En 1967 Gilles Deleuze realiza una comunicación en la Sociedad francesa de filosofía, titulada El método de dramatización, allí hace un adelanto de algunos de los puntos principales de su tesis de doctorado que presentaría un año después: Diferencia y repetición. La exposición se realiza ante los miembros de la sofrphilo y luego de ella hay interesantes y por momentos tensas discusiones con filósofos de la talla de Jean Wahl y Jean Beaufret.
“No es seguro que la cuestión ¿Qué es…? sea una buena pregunta para descubrir la esencia o la Idea. Puede que las preguntas del tipo ¿Quién? ¿Cuánto? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? sean mejores.”
Desde aquí formularemos algunas preguntas y anotaremos algunas observaciones.
Quizás lo primero que podemos preguntar es hasta qué punto descubrir esencias es el objetivo último de la indagación filosófica. Una cosa es identificar los tipos de preguntas que mejor permiten arribar a la esencia, otra es poner en entredicho que las respuestas que definen una esencia sean las más fundamentales en el ejercicio filosófico. Una tercera cuestión, derivada de esta última, giraría alrededor de no suprimir la pregunta por la esencia, pero sin afirmar que ese es el nivel fundamental, sustancial, más allá del cual nada puede ser indagado. Quizás este nivel guarde debajo de sí una riqueza dinámica a la que, en tanto se siga manteniendo la pregunta ¿Qué es…? con su correspondiente esencia abstracta como respuesta, sólo estemos ocultando.
Tomando este camino, el movimiento deleuziano nos lleva a acercar a la Idea al nivel de los accidentes por sobre la esencia, en una inversión de los parámetros de la filosofía clásica. Podríamos preguntarnos si el problema de la esencia y el accidente es análogo al problema de lo que se repite y lo que se diferencia. Desde un punto de vista no deleuziano lo que se repite es la esencia y los accidentes son lo que se diferencia en cada una de sus repeticiones. En este sentido Deleuze deberá afirmar que no hay repetición sin diferencia y así caerá el primado de la esencia sobre el accidente.
Suponiendo que Deleuze logre componer todos los problemas ontológicos derivados de esta posición, ¿qué implica la primacía del accidente por sobre la sustancia? ¿Qué implica políticamente para la formación de una comunidad? ¿Qué implica estéticamente para la afirmación del status artístico de una obra de arte? ¿Implica lógicamente poner en riesgo el mismísimo principio de identidad? (Estas parecen preguntas del tipo ¿Qué es…?). No sabemos si para salvar el problema del principio de identidad es que Deleuze traza la distinción entre différentier y différencier, o si finalmente es un problema que quedaría anulado al interior mismo de una ontología en la que los accidentes en algún sentido, constituyen de manera fundamental a las sustancias.
Pero vayamos a un ejemplo que plantea el mismo Deleuze alrededor de un tema central en la historia del quehacer filosófico: la verdad.
"No basta con preguntar abstractamente '¿Qué es la verdad?'. Preguntamos quién quiere la verdad, cuándo y dónde, cómo y cuánto, y nuestra tarea consiste en asignar sujetos larvados (el celoso, pongamos por caso) y puros dinamismos espacio-temporales (bien el surgir de la cosa en sí misma a cierta hora, en cierto lugar, o bien la acumulación de indicios y signos hora a hora y a lo largo de un camino interminable)."
El concepto de verdad no será nunca un universal abstracto, válido de una vez y para siempre y en todos los casos. Dependerá de las relaciones de fuerza, de los tiempos y las intensidades, de los quiénes, de los cómo y de los cuánto.
"Dado un concepto en la representación, nada sabemos aún mediante él. Sólo aprendemos en la medida en que descubrimos la Idea que opera bajo tal concepto, el o los campos de individuación, el o los dinamismos que determinan su encarnación; únicamente en estas condiciones podemos penetrar en el misterio de la división de conceptos. Y todas estas condiciones definen la dramatización y su corte de preguntas: "¿en qué caso?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿cuánto?".