos tocaron en suerte al nacer y la muerte que llegará inexorablemente algún día. Si lo pensamos, afirmar que hay un Destino es casi como afirmar que no hay tiempo. Hoy estaría escrito nuestro futuro, nuestra vida se transformaría en una soga que se va desenrollando y el tiempo sería simplemente ese desarrollarse de la soga. Pero esa concepción determinista no nos da oportunidades de enfrentar, de una u otra manera lo que sucede y de dirigirnos bien hacía aquí, bien hacia allá en el transcurso de la vida.

Cerramos entonces con el fragmento 47 del Gnomologio vaticano:

"Me he anticipado a ti, Fortuna, y me atrincheré frente a todas las grietas (por las que entras). Y no nos rendiremos ni ante ti, ni ante ninguna otra circunstancia. Por el contrario, cuando nos llegue lo necesario (esto es, la muerte), luego de escupir en grande sobre la vida y sobre quienes se aferran vanamente a ella, partiremos de la vida gritando, con una bella canción, que hemos vivido bien."

lunes, 18 de enero de 2016

LA LEY DEL MERCADO

Fui a ver al cine la película "El precio de un hombre" de Stéphane Brizé. En una línea que continúa, de alguna manera, las reflexiones de Laurent Cantet en "Recursos humanos" y "El empleo del tiempo", el argumento se centra en la experiencia laboral constituyendo nuevas formas de subjetividad y comunidad en tiempos de neoliberalismo.

Lo primero que hay que decir es que el título elegido para su estreno en nuestro país es, como mínimo, desafortunado. Ni que hablar del slogan agregado al afiche: "Todos tenemos un límite moral y deberemos ponerlo a prueba algún día". Porque no se muestra la historia de alguien cuyos límites morales son tentados por una oferta que no se puede rechazar, no se trata del problema de la Tentación.


El protagonista, Thierry, desde el comienzo de la película se resiste a la situación en la que se encuentra. Víctima de un recorte de personal de una gran empresa, lo encontramos en una oficina seguramente estatal, quejándose de que para conseguir empleo le hicieron realizar un curso para manejar grúas y después le dicen que no hay forma de que consiga trabajar manejando grúas si no tiene experiencia laboral. A partir de esa escena inaugural, asistimos a la tensión entre lo que el sistema ofrece a un desempleado a quien le urge trabajar para mantener a su familia y las resistencias que provoca en Thierry entrar en ese traje que todo el tiempo lo incomoda.

La maquinaria en la que el desocupado es escupido por la empresa funciona como un sistema de evaluación constante, en el que la pérdida de autonomía monetaria implica más que nunca un gobierno compartido de la vida, donde entran agentes bancarios, estatales, empresariales, escolares y compañeros de trabajo.

Escena tras escena Thierry es evaluado y humillado. Es obligado a humillarse a sí mismo: sí, estaría dispuesto a ganar menos dinero que antes; sí, estaría dispuesto a trabajar en horarios flexibles; sí, estaría dispuesto a formar parte de la maquinaria de evaluación y vigilancia. Lo que opera el sistema es una disponibilidad casi absoluta. Sin embargo, dijimos que desde un comienzo Thierry se resiste a la disponibilidad absoluta.



El título original de la película nos abre un panorama bastante más amplio. La loi du marché o "La ley del mercado". Estamos por supuesto en la senda de Marx, la fuerza de trabajo es lo único que tiene Thierry para intercambiar en el mercado y eso es lo que puede llevar a una lectura que tienda un puente con el título en español. Todo hombre (sin capital) tiene un precio en el mercado de trabajo. Hay un precio de mercado para sus horas de trabajo, pero hay otro costo, aún más grande (y es aún más grande en este sentido la enseñanza de Marx) llamado cosificación y alienación. Hay un modo de vida individual y social que el capitalismo talla en sus trabajadores.

Veamos entonces un punteo rápido de los principales problemas que la película muestra para dar cuenta de un mercado de trabajo contemporáneo y un estilo de vida moldeado de una manera que difiere en muchos aspectos del modelo fabril del siglo XIX:

1) Vigilancia y control. De Foucault a Deleuze, de Vigilar y castigar al Post-scriptum sobre las sociedades de control vemos multiplicarse los métodos y sistemas de evaluación: algunos más tradicionales, como las evaluaciones que el hijo de Thierry debe pasar en su escuela para poder llegar a la Universidad, otros bien contemporáneos como el control de la oficina de empleo, la intromisión hasta niveles inauditos del agente bancario en la vida íntima. Como una amarga lección de la sumisión a este nuevo sistema Thierry sólo consigue trabajo como vigilante en un supermercado, allí se transforma en un engranaje más de la gran maquinaria de control.

2) Pequeñas diferencias. La característica de este control, como ya afirmó Deleuze, es la de la competencia contra uno mismo. La "superación" de los registros anteriores vale para todos: alumno, desempleado, agente bancario, gerente de empresa. Una pequeña diferencia arruina las vidas: el chico no puede ir a la universidad no por ser mal alumno, sino porque baja su rendimiento,; la empleada del supermercado se queda sin trabajo no por faltar o robar dinero o trabajar mal, sino por quedarse con algunos puntos del programa de recompensa. Durante toda la película asistimos a escenas de negociación en las que un evaluador exprime hasta más no poder las desventajas sobre el evaluado: sus deseos, sus necesidades, sus ambiciones.

3) No hay afuera. La ley del mercado no implica simplemente que todo tiene un precio, que todo hombre tiene un precio, que todo se transforma en mercancía. No se trata de un problema de intercambio. La ley del mercado demanda crecimiento, acumulación, hasta en los lugares más marginales pensables. La ley del mercado premia/demanda/incentiva el esfuerzo, multiplica los puntos de vigilancia intra e interpersonales y sobre todo, no permite siquiera soñar con un afuera. Si por algo queda entrampado Thierry en esa cadena de humillaciones es porque no puede vislumbrar otra posibilidad de vida que la que se le ofrece. La tragedia es que la resistencia de Thierry no llega a encauzar un proceso creativo hacia un exterior posible.