lunes, 29 de marzo de 2010

UN VIDRIO


Hay distintos modos de transitar la ciudad. Desde el auto todo transcurre sin grandes contratiempos una vez que uno aprendió a resignarse al tráfico del centro porteño. Y es bien sabido que una resolución eficaz para la resignación es el aislamiento. Con las ventanas bien cerradas por el frío, la radio prendida y el automatismo de frenar y arrancar esquivando motos y colectivos, los edificios y los semáforos se suceden. Somos lo que parecemos, pequeños destinos volviendo a nuestros hogares, ensimismados, abismados en nosotros mismos. Los otros autos, la gente agolpada en los colectivos o aún más contracturada por debajo, en el subte, todos somos lo que parecemos. Una marea humana de aislamiento en la muchedumbre, un terror de mirarnos a los ojos, porque ¿qué hemos de hacer si nos encontramos?


En la esquina de Avenida Córdoba y Larrea, en ese lugar donde el transitar se hace espeso, justo en ese lugar, Luis limpia los vidrios de los autos atrapados por el semáforo. Más que preguntar, la realidad irrumpe. Y eso es Luis, aunque él lo desconozca, porque su condición de sujeto le es negada sistemáticamente. Es una realidad humana que irrumpe de tal modo que uno no pueda decir que no. Voy a explicarme mejor. La mayoría de los automovilistas dicen “no”, pero el aviso ya está dado. La mecánica de la ciudad es de autos por las calles y transeúntes por las veredas. Tránsito, trenes, transeúntes y Luis. ¿Qué es lo que él está haciendo allí?


Si le preguntáramos, él diría “me estoy ganando una moneda”. Si le damos una moneda, como si fuera una limosna, él nos dice “dejame que me la gane” y nos limpia el parabrisas aunque esté impecable. "Trabajo" es la palabra que me parece más adecuada, pero ¿quién se atrevería a decirlo? Porque si eso es trabajo ¿qué nos diferencia a los que vamos dentro del auto, los que trabajamos de verdad? En esos lugares preparados para trabajar, está claro cuál es el adentro y cuál el afuera. Y lo mismo pasa cuando vamos en nuestros autos.

Nosotros, los que no estamos obligados a establecer nuestro trabajo en un lugar donde se transita, los que podemos decir “yo trabajo” sin generar polémicas. Nosotros, los que tenemos curriculum vitae, tarjetas personales, escritorio, los que tenemos la billetera llena de credenciales con nuestro nombre. Los que pertenecemos al gimnasio, al banco, al videoclub, al supermercado, a la medicina privada. Nosotros, los que estamos habilitados, los que estamos de este lado del vidrio.


Y del otro lado, Luis, con su nombre de rey francés, con su pequeña violencia que trastoca el orden de autos y transeúntes. Obligado a abrir un espacio antes inexistente, no pensado para el trabajo, no pensado para las personas, sino para los automóviles y los autómatas que los conducen. Luis en ese no-lugar, irrumpiendo en ese brevísimo momento en que el semáforo nos detiene y no hay tiempo para la pregunta. Decimos que sí o que no, gesticulamos, bajamos la radio, bajamos la ventanilla, quizás le preguntamos a Luis su nombre. Quizás nos responda “Luis” y nos desee buen fin de semana.


Gracias Luis.

sábado, 27 de marzo de 2010

POLÍTICA VIRTUAL





Algunas impresiones rápidas sobre el cambio en las fotos personales del 24/3 en los perfiles de Facebook.

La primera impresión que tengo sobre la movida de sacar las fotos y dejar solamente una silueta para el 24 de marzo o agregar el "Nunca Más", es la de una emoción que no es menor. No pensé que tanta gente se sumara y en cierto sentido es una emoción similar (aunque no tan grande) a la que produce una acción colectiva análoga pero de cuerpo presente, como ir a la Plaza de Mayo para esta fecha.

Creo que además de esta primera impresión, hay varios puntos para pensar que pueden seguramente ser lineamientos para entrever qué posibilidades de acción política tenemos de acá en adelante.

Que internet es de una eficacia inmensa para la viralidad es innegable. También lo es que Facebook y lo que suceda colectivamente dentro de esta red, se convirtió en un termómetro a tener en cuenta mucho más allá de ella. Digo lo que suceda colectivamente porque este tipo de acciones va más allá de la interacción común de subir fotos, estados y publicitar eventos para mostrarlas a "amigos" y del voyeurismo de mirar qué están haciendo (o dicen estar haciendo) los demás.

Entiendo que la facilidad que permite esta herramienta tiene un doble alcance. Permite participar mostrando adhesión a una causa a mucha gente que de otra manera parecería neutral o indiferente. Creo que genera en este sentido un nuevo espacio para aquellos que parecían acompañar casi en silencio los vaivenes de los grupos de participación activa en la política. Muchos de los que cambiaron la foto de su perfil fueron también a la Plaza de Mayo, pero estoy seguro de que otro gran número tuvo en esta mínima adhesión su primera participación pública sobre el tema.

Por otro lado, este fenómeno puede ser visto no como la apertura de un margen de acción para quienes antes quedaban afuera, sino como la banalización definitiva de la participación de quienes no harían mucho más que sumarse a una moda para defender una causa, que olvidan al día siguiente para sumarse a otra y así pueden unirse hoy al grupo "Nunca más", mañana al "Salven a las ballenas", dos días más tarde a "Ayuda a las víctimas del terremoto en Chile" y así sucesivamente en un raid de adhesión no comprometida a causas de las que poco se conoce y es escaso lo que se quiere hacer para cambiar.



En otras palabras, quien no pone su cuerpo, su tiempo, sus horas de lectura para interiorizarse, de acción para cambiar, de pensamiento para planificar, no puede pretener reemplazar todo eso por una simple adhesión en una red privada y elitista (eso es Facebook después de todo), que le toma un minuto sin salir de su casa.

Creo que las dos ópticas tienen que ser tenidas en cuenta. No tiene mucho sentido pensar que en ese acto termina nuestra responsabilidad política, pero tampoco hay que menospreciar la virtualidad de este tipo de participación. Después de todo insistir con la dicotomía entre una vida real y una virtual no nos lleva muy lejos en el análisis de lo que sucede. Creo que en la lucha simbólica que involucra toda lucha política, este espacio no es despreciable y es tan real como virtual puede ser nuestra vida fuera de internet.

Se trata de que podamos utilizar este canal sobre todo como medio, como germen, como comienzo de algo más y, como en todos los casos, de que no utilicemos banderas que nos quedan demasiado grandes.

lunes, 15 de marzo de 2010

Se llama poesía todo aquello que cierra la puerta a los imbéciles


"La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.

Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder.

Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. Es ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada "poesía oficial", poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.

Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma.

La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles."

Aldo Pellegrini