Esta idea, la de exactamente contrario,
fue de repente como un rayo de luz:
la fuerza de gravitación,
pensé también debía tener su contrario.
Julio Verne
No sé si tendría ocho o nueve años cuando leí
De la Tierra a la Luna, aunque debo confesar que
no es mi relato favorito de Julio Verne, me impactó mucho más el increíble hallazgo de
Un descubrimiento prodigioso. En ambos casos lo fantástico está centrado alrededor de los desafíos que plantean al hombre sus posibilidades naturales de elevarse por sobre el suelo que habita.
Pero la literatura, ya desde joven, se burló de estas restricciones físicas: tejió alfombras voladoras para Aladino y fabricó alas para Ícaro.
Sin embargo, todo cambió con el advenimiento de la Modernidad. Sir Isaac Newton pudo demostrar -para gloria de la ciencia y seria preocupación de la filosofía- cuáles eran las leyes fundamentales que regían a la naturaleza, entre ellas la
Ley de gravitación universal. Desde ese momento, las relaciones entre realidad y ficción dieron un vuelco. La ficción encontró en la ciencia una herramienta importantísima: el fundamento de la verosimilitud. Aristóteles había afirmado ya, contra su maestro Platón, que para el escritor la veridicción debía pasar a un segundo plano, lo que es importante es que la historia sea verosímil. Hoy diríamos que la trama tiene que ser creíble, o le pedimos que pueda transcurrir como verdad en algún mundo posible, aunque más no sea en el mundo de la literatura. Verne fue un maestro en el arte de utilizar la verdad instituida como ciencia, en el modo de la legitimación de lo ficcional. Así, el discurso científico pasó a poder explicar cualquier mundo posible: el de la realidad natural o el de la ficción literaria.
En
De la Tierra a la Luna, somos testigos de esta enajenación de la ficción. En el mismo movimiento en que se amplían los horizontes de verosimilitud, por lo que la racionalidad científica puede lograr traer a lo posible, la ficción devenida ciencia se cierra sobre este logos y desdibuja sus posibilidades como ficción. A tal punto la ficción se abandona a la mirada científica -que constituye lo real,
eidos platónico devenido ley natural-, que es cuestión de tiempo para que "la realidad supere a la ficción" y ese viaje lunar se transforma en realidad, con mayor éxito aún que el viaje literario.
Julio Verne es el momento literario en que la ficción es apresada con camisa de fuerza. La Luna no debiera nunca haber llegado a posibilidad a la mano, tendría que haberse mantenido como inspiración poética.
Los lunáticos son los habitantes de la ficción enajenada.