Unos pocos años antes y en ocasión de un homenaje a Gilles Deleuze organizado luego de su muerte, Michael Hardt escribe un artículo titulado "La sociedad mundial del control" en el que enlaza las apuestas principales del famoso Post-scriptum sobre las sociedades de control de Deleuze con su visión del nuevo Imperio naciente.
Lo más interesante del artículo es una nueva concepción sobre el racismo, que se apoya también en los trabajos que Étienne Balibar publicó junto a Immanuel Wallerstein en Raza, nación, clase (1988). Allí podemos leer de la pluma de Balibar:
"¿En qué medida conviene hablar de un neorracismo? La actualidad nos impone esta cuestión con formas que varían algo de un país a otro, pero que sugieren un fenómeno transnacional. No obstante, se puede entender en dos sentidos. Por una parte: ¿asistimos a una renovación histórica de los movimientos y de las políticas racistas, que se explicaría por una coyuntura de crisis o por otras causas? Por otra:, en sus temas y en su significación social, ¿se trata realmente de un racismo nuevo, irreductible a los "modelos" anteriores, o de una simple adaptación táctica?"
Para Michael Hardt, el nuevo ordenamiento mundial y el triunfo cada vez más claro del Imperio por sobre las soberanías nacionales, trae aparejado un nuevo tipo de racismo, aún cuando se quiera afirmar que hay un debilitamiento del racismo, que la progresiva aplicación de los principios liberales lleva adelante esta transformación hacia un mundo sin discriminación de razas.
"Desde nuestro punto de vista, sin embargo, al contrario es claro que el racismo no ha cedido y que, en realidad ha progresado en el mundo contemporáneo, a la vez en extensión y en intensidad. Sólo parece haber declinado porque ha cambiado de forma y de estrategias."
¿Cuáles son entonces las nuevas formas y estrategias del racismo imperial?
Se evidencia un pasaje de una teoría del racismo fundada en la biología (los negros, los indios son cualitativamente inferiores) a una fundada en la cultura, que sostiene la igualdad de razas biológicas. La teoría racista postmoderna es una teoría de la segregación y no de la jerarquía, las diferencias culturales son irreconciliables y justifican las separaciones y segregaciones.
“Según la teoría imperial, la hegemonía y la sumisión de las razas no es una cuestión teórica sino que aparece a lo largo de una libre competencia, una especie de ley del mercado de la meritocracia cultural.”
De esta forma, si los latinos son menos disciplinados y tienen calificaciones más bajas en las escuelas que los coreanos, no se trata de una cuestión biológica, sino de costumbres que podrían cambiarse.
“Lo propio de la dominación blanca, es desarrollar el contacto con la alteridad para enseguida someter las diferencias según los grados de desviación con el carácter blanco. Esto no tiene nada que ver con la xenofobia, que es el odio y el temor al bárbaro desconocido. Es un odio nacido de la proximidad y que se desarrolla con los grados de diferencia de la vecindad.”
La segregación es entonces un problema de grados, aunque en los hechos se crean jerarquías raciales con ejes tan estables como los biológicos.
Lo que se manifiesta en el Imperio es que estamos inmersos en una gigantesca máquina de inclusión, por eso vemos reivindicaciones de la diferencia para quedar afuera completamente. Hay quienes piden no ser incluidos, quienes no quieren ser administrados por el poder del mercado.
Pero “cualquier tentativa de seguir siendo otro en el cara-a-cara del Imperio es vana. El Imperio se nutre de la alteridad, relativizándola y gestionándola.”